José Luis Domínguez Castro
Cuando yo nací, acababan de matar a Mohandas Karamchand Gandhi (1948).
Cuando cumplí 20 años, me impactó el artero asesinato de Martin Luther King (1968), con quien había empezado a compartir aquel inolvidable discurso de “Yo tuve un sueño”.
Solo cinco años después, me costó trabajo asimilar la noticia del golpe de estado en Chile y la muerte del presidente Salvador Allende. Estos hechos sellaron mi existencia desde los 25 años.
Para entonces, mi primer proyecto de vida independiente, se cruzaba con el eco de los cantos de “El pueblo, unido, jamás será vencido…” Y así siguió mi formación profesional, impulsada siempre por los sueños y acciones de diversos personajes que a escala local o nacional aportaron su grano de arena para la construcción de un mundo mejor.
Una década de mi vida consagrada a la enseñanza en distintos niveles, terminó de definir mi perfil de educador que, como mexicano y peninsular, habría de tener. Durante este tiempo, en mi periodo universitario, los descalabros y deslealtades de los compañeros de lucha sindical no fueron suficientes como para desalentar al caminante del Mayab que rondaba ya los 40 marzos.
Pese a la muerte de Luis Donaldo Colosio, me dejé contagiar, ya cerca de mis 50 años, de la esperanza de cambio que muchos tenían, a través de mi participación ciudadana en un IFE que aún olía a fresco y al que entregué mi mejor esfuerzo durante tres procesos electorales (2000, 2003 y 2006). Quiero pensar que, pese a algunas decepciones institucionales, estos años fueron decisivos para lograr ciertos cambios que vendrían después en la vida política nacional.
Ni la alternancia de los partidos en el poder, ni el levantamiento armado en Chiapas, me alcanzaron a ofrecer una alternativa que me animara a seguir luchando en primera fila. En cambio, el compromiso administrativo con una universidad que mantenía pese a todo, la fidelidad a los ideales de Carrillo Puerto y Eduardo Urzaiz, me logró atrapar nuevamente. Así, viví con intensidad más de dos décadas al servicio de una Casa de Estudios que se convirtió en mi trinchera favorita.
Hoy, al recordar los sucesos de hace 50 años, una mirada retrospectiva nos hace volver a ver con optimismo los procesos de América Latina. De igual manera, la luz de la esperanza, que se volvió a encender hace cinco años en torno a la cuarta transformación, nos compromete a no bajar la guardia en la transmisión de un mensaje. Un mensaje de un septuagenario optimista que, pese a los momentos de incertidumbre electoral que nos rodea y a las contradicciones que todo hecho histórico trae consigo, invite los jóvenes a seguir luchando por la justicia y por la paz, desde donde cada quien lo decida.
Que la figura de Salvador Allende, quien dijo: “Hoy veo al hombre, que se levanta crece y se agiganta”, nos anime a seguir avanzando con paso firme y la frente en alto.
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Edición: Fernando Sierra
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