La naturaleza es inestable, y lo que hoy llamamos buen tiempo es en realidad una anomalía si nos vamos a las eras geológicas, especialmente considerando que el paso de una a otra incluyó extinciones masivas de flora y fauna. El calentamiento global que actualmente se vive tiene en su extremo final precisamente el paso a un nuevo periodo que deje atrás el cuaternario.
Este milenio está marcado por los superhuracanes, enormes ciclones con vientos superiores a los 250 kilómetros por hora, capaces de arrancar árboles de raíz e incluso casas de sus cimientos. Nombres como Dean, Mitch, Gilbert, Katrina, Wilma, y recientemente Otis, forman un selecto grupo de meteoros que se se han traducido en catástrofes, no tanto por la cantidad de vidas humanas perdidas por su causa como por los daños materiales que dejaron tras de sí. Ciudades, provincias y hasta países enteros han tenido que dedicar fuertes cantidades de dinero para recuperarse de ellos.
Ante ese panorama, gobiernos, empresas y personas físicas recurren a adquirir seguros. Es una precaución a la que muchos consideran más una inversión y que, al igual que se llegó a decir con las vacunas contra el Covid -19, la peor es la que no se tiene. Aún así, la mayoría de la población mexicana carece de seguro. Esto es por varias razones, que van desde el desconocimiento hasta una actitud individualista de “a mí eso no me va a pasar”, pasando por el costo de estos instrumentos.
El huracán Otis, según ha dado a conocer la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (Amis), es hasta ahora el tercer evento más oneroso para el sector en el país, sólo detrás por la pandemia de Covid-19 y el huracán Wilma. El SARS-CoV-2, como fenómeno global, implicó un alto costo para las aseguradoras y la economía mundial, pero en México, los dos fenómenos meteorológicos mencionados suman prácticamente lo erogado por las aseguradoras a causa de la pandemia.
Por supuesto, uno de los factores que hacen que Wilma y Otis sean los fenómenos meteorológicos punteros en montos pagados por las aseguradoras es que impactaron en sitios turísticos: la costa oriental de Quintana Roo (Cancún y la Riviera Maya) y Acapulco, respectivamente. El sector hotelero y de prestación de servicios asociados al turismo acostumbra contar con cobertura a sus inversiones, y en ambos destinos, por lo tanto, existe concentración de pólizas.
En el caso de Acapulco, preliminarmente, el pago de indemnizaciones ronda los 31 mil 900 millones de pesos. Esta suma aumentará, dado que aún falta contabilizar parte de la infraestructura pública asegurada, pero el dato faltante es el de las casas de familias que contaban con un seguro.
La Amis menciona que, hasta el 30 de noviembre, contaba con 29 mil 680 reclamaciones reportadas. Sin embargo, 13 mil 827 de éstas corresponden a daños en viviendas (59 por ciento) y 12 mil 134 a pólizas de automóviles. Es difícil de creer que no se tenga un desglose de negocios, hoteles y embarcaciones de recreo en este conteo.
De ahí que sea necesaria la intervención del Estado en la reconstrucción de Acapulco. La adquisición de un seguro queda muy lejos de las posibilidades de muchas familias habitantes de ese puerto, pero también debe reconocerse que la atención por parte del gobierno a una tragedia como ésta podría comprometer los recursos disponibles en el presupuesto de egresos.
El gobierno no puede forzar a las personas a adquirir un seguro para su vivienda, ya que un daño a ésta por un fenómeno natural no implica que éste sea causado a un tercero, como ocurre con los automóviles. Sin embargo, hacer que las compañías aseguradoras promuevan las ventajas de contar con una póliza sí está en sus posibilidades, más si se toma en cuenta que estas empresas tienen una perspectiva de crecimiento para el próximo año en cuanto a las pólizas de vida y de gastos médicos.
Y las cifras de la Amis también debieran producir algunas cejas arqueadas en la península de Yucatán, que lleva ya casi dos décadas sin ser impactada por uno de estos megahuracanes. Si bien las precipitaciones atípicas de 2020 provocaron múltiples daños en viviendas, no se trató de catástrofes que llevaran a las familias a dormir a la intemperie o a mantenerse en vela para cuidar las pocas pertenencias rescatadas.
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