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Desorden Público: 17 años hacia Caracas

Un concierto llenó de 'ska', melancolía y lluvia de endorfinas
Foto: Sabina León

Cada crónica de un concierto encuentra un ancla o pivote que fungen como punto de partida y de llegada del texto. Muchas veces lo encuentran cerquita, entre el humo o en el fondo de un burbujeante elixir. Otros lo encuentran bien lejos, como este texto que lo halló hace casi dos décadas.

Era un adolescente al final de la secundaria o principios de la preparatoria con unos 15 o 16 años. Llevaba algo así como año y medio haciéndome adicto a escuchar un género musical que no era fácil de encontrar, se escribe con solamente tres letras y suena, en alguna medida, como se escribe. El ska llegó a mi vida por azar y se ancló entre mis aficiones rápidamente. En esa época, las personas como yo que querían consumir música underground tenían un puñado de opciones: tener un primo que se fue a Estados Unidos y regresó con un montón de discos, vivir en una urbe gigantesca y poder asistir a El Chopo, o encontrar por azar foros en internet con gente que le gustaba la misma música que tú y te transfería archivos de dudosa procedencia y calidad por disímiles plataformas.

 

Foto: Sabina León

 

Evidentemente, vivir en Mérida, la de Yucatán, sólo permitiría la tercera de las opciones y esa fue la mía. Entre los escasos materiales me apareció una recomendación de una banda venezolana, extraño encuentro para un mercado virtual limitadísimo que solamente tenía proyectos de la Ciudad de México, algunos españoles y argentinos. El nombre me llamó la atención, Desorden Público, y con algunos discos piratas pude acceder a lo que hicieron en los noventa.

De esos años para acá estuve siguiéndolos paso a paso, me encantaba cada disco nuevo, aprendía las canciones previas, les enseñaba a mis amigos. Algunas canciones se volvieron emblemáticas, pero, a pesar de haber llenado mis zapatos, tenis y botas de tierra y polvo en decenas de conciertos, nunca me acercaba a la posibilidad de ver a Desorden Público en un escenario. Conseguí una grabación en vivo de un concierto en Cuernavaca en el 2008 que en ese momento nadie tenía, coqueteé con la posibilidad de ir a verlos por fin en Monterrey en un concierto que se canceló.

Ahora, por fin. Año 2023, después de la pandemia de Covid-19. Desorden Público tocaría en la península de Yucatán.

 

Bailando sobre las ruinas

El 20 de octubre del 2023, Desorden Público se presentaba en Santa Cruda, un bar del que nunca había escuchado en Cancún. Por poco y lo dejo pasar, pero mi pareja me animo a ir de última hora: “toda una aventura ¿no?”, me dijo al recibirme en su casa antes de salir en un viaje de menos de 24 horas que incluía un show de ska en un lugar incierto. Me atreví a dejarle un mensaje al Tour Manager, y me dijo que llegáramos temprano al soundcheck, con suerte y podríamos entrevistarlos.

La suerte estaba echada y los dados no estuvieron cargados a mi favor, o eso se podría decir, porque no conseguí la entrevista. Danel -el baterista- comía, Caplís y Oscarello -bajista y percusionista, respectivamente- estaban muy concentrados en el soundcheck y el resto del equipo estaba trabajando arduamente. Pero la apuesta era otra, esperar tantos años para verlos ya era más que suficiente y escuchar el soundcheck fue sentir que se rompía el velo, esto iba a suceder.

 

Foto: Rulo Zetaka

 

Llegando al bar hice un amigo de concierto, William, que si mi memoria no me falla gritó efusivamente cuando peguntaron que si había alguien en el público de la Isla de Margarita (un territorio insular venezolano). Él también llegó al soundcheck porque quería escucharlos desde temprano y estaba muy emocionado con el evento. Como él, decenas de migrantes de Venezuela que habitan esta península se dieron cita. En la fila por una cerveza platiqué con mi amigo de Táchira que lleva 5 años en Playa del Carmen y de quien no recuerdo su nombre. Se emocionó mucho al saber que los Desorden Público tenían un fan entre el público mexicano que los vería por primera vez.

