Una primera consideración se relaciona con el hecho de que la política partidista nos fragmenta en muchos sentidos y, en vez de orientarnos hacia el interés común, nos parte en siglas y colores que distorsionan nuestra percepción de lo que sucede en nuestro entorno.
A partir de lo anterior, me parece justo decir que desde una filiación ideológica uno puede identificarse con un partido político o con algún personaje, mas ello no implica renunciar a la mirada propia y mucho menos inhibir nuestras capacidades analíticas.
Considero, entonces, oportuno llamar la atención sobre la figura de Xóchitl Gálvez como personaje de una campaña política encaminada a buscar nada menos que la Presidencia de la República, en un país que, para bien o para mal, ha venido transformándose de manera casi imperceptible desde hace un cuarto de siglo, tanto por circunstancias endógenas, como por el hecho de que estamos, de manera incontestable, inmersos en el mundo de la cibercultura.
Así, a partir de las técnicas de mercadeo político, los actores de ese universo se han convertido en personajes de un melodrama en el que nadie sabe quiénes son los buenos ni quiénes son los malos (debemos recordar que el melodrama es un producto literario típicamente burgués, surgido durante los años posteriores a la Revolución Francesa, a través del que se buscaba moralizar al pueblo y reconfortarlo de su incertidumbre).
La pregunta sería: ¿qué tan buen personaje melodramático es Xóchitl Gálvez en la trama de esta telenovela en que se ha convertido el proceso electoral que se realizará en 2024?
De entrada, el asunto no pinta bien, pues al papel de Cenicienta que se le ha diseñado a la hidalguense está muy mal escrito; sonaba bien lo de las gelatinas para un pueblo de señoras telenoveleras (María Isabel, Marimar, María la del Barrio y Simplemente María por fin tendrían su realización plena); el problema es que Xóchitl (indígena de pura cepa desde el nombre) no es abnegada y, antes bien, es ventajista e incluso malhablada.
Como quiera, el asunto podría tener remedio si no fuera porque el personaje no da para más y día con día se revelan las limitaciones de su intérprete. Esa procacidad que se vuelve usufructuaria de las inconformidades tanto legítimas como ilegítimas de mucha gente es de poco alcance y se desgasta muy rápidamente.
Por debajo del melodrama, sin embargo, corre la tragedia, esa fatalidad inevitable (según lo describiera Aristóteles) derivada de una inconsistencia insuperable en la personalidad del protagonista y a la que el filósofo griego pusiera el nombre técnico de “falla trágica”.
El mercadeo político construyó una trama sin considerar la circunstancia dramática de quien la interpretaría y allí hay un problema mayúsculo: Xóchitl Gálvez tiene muchas virtudes menos una y esa es justamente la que nunca podrá poner en un plano manejable: su imprudencia; estoy completamente seguro que quienes tuvieron la ocurrencia de proyectarla hacia una candidatura presidencial nunca midieron ese factor y poco a poco se dan cuenta de lo dramática que resulta la imprudencia de su candidata.
Si nos asomamos a revisar lo que eran las virtudes cardinales en la antigüedad, veremos que la prudencia es “frónesis”, una sabiduría práctica que nos permite discernir una circunstancia para actuar inteligentemente frente a ella. En Gálvez, sin embargo, ante una circunstancia fuera de lugar, sólo encontramos el insulto o el mal chiste y ello ha sido un factor decisivo para su caída en las encuestas, algo que el mercadeo político nunca podrá resolver.
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