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Resistiendo a la sequía de compasión: una crónica del Capitán Pachamama

Nos une el amor por el reggae, muchísimos eventos y también una amistad
Foto: Facebook Capitán Pachamama

Con el paso de los años perdí muchas cosas, a veces muy valiosas, como la oportunidad de impresionarme por primera vez al escuchar un proyecto de música, otras irrelevantes como una taza hermosa que se me resbaló mientras la lavaba. Pero con la pandemia, perdí cosas que no sabía que perdería, y extravié algunos afectos que, con el puro afán de defender al corazoncito, se quedaban ocultos sin duelo.

La experiencia de la música en vivo, la del sonido terroso y desgarrado, había desaparecido de mi panorama, dejé de asistir a esos eventos en lugares oscuros hasta hace unos meses. Me organicé con Valentina y Luis, unxs amigues con quienes hace más de una década que escuchamos música juntxs, y se nos sumó de penúltima hora Fernando. El lugar era el de siempre, desde hace unos 15 años voy a ese extraño bar, en el centro de Mérida, que se ha transformado por completo, sin cambiar absolutamente nada, que es el Mayan Pub. Ahí se escribieron grandes historias musicales de mi vida, alguno que otra ruptura de amistades y hasta fui una vez selectah, porque decir DJ a quien pone las pistas para que Audry Funk cante es decir mucho.

En el cartel había una sola banda, el Capitán Pachamama. Ellos son unos amigos que llevan 10 años haciendo música original en el puerto de Progreso, aunque la alineación ha cambiado con el tiempo, en general se mantiene la base e inclusive algunos se fueron y volvieron. Además, nos une el amor por el reggae, muchísimos eventos que organizamos juntos durante esos años, y también una amistad un poco más cercana con un ser al que le decimos Gato Negro, quien es el baterista del grupo.

Cuando entramos estaban terminando el montaje, conectar micrófonos y preparar las cosas, para quienes no conozcan ese bar, el grupo se pone justo a la entrada del jardín, por lo que toda persona que entra escucha el escándalo primero como si estuviera en backstage, luego junto al baterista, y de último como suena en el resto del espacio. Con esto, de reojo, los músicos pueden ver quienes entran, y saludar a los amigos. A mí me recibieron Daniel y Fito, los vocalistas a quienes abracé con mucho gusto, cruzamos dos palabras sobre la opresión capitalista a la que hay que resistir y continué con los saludos, al bajista y a uno de los guitarristas aún no los conozco, pero también aproveche para abrazar al corazón folk de Mono en la guitarra, y al buen Gato del que les comentaba el párrafo anterior.

Antes de salir del pequeño espacio que funge como escenario me solicitó un abrazo Rivelino, viejo guitarrista del grupo que hoy venía a escucharlos y quien se echó dos palomazos en las canciones más viejitas. Nos sentamos en una mesa para estar de frente a la banda, y pedimos unas cervezas. En esos lugares el sonido es impresionante porque nunca funciona correctamente, y esta vez no fue la excepción, pero eso no importa cuando quieres disfrutar la música en vivo, y si las cervezas vienen lo suficientemente frías, lo cual por fortuna sucedió, se disfruta un poco más.

El primer set tuvo nueve canciones, de las cuales solamente conocía tres, me enteré después platicando con Daniel, que están grabando su tercer disco. Me alegró mucho escucharlos, pero me sentí un poco triste por no conocer las canciones. Después de refrescar las gargantas y estirar las manos, los músicos regresaron a escena para el segundo set, el cual incluyó un bloque cómico musical encabezado por los dos vocalistas, al guitarrista se le había roto una cuerda de la guitarra y había que desempolvar las capacidades de ser una gran pareja de frontmans: chistes, cábula y cantar Sabor a mí a capela le dieron tiempo al guitarrista para estar listo.

En este segundo set me volvió a vibrar el corazón, yo iba viendo la hora y a sabiendas de que el centro histórico de Mérida es un campo de batalla en torno al ruido, me preocupaba que ya fueran a terminar y yo no había escuchado las canciones que quería. Entre el nervio y la emoción se me antojó bailar, pero recordé que estaba cansado y apuré una cerveza para al menos sentir que algo más me apretaba dentro del cuerpo. En eso, viene la habitual presentación de la banda, para quienes no los conocen transcribo algunas ideas que nos pintan al grupo: Frutsi, el vendedor de frutas en el bajo, Mono, El señor de la selva, haciendo malabares en las seis cuerdas, Gato Negro, en los tambores y las letras, organizando las mejores fiestas, en la otra guitarra, Árbol, el andante de los Ents, en la voz, el demente de la mente, Fito Carvajal y, el presentador y también voz, el divo de Progreso, Daniel Uicab.

Me reí mucho, disfruté, y por fortuna, hacia el cierre del set, Babilonia tembló con Ser León, y la canción que apadrinó mi jardín durante la pandemia, Plantitas también sonó. Antes de irme pude platicar un ratito con varios de ellos, volvernos a abrazar y prométeme a mí mismo tratar de escucharlos seguido porque si hablamos de resistir, no todos los afectos lo logran ante la sequía de encuentros.

Al volver a escuchar al Capitán Pachamama me di cuenta no hay mejor forma de enfrentar la vida que como ellas, las plantitas, y concluir un texto como la canción.


Como las plantitas
resistiendo estamos
Como las plantitas
Para arriba vamos.


@RuloZetaka

 

Lea, del mismo autor: Unas fieras habitan en mi armario

 

Edición: Estefanía Cardeña


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