El pasado 23 de noviembre, Astrid Sánchez, escribió un espléndido reportaje sobre la entrega de la Medalla Yucatán a esta su colega, colaboradora de La Jornada Maya. Hoy quiero profundizar sobre parte del texto original, donde trato de explicarme desde los inicios que me trajeron hasta el hoy.
“Me hubiera gustado hablar de mis bisabuelas, pero vivieron en tiempos poco propicios para extender sus alas y participar con más fuerza en la sociedad naciente, que, sin ser conscientes, sostenían. Así que tuve que mirar a los bisabuelos y me sorprendió descubrir lo que ellos no supieron; a pesar de ser cuatro, en realidad eran tres piedras de las columnas que construyeron al Yucatán que hoy reconoce con una medalla, a una de su estirpe.
[…]Los cuatro bisabuelos participaron en el bordado de esta nuestra amada tierra de distintas maneras: uno fue científico, otro político, aquel anduvo en las bellas artes y el cuarto hacendado.
El científico, Saturnino Guzmán Cervera, fue medico educado en Europa, alumno de Pasteur, quien, a su regreso, hizo la primera operación de apendicitis en la república mexicana. Lo que pocos saben es que operó a Salvador Alvarado, quien, después de entrar triunfante a Mérida, tuvieron que llamar al bisabuelo Satur para salvarlo de la muerte. Noticia que, por supuesto, no salió en los diarios de la época. De dicho encuentro surgió la amistad entre dos hombres inteligentes.
El político no comulgaba con esas ideas. Eduardo Robleda Martínez, quien nació como Eduard Robleu Martán, nombre que se transformó en su migración de Francia a Veracruz, con los años llegó a la Aduana de Progreso hablando tres idiomas y con estudios de comercio en los Estados Unidos, aunado a su don de palabra, fue reclutado por el gobernador Olegario Molina Solís y con el tiempo transformado en su mano derecha, quien llegado el momento, junto con otros, realizaron la explosión del barco Progreso que traía el armamento enviado por el presidente Carranza para llevar a cabo la revolución tardía en Yucatán.
Arturo Moguel, el artista, se enamoró del cinematógrafo desde la primera vez que vio imágenes en movimiento y dedicó su vida a compartir ese placer a los habitantes de la capital del estado y los municipios conectados por el ferrocarril, llegando a tener cinco cines. Amigo de Felipe Carrillo Puerto, fue diputado y luego, no sé si por discrepancias políticas o envidias mercantiles, un señor poseedor de dos cines lo mató a plena luz del día en el parque Hidalgo.
Y, por último, Carlos Casares Martínez de Arredondo, labró su camino yendo a la selva con cuadrillas de hombres a cortar árboles de tinte altamente apreciado en Europa y con la venta de sus envíos fue hurdiendo con los trucks las parcelas hasta formar la hacienda Holactún que disfruté con mis hermanitos.
Unos eran conservadores, otros liberales. A final de cuentas, todos, desde sus perspectivas, estaban buscando el bien de Yucatán y también, no hay que olvidarlo, pudieron hacerlo porque había en casa, una mujer que sostenía el mundo. Qué importante conocer nuestra historia, para poder entender cómo llegamos hasta el hoy”.
Me llama la atención la interrelación de mis antepasados con el personaje de Salvador Alvarado. Cuando he preguntado en el hoy ¿Quién es Salvador Alvarado? La gente responde: “un estadio”. Otros, los menos: un demonio; un puñado: un salvador. Investigando más, descubrí que los que lo tachan de demonio, tiene que ver con el incendio de la catedral. Me pregunto si esa es la respuesta que siempre han escuchado y si se dieron el tiempo de investigar la realidad.
Por supuesto que en las pláticas de sobre mesa de los hacendados, el hombre que había liberado a sus trabajadores de la esclavitud y cerrado las cantinas que engullían salarios, era un demonio; su rechazo a una iglesia controladora de conciencias, era la excusa perfecta para acusarlo con la causa que más espantara a la población.
La curiosidad siempre ha sido parte de mi esencia. Hoy se las comparto en homenaje a mis bisabuelas que, si bien observaban todo y sostenía el mundo, tuvieron que mantenerla quieta y callada. ¡Toca cuestionarse todo!
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