A las 11:07 de la noche, hora local de Cancún, Quintana Roo, los ocho músicos estaban sobre el escenario y empezaron a sonar los acordes. Parecía cierto, por fin, luego de una larga espera de la mitad de mi vida, iba a ver en el escenario a una banda emblemática que me ha acompañado por tanto tiempo.

El público, según el censo levantado por Horacio Blanco, vocalista de Desorden Público, estaba integrado por aproximadamente 80 por ciento de personas nativas de Venezuela y 20 por ciento del resto del mundo. Durante estos primeros compases del show nos dejó algo profundamente claro, este encuentro era una apuesta por la felicidad. Después de todo lo vivido, y al encontrarse como un pueblo migrante, no importa qué suceda, acá nos encontrarás bailando entre las ruinas de un mundo en crisis.

 

¡Cuidado con el cadereo!

La primera oleada de energía estuvo consagrada por un solo de guitarra, al puro estilo de la sicodelia amazónica, en la canción de Gorilón. Y esta ola dio paso a una historia. El narrador del show, y también vocalista, nos contó que habían tenido acercamientos con un músico emblemático de su país y que luego de acordar hacer una colaboración, como diría Rubén Blades, aquel músico se mudó al otro barrio. Por ello, le dedicaron un pequeño tributo en un puñado de canciones a El Indio Pastor López.

El concierto de ska, caracterizado siempre por dar tumbos, brincos y sacudirte mientras cantas abrió pista para las bailadoras y los bailadores en clave de cumbia. Fue profundamente satisfactorio ver a la gente cambiar con el tono de la música para escuchar, algunas canciones después, que desde la tarima señalaba Horacio “reconozco nuestra nacionalidad por el cadereo” cuidado a quienes bailen cerca, que pueden caer hipnotizadxs.

 

Esperando a Godot

En el primer respiro nos sentamos, metafóricamente. El ritmo cardíaco se hace más constante y menos intenso. Se presenta una canción sin mencionar el nombre y para las pocas personas que no la reconocen enseguida, parece una propuesta críptica.

Por ahí del año 2006 iba a entrar a la universidad, y la forma de consumo de música ya no estaba totalmente anclada a los programas como Napster o Ares, sino que fluían en algunos espacios virtuales links para descargar canciones en MP3, inclusive algunas bandas subían sus promocionales. Recuerdo vagamente que se hablaba en los foros de que Desorden Público presentaría una nueva canción que iba a tocar un tema muy serio y fuerte. Durante un tiempo creí que era alguna broma de internet o algún virus. Me parecía totalmente atípico encontrar un archivo que dijera “desordenpúblico-sex.mp3”. Seguramente era una broma.

Sex es una canción, con un tono particular al que Desorden Público ha vuelto en varias ocasiones en su larga carrera de casi 40 años, suelen apuntar a temas crudos o violentos de los que en ese momento histórico no se puede hablar, o al menos, no se habla de la misma manera. En Sex asistimos a una canción que es como la obra de teatro Esperando a Godot. Estos venezolanos en el siglo XXI emulan a Beckett con una canción que narra cómo va a ser la canción misma, hasta que termina.

“vamo’ a cantar una canción que hable de sex / bien vulgar, grosera y descortés / que aquí no andamos con mojigaterías, / ponte las pilas, póntelas bien.”

Con risas y dando tumbos, terminamos la obra, Godot llegó y se fue, y ni cuenta nos dimos. Mientras eso sucede, Horacio nos cuenta que esta canción les interesó en la coyuntura de la oleada de canciones misóginas y violentas que copaban las listas de popularidad en aquella época.

 

A mí me gusta el Desorden

Entre una canción y otra, el amigo de Táchira me hace la mano, estaba con su pareja y unas amistades como a metro y medio de la tarima, unos cuantos metros más adelante que el lugar en el que yo estaba. Enfáticamente, me llamaba para ir a bailar con ellos. Decidí acercarme en contra de lo que usualmente hago. Soy de esas personas que buscan ubicación favorable en los conciertos, desde hace muchos años lo que a mí me acomoda se rige por el sonido y por la posibilidad de tener una pared cerca donde recargarme.

