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Socialistas contra pibil-pollos

Noticias de otros tiempos
Foto: Fernando Eloy

Leer y comprender son dos operaciones mentales distintas que se ejecutan a gran velocidad. El desarrollo de la comprensión lectora como habilidad se da conforme cada individuo crece en la comprensión del lenguaje, entendido como todas las expresiones que se dan alrededor de un signo; es decir, no es solamente conocer lo que significa una palabra en específico, sino también reconocer el contexto en el que ésta se encuentra.

Una vez que la mente está dispuesta a dejarse sorprender por algo que rompa la monotonía en un conjunto de textos, podemos encontrar que algunos nos dicen mucho más de lo que aparentan detrás de su intención inmediata. Es el caso de una columna hallada en el diario El Popular, que lleva por nombre “Cuartilla festiva”, y que era firmada por C:B:DEO. Hace 101 años, el 7 de noviembre de 1922, esta columna abordó el tema de “Los pibil-pollos”, y apareció dedicada al licenciado Pablo García Ortiz, poeta y nieto del autor intelectual de la separación de Campeche, y a la sazón diputado local.

El artículo es de corte humorístico-costumbrista, pero deja la impresión de que los socialistas que apoyaban el gobierno de Felipe Carrillo Puerto se habían enfrascado en una campaña para eliminar todo tipo de manifestación religiosa, y esto incluía todo lo asociado al Día de Muertos. Desde el inicio marca que es una práctica que se combatía:

“Bien cierto es que la costumbre que tenemos en hacer pibil-pollos, el propio día consagrado a los difuntos, no muere por más que hagamos ver a las gentes que son simplemente prejuicios que venimos heredando de nuestros abuelos”. Sin duda, el autor y quienes se encontraban incluidos entre quienes “hacían ver a las gentes” nunca apreciaron que esa tradición era entonces, y hoy sigue siendo, un rasgo distintivo de la cultura yucateca.

Se entiende que entonces, al igual que hoy, el gasto asociado a mantener esa tradición resultaba exagerado para muchos, pero aun así dedicaban todo su esfuerzo a tener una mesa dispuesta para la visita anual de las ánimas: “Ocho días antes, las mujeres se proponen discutir cómo van a hacer las comidas; los hombres, si son obreros, trabajan más para tener dinero y si son empleados particulares o públicos, con tiempo hacen sus ‘vales” y están suplica que suplica a los Tesoreros y a los Cajeros. ¡Y sólo son los ‘mucbil-pollos’!”

De inmediato describe la división sexual del trabajo, con las mujeres cargando “barretas” de hojas de plátano y roble y los hombres escarbando el horno y encendiendo la leña. “Y desde el mediodía, se oyen rezos por todas partes, y al entrar en una casa, lo primero que recibe uno es el vaho caliente, oloroso y apetitoso del plato regional… ¡y cuidado y alguien se atreva a tocar algo de lo que está consagrado a los difuntos! Sería un sacrilegio, y los muertos se niegan a comerlo porque se le quitó la ‘gracia’.”

C:B:DEO deja testimonio de lo que se ofrecía a los difuntos, y aprovecha para adelantar cómo vendrá el cambio en la tradición gracias a los “gustos” de los ancestros: “comidas, como relleno de pavo, escabeche, mechado, pipián de venado o de iguana, dulces, cigarros, cerveza, pibinales, habanero, cogñac, mistela y otras cosas según el gusto del difunto, lo que quiere decir que no está lejano el día que veamos en las mesas hojas de marihuana, cocaína, morfina y otras drogas actualmente muy en boga.”

Entre cierto ninguneo a las ofrendas, se percibe que a C:B:DEO le molestaba no poder comer cuando le diera la gana, pero también que la costumbre era universal, “hasta entre la gente que presume de estar civilizada” (!!!), pues hasta los ricos preferían no pagar sus deudas a dejar de gastar este día, y también: “Los políticos, los científicos y los profesores, no dejan de pasar desapercibido este día: también tienen que hacer sus ‘mucbil-pollos”, poner comidas y frutas sobre la mesa y un plato de frijol con puerco detrás de la casa y una vela encendida para el ánima ‘sola’.”

Y así, en el cementerio se encontraba gente cargando “cruces de flores, coronas y triángulos rojos con sus claveles para las sepulturas de los que fueron socialistas”. Sin duda, un elemento más para documentar el surrealismo mexicano, pero también para demostrar que cuando una tradición se encuentra bien arraigada, ni los gobiernos encabezados por héroes pueden arrancarla. Al final, el estómago terminaba convenciendo al autor de que a pesar de vivir en una época racionalista, “yo no me opongo, porque los ‘pibil-pollos’ son muy sabrosos y sería una calamidad no comerlos”.

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Lea, del mismo autor: Tiempo de finados… y golosos

 

Edición: Estefanía Cardeña


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