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Foto: Reuters

Sara Sanz y Fernanda Prado

El domingo 10 de diciembre asumió el cargo de presidente de la República de Argentina, un político controversial que ha sido comparado con Bolsonaro en Brasil y con Trump en Estados Unidos de América. En el siguiente año, en México se renovarán el gobierno federal y más de 19 mil cargos de representación popular (INE, 2023). Por esta razón, en estas líneas revisaremos brevemente cómo los cambios políticos tienen repercusiones en los derechos humanos y particularmente en los derechos de las mujeres y disidencias sexuales. 

En días pasados, en reuniones con compañeras feministas argentinas manifestaron su preocupación por las repercusiones laborales y cotidianas que traería la elección de un político que había manifestado la intención de desaparecer el Ministerio de Géneros, Mujeres y Diversidad, cambiar las leyes sobre la Educación Sexual Integral y el derecho al aborto, y otros derechos sociales dirigidos a las familias más vulnerables. Algunos cambios tendrán resistencia en el Congreso donde el presidente no tiene una mayoría que le permita desmontar algunos derechos. No obstante, un aspecto de particular importancia es el empoderamiento de sectores reaccionarios tanto en el nivel público como en el privado. Por ejemplo, en días pasados la Unión del Personal Militar A.C. a través de su página web le solicitó al nuevo presidente la desaparición de la Secretaría de Derechos Humanos para terminar con las políticas de memoria, verdad y justicia (Página 12, 2023). 

Posicionamientos como el anterior, también se manifiestan en las calles, produciendo enfrentamientos entre grupos que reivindican los derechos y los que están cercanos a la forma de pensamiento de los grupos en el gobierno. Esto afecta al movimiento feminista argentino porque en los últimos años ha incidido en la transformación de leyes sobre los derechos sexuales y reproductivos, sobre la identidad, acceso a la justicia, bienestar social, cuidados entre otros. En Brasil, bajo el gobierno de Bolsonaro, sucedieron historias que mostraron el nivel de desprecio hacia los derechos humanos y en particular por los derechos de las mujeres y de las disidencias. La primera podría ser el discurso misógino de la época en que aún era diputado federal por el estado de Río de Janeiro. Era el Día Internacional de los Derechos Humanos y, tras la intervención de una diputada, Bolsonaro subió al escenario y gritó: “No te vayas (...). Hace unos días me llamaste violador (…) y te dije que no te violaría porque no te lo mereces. (...)” Y continuó con sus palabras violentas y bestiales, diciendo: “En Brasil, [este día] es el día internacional de la vagancia. Los derechos humanos en Brasil sólo defienden a bandidos, violadores, criminales, secuestradores e incluso corruptos” (Diario de Pernambuco, 2014). Cuando se trataba de políticas de Estado, ya se notaba el nivel de violencia y que tenía una agenda política y unas prácticas legislativas contrarias a las garantías de los derechos humanos. Incluso antes de su presidencia, defendió al coronel Ustra (el responsable por prácticas de torturas y persecuciones durante la dictadura cívico-militar brasileña, 1964-1985, y de los pocos juzgados y condenados por eso, en 2008 [Folha de S. Paulo, 2008]) cuando finalizó su voto a favor del impeachment de la presidenta Dilma Roussef (2016).

Un ejemplo más es cuando creó el Ministerio de la Mujer, Familia y Derechos Humanos. La titular de este ministerio fue Damares Alves, evangélica neopentecostal, partidaria de ideales reaccionarios, que en agosto de 2019 recibió a un grupo de personas del “Movimiento ex Gay de Brasil” que defienden la “cura gay”, un absurdo sin precedentes en un gobierno que ha valorizado prácticas racistas y misóginas (Carta capital, 2019). 

La historia contemporánea de Latinoamérica nos ha mostrado que la progresividad de los derechos humanos no es un criterio aplicable y del todo cierto en el vaivén político de nuestros países, entonces ¿cómo podríamos construir un sistema de protección de los Derechos Humanos más allá de los espacios de justicia como CIDH?, ¿Cómo afrontar el reto de su defensa?, ¿Qué preguntas tenemos que hacernos cómo sociedad para elegir a nuestros representantes en las próximas elecciones? En suma, ¿cuáles son nuestras aspiraciones como sociedad en el siglo XXI?

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Lea, de la misma columna: Gobiernos basados en ciencia e innovación

 

Edición: Fernando Sierra


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