 

Foto: Rulo Zetaka

 

Pero de vez en cuando me arriesgo y cambio de sitio. Me presentan con la gente y noto mucha familiaridad. Soy presentado como el fan de Desorden yucateco, que asiste a su primer concierto. El amigo me lleva varios años, cuando yo nacía en 1988, él asistía su primer concierto de Desorden Público. La última vez que los vio fue en el 2014 y no había tenido la oportunidad desde que vivía en México. Ahora sólo había venido a Cancún por el concierto y terminando se regresaba a Playa.

Antes del inicio de la canción el público se dividió por la mitad, un lado del auditorio gritaba cuando se pedía energía y el otro cuando se pedía fuerza. Al inicio de la canción A mí me gusta el desorden estaba muy contento bailando, cuando me di cuenta de que llevaba dos semanas con la letra de esa canción pegada en la cabeza, había amanecido cada uno de esos días con el primer verso de esa canción, que es exactamente el mismo que el título.

La sorpresa de mi amigo fue mayor cuando notó que me sabía esta canción que no es de las populares: ¿te la sabes?, me dijo, luego de haberme escuchado cantar más de la mitad; por supuesto, me sé todas. Me “chocó” la mano en el aire, momento que quedó gratamente grabado en video por una paparazzi que había venido al evento en el mismo vehículo que yo.

Para estas alturas del show, ya toda la concurrencia se entendía en un ritual, y ¿cómo no? Habíamos también asistido a un acto mágico, minutos antes el chamán que tiene por cantante la banda había abierto la tierra misma para dejarnos a todas las personas poseídas por los famosos seres que los han acompañado algo así como 30 años. La Danza de los esqueletos marcó el ritmo que, en mi caso, terminó detonándose al danzar con desconocidos en la parte más cercana de la tarima; ¿desconocidos? quise decir, nuevas amistades que se construyen cuando nuestros corazones laten juntos y nuestros pies flotan en el aire.

 

Caracas, Quintana Roo.

El show se detiene para escuchar otra historia. En un tono que transita entre la nostalgia y la solemnidad, Horacio nos habla de Venezuela, grita los nombres de algunos lugares que son conocidos para mí y otros que no lo son nada lo que hace reaccionar al público, especialmente el caraqueño que es el más numeroso. Nos habla de lo que él espera que suceda con las personas migrantes de Venezuela, que hagan el bien y que construyan una Venezuela donde quiera que estén.

El público se pone serio, seguramente ya saben lo que viene. Los que se quedan, los que se van es una canción nostálgica al puro estilo de Desorden, aunque suena alegre y todo el tiempo se podría cantar con una sonrisa, se nota que el ambiente es denso. Las luces cálidas del lugar, el calor de la península y la humedad sobre los cuerpos nos unen y separan.

Cada persona de Venezuela es una semilla sembrada en este concierto que está brotando con esta canción. A mi lado a un chico se le anegan los ojos con los primeros versos:

“Ya mañana es el día / tus maletas están listas / debes llegar por lo menos cuatro horas antes al aeropuerto Simón Bolívar.” 

Se restriega los ojos con la mano izquierda, mientras con la derecha sostiene lo menos temblorosamente posible su celular, quiere grabar cada instante. Atrás de mí, una chica extiende una bandera de Venezuela que sacó de la bolsa, en el fondo del galerón hay unas mesas de madera sobre las que se subió el público para ver mejor. Tres chicas se abrazan y derraman lágrimas profusamente mientras se consuelan.

“cuando golpee la melancolía / con tus postales, tu música, tu comida / dirás bien fuerte de dónde vienes / saltará tu corazón cuando tú te conectes".

En frente de mi casa viven unas venezolanas tienen su negocio y hacen panes y pasteles, y me pregunto ¿cómo las golpeará la melancolía? ¿Dónde más estará su familia?

“¿Dónde está Juan? ‘ta en Panamá / ¿Dónde está Luisa? Está en Suiza / y Cristina en Argentina, y la gorda en Colombia / Y Ramón en Japón, oyendo a Oscar de León”

Nunca había asistido a un concierto de ska que se pusiera tan solemne y que me conmoviera hasta las lágrimas, ver todo este jardín de emociones regado con nostalgia y saudade me pareció maravilloso e impresionante. Queda formalmente inaugurado el nuevo territorio venezolano, pues donde haya una persona migrante ahí mismo está su patria. Bienvenidas y bienvenidos a Caracas, Quintana Roo.

