Enrique Montalvo
Se suelen menospreciar los alcances de los estudios y análisis históricos y sociales. Asombra observar cómo, cuando las investigaciones logran comprender los procesos en que las sociedades y sus grupos se ven inmersos, pueden obtener no solo explicaciones profundas de lo que sucede, sino que incluso encuentran bases bastante sólidas para predecir su rumbo futuro.
Hace casi tres décadas, en 1996, publiqué bajo el sello editorial del INAH y La Jornada, el libro: México en una transición conservadora. Ahí condensé lo que hoy constato eran las raíces de los reagrupamientos que la derecha mexicana ha realizado en tiempos recientes para tratar de enfrentar la derrota política que sufrió en 2018 y que hoy se manifiesta como una gran crisis para las organizaciones que la conforman.
Tras la crisis de legitimidad que se desencadenó en 1988, por lo que muchos consideraron con sólidos indicios estadísticos y múltiples testimonios, como un fraude electoral que concluyó en la imposición de Carlos Salinas como presidente, se comenzaron a perfilar nuevas formas de organización institucional y de repartos autoritarios del poder que incluyeron al Partido Acción Nacional. El planteamiento retórico de las partes era que entraríamos en un proceso democratizador. El objetivo real era sustentar, con el apoyo de quienes meses antes se presentaban como adversarios políticos (PRI y PAN) la adopción de un profundo paquete de medidas de carácter capitalista neoliberal, con efectos devastadores para el conjunto del país, para el poder adquisitivo de los sectores medios y trabajadores. En fin, un proceso de desmantelamiento del Estado (más de mil empresas públicas se remataron entonces), y de acumulación grosera de capital de los grandes grupos empresariales.
En resumen, la alianza que se orquestó entonces entre el PRI y el PAN, y en la que participaron instituciones conservadoras como la Iglesia católica mexicana, logró medidas tan profundas o más para favorecer y crear grandes monopolios, que las que lograron dictaduras como la de Pinochet.
Solo que en México no se requirió de un golpe de Estado militar, resultó suficiente con reunir en un nuevo pacto vergonzante al sector de la clase dirigente que, como decía José Revueltas, no formaba parte del gobierno (el que se agrupaba bajo las siglas del PAN), haciéndolo paulatinamente parte cada vez más importante del mismo. Entonces, cuando consideró que estaba madura y bien afianzadas las bases que sustentaban su alianza, la élite dirigente priista le entregó el aparato de gobierno al PAN en el año 2000, en lo que se llamó alternancia en el poder.
Como escribí al inicio de este artículo, los arreglos y componendas que vendrían después e incluso la llegada al gobierno del PAN podían predecirse ya desde el inicio del pacto entre Salinas y los líderes del PAN. Era lógico que, compartiendo valores y proyectos tan similares, los principales partidos del escenario político mexicano de los dos últimos tercios del siglo XX, el PRI y el PAN, perfilaran la alternancia, tratando de evitar a toda costa que el proyecto compartido sufriera alguna merma.
Podemos viajar ahora a mediados del siglo XX, cuando en un libro por muchos aspectos notable; México: una democracia bárbara, José Revueltas, mostró las grandes similitudes, así como algunas diferencias entre el PRI y el PAN. Subrayaba ahí que, más allá de los grupos específicos que representaban, no había un abismo infranqueable entre los componentes de ambas organizaciones partidarias. Bastaría con que “las circunstancias la empujen, -un poco, no mucho, en ese sentido” para que los arreglos se lograran.
Y así se dio desde los inicios del gobierno de Salinas, y continuó posteriormente de manera acelerada. Con el resultado de las elecciones de 2018 se rompió el arreglo oligárquico que permitía a las élites neoliberales continuara proyectando una ilusión de democracia, el arreglo que se sustentaba en un bipartidismo excluyente que blandía la alternancia de partidos para lograr la perpetuación del capitalismo neoliberal como único proyecto de organización política de la sociedad mexicana, con todas sus consecuencias para nuestra economía, vida social, cultural, y nuestro desarrollo nacional.
Lo más interesante y significativo es que el gobierno de López Obrador demostró que es posible perfilar la salida del oscuro túnel neoliberal, sin que el país se derrumbe como gritaba la oposición. Las políticas del nuevo gobierno han logrado enorme legitimidad social y prosperidad económica, los logros son sorprendentes y se requerirían varios artículos para señalarlos y analizarlos. El hecho es que las viejas organizaciones del neoliberalismo se han visto reducidas a su mínima expresión. El PRI acaso podría extinguirse y ahora, en la oposición, los motivos de la alianza entre los partidos señalados responden más a la desesperada búsqueda de la sobrevivencia, que a las que los llevaron a pactar para retener mejor el poder a partir del salinismo. Pero así son los vuelcos de la política.
Profesor investigador en Historia del Centro INAH-Yucatán
Coordinadora editorial de la columna:
María del Carmen Castillo Cisneros; profesora investigadora en Antropología Social
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