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Yassir Rodríguez Martínez

Como gran parte de la población de México ya sabe, a mediados de diciembre de 2023 iniciaron las operaciones del Tren Maya, proyecto emblemático de la actual administración federal. Un proyecto que ha generado esperanzas de diversa índole entre la población: una oportunidad laboral, una mejor conexión entre las distintas regiones del sursureste, la posibilidad de democratizar los viajes turísticos, visibilizar culturas locales, alcanzar el desarrollo en regiones caracterizadas por la marginación y la pobreza, entre otras. Algunas de estas expresadas en los propios objetivos declarados del proyecto como lo son fomentar la inclusión social y la creación de empleo, fortalecer la industria turística en México, impulsar el desarrollo socioeconómico de la región sur-sureste y proteger las áreas naturales. 

Al mismo tiempo, el proyecto ha generado sentimientos de preocupación, desánimo e incluso molestia; así ha quedado patente en muchas de las críticas que se le han realizado en torno a sus afectaciones medioambientales y en últimos días, incluso, en torno a los precios de los boletos de lo que será su primer viaje. En las redes sociales se pueden leer comentarios como los siguientes: “…Qué clasistas me salieron. Es un tren para fifís”; “… los boletos iban a costar desde 60 pesos, me meto a la página, y están en mil 166 pesos los baratos”. Es en torno a esta dividida situación, en la que para unos todo está bien, mientras que para otros todo va mal, que merece la pena reflexionar en torno al posible panorama que se avecina para las poblaciones mayas y el turismo.

No debemos perder de vista que el turismo es una actividad económica que ha logrado posicionarse en el imaginario público como una de las principales vías para alcanzar el desarrollo al interior de las comunidades campesinas e indígenas en México. El propio Estado mexicano ha sido uno de sus grandes promotores, debido a que se considera que genera empleo, inversiones e ingresos fiscales (Oehmichen, 2013). Un imaginario que sin duda alienta las esperanzas de muchas personas y comunidades.

Entonces, desde la postura esperanzadora, las comunidades mayas de Yucatán podrán aprovechar el próximo panorama de transformaciones -económicas, sociales, culturales, territoriales- generadas por el Tren Maya, para fortalecer o comenzar iniciativas de proyectos turísticos en las que la actividad les permita un ingreso económico, pero también un reconocimiento y posibles procesos de reivindicación étnica y protección del patrimonio tanto natural como cultural de la región. 

Mientras que, desde otra perspectiva, el Tren Maya puede generar, o mejor dicho, exacerbar procesos vinculados a la producción de estereotipos y prejuicios históricos acerca de las poblaciones mayas, procesos en los cuales empresarios y gestores del turismo manejen discursivamente la imagen del ser maya y su patrimonio, provocando a futuro que las construcciones identitarias locales se ciñan más a las idealizaciones e imaginarios de los turistas y empresarios que al devenir histórico del territorio. Si bien la realidad no se agota en estos posibles escenarios, sí creo que pueden orientar la visión panorámica de lo que se avecina. 

Esperemos que las esperanzas no se conviertan en desesperanza para muchos; esperemos que no nos encontremos con un panorama en el que los sujetos locales, especialmente los jóvenes, sean conducidos a subjetivarse, es decir, construirse una imagen de sí mismos, a partir de elementos enarbolados por agentes externos que tienden a la exotización y romantización de la identidad maya. Pensemos que sí se repliquen procesos en los que la población maya ha logrado articularse con otros actores -mayas y no mayas- y gestionar sus propias inciativas de turismo, donde ellos controlan lo relativo a su imagen, identidad, patrimonio y economía. Pensemos que el Estado se responsabilice y haga respetar los derechos y procesos de autonomía de las poblaciones locales del sur-sureste de nuestro país. Al final, como dice el refán popular: “la esperanza muere al último”.

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Lea, de la misma columna: La ruta pendiente hacia la sostenibilidad: los desafíos iniciales del Ie-Tram

 

Edición: Fernando Sierra


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