“Manuela en Australia, pero querría estar en Caracas / Algún día volverán”.

 

Plomo revienta

Para levantar la tristeza, se interpretó Tiembla. Salimos del trance nostálgico de Los que se quedan, los que se van para irnos en subida hasta el final del show.

Horacio Blanco nos invitó a pensar en el Sismológico Nacional, porque tal vez se presentaría un fenómeno atípico entre tanto baile. Ya era para mi gusto, un fenómeno lo suficientemente atípico el ver lágrimas en un concierto de ska, pero se volvió todavía más poderoso cuando nos sacudimos para subir los ánimos.

La esperanza duradera, dice Terry Eagleton, se construye sin optimismo y para ello, hay que tener una mirada crítica de la realidad. Danel, el baterista, parecía el indicado para cantar el interludio dentro de la canción que seguía, pero le indicó a Horacio que no podría hacerlo, interpreté algún gesto de garganta cansada. Ante ello Horacio tomó la hoja de apuntes y pidió auxilio a las personas de la primera fila, “el celular con la mejor luz que ilumine la hoja que está en el piso, por favor”.

Ante la expectativa, y una narración previa sobre la violencia urbana en las calles de Caracas, empezaron los acordes de un ska fusionado con merengue. Tal vez la canción que más esperaba escuchar.

Valle de Balas es una canción frenética con una letra casi inteligible en la primera ocasión, pero desde que la escuché hace muchos años me pareció que no retrataba solamente a Caracas, sino a mis amigos de Toluca que fueron asaltados en el 2009, a otro compa muy querido en Monterrey que tenía que regresar a su casa antes de las 10 de la noche debido a la violencia por ahí del 2010, a las madres rastreadoras de hijxs desaparecidos que conocí en el 2019 en Culiacán, o a las personas que se cubren los rostros para enseñar los corazones en la selva chiapaneca desde hace 40 años.

La violencia de Caracas se parece a mucho México, al México de abajo y a la izquierda o a quienes viven en los barrios, ruralidades y zonas precarizadas, es decir, mucho más que la mitad del país. Muchos Méxicos que me ha tocado caminar, conocer y compartir y que me ha abierto su corazón adolorido. Por eso, la decisión del interludio de Valle de Balas fue perfecta. Horacio interpretó las primeras dos estrofas de probablemente una canción que bien podría ser el himno mexicano de la segunda mitad del siglo XX o principios del siglo XXI.

Mientras en la primera fila iluminaban el piso, Horacio Blanco interpretó los mismos versos que yo grité sin errar ni media palabra. Como cada vez que escucho esa canción, imaginé mi rutina actual y aunque yo no me transporto en combi como los versos con los que empieza la Carencia de Panteón Rococó, mis descansos si los ocupo para soñar.

 

Encore

El público pidió muchas canciones, entre una y otra hacían peticiones de hace más de 30 años, pero también recientes. Como siempre, el Desorden Público se despide con el Allá cayó, pero en el encore, concepto elegante que en México sólo lo conocemos como “otra, otra, otra” y una lluvia de chiflidos al compás, interpretaron música de fiesta la cual bailé en honor de un carnalito que conocí como Suncho hace muchos años, y que por cuestiones laborales no pudo venir al evento.

“Pa la tristeza no hay cabida / enciendan la endorfina / música, música de fiesta”

Mientras pienso en cómo terminará el texto veo al joven saxofonista de la banda bailando entre el público, escucho el pitido estruendoso de los metales en el ska y muevo los pies.

Confío volver por otro show del Desorden Público y, ojalá, las personas de Venezuela me incluyan tanto como el compa de Táchira, que me faltó decir que cuando nos conocimos en la fila de las cervezas me preguntó que si era de Caracas, no hombre, soy de Mérida, la de Yucatán, y a mí también me gusta el Desorden.

@RuloZetaka

 

Lea, del mismo autor: Un viaje íntimo y esclarecedor


 

Edición: Estefanía Cardeña


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