La relación que establecen los habitantes de una población con ésta posee varios niveles. El básico es la ocupación de un espacio específico, contar con un domicilio; de ahí sigue el modo de recorrer la urbe, y luego está la nomenclatura de sus vialidades y áreas públicas, lo que lleva finalmente a la relación con la autoridad y a que los nombres oficiales no sean los mismos que los populares.
El año de 1897 fue el último del cuatrienio de Carlos Peón Machado al frente del gobierno de Yucatán. Su administración, según sus críticos, tuvo como sello el querer aplicar a rajatabla las Leyes de Reforma; la absoluta separación de lo civil y lo religioso. Así se explica cómo el derrotero del carnaval de ese año, expresado por la autoridad municipal, resulta un tanto extraño para quien lo revise, especialmente por los nombres de los parques.
Debe considerarse también que todavía no se inauguraba el Paseo Montejo, así que los desfiles de carnaval atravesaban el corazón de la ciudad, prácticamente de un arco al otro. El punto de partida, según nos deja saber el periódico El Eco del Comercio en su edición del 25 de febrero de 1897, replicando a su vez la publicación del decreto municipal del día anterior, era la “Plaza de La Libertad”, nombre oficial del parque de La Mejorada. De ahí, los carruajes debían dirigirse hacia el poniente sobre la calle 59 por tres cuadras, pues llegando a la 58 doblaban hacia el norte y de inmediato viraban sobre “la calle 59 B”.
¿Cuál era esta calle 59 B? En algún momento cambió su nomenclatura pues actualmente figura como 57 A. Quienes solemos recorrer el Centro Histórico la conocimos como “Callejón del Congreso”. Al llegar a la calle 60, el contingente debía dirigirse de nuevo hacia el sur y, media cuadra después, enfilar otra vez sobre la calle 59 hasta llegar a la “Plaza Degollado”, que no es sino el parque del barrio de Santiago. Ahora, los carruajes daban la vuelta para regresar sobre la misma calle 59 hasta el cruce con la calle 62, para llegar al ángulo suroeste de la “Plaza de la Independencia”; mejor conocida como “Plaza Grande”.
El boletín del ayuntamiento de Mérida utiliza varias veces la palabra “carruajes”. Estos, una vez alcanzado el ángulo suroeste de la Plaza Grande, tomaban la calle 63 y avanzaban una cuadra, hasta el cruce con la 64, para dar la vuelta a la manzana, pues al alcanzar la 65 volvían a dirigirse hacia el norte sobre la 62, para avanzar hacia el ángulo sureste de la Plaza (la calle 60), hasta alcanzar el “Parque Hidalgo”. Éste sí, tal vez el único cuyo nombre oficial coincide con el popular. Lo curioso para el viandante actual es que el desfile debía pasar “por los costados sur y oriente del mismo Parque Hidalgo”; es decir, existió una separación entre el parque y los edificios localizados precisamente en esos costados.
Del Parque Hidalgo, los carruajes tomaban de nuevo la calle 59 y regresaban al punto de partida, completando el paseo.
Ahora, el ayuntamiento no mencionaba absolutamente nada de los puntos en que la población podía ver los desfiles, y con toda seguridad los vecinos sacaban a la puerta de sus casas las mismas sillas que salían todos los días para “tomar el fresco”, mientras los visitantes se concentraban en los parques.
En cuanto a las prevenciones, hallamos que “los carruajes y las caballerías” únicamente podían salir y entrar del desfile en las plazas de “La Independencia”, “La Libertad” y “Degollado”. Los automóviles eran prácticamente inexistentes en Mérida y las calles soportaban el paso de vehículos de tracción animal en ambos sentidos.
El orden también se hacía presente, aunque la prohibición de lanzar “huevos, naranjas y en general cualesquiera cuerpos duros o aguas de color de cualquiera clase que sean, que puedan lastimar, manchar o producir malos olores”, indica que esto ya había ocurrido en más de una ocasión y que la variedad de proyectiles era amplia. También estaba prohibido “sacar a los paseos o a la vía pública, carros alegóricos o disfraces que signifiquen una ofensa a determinados bandos políticos de otra nación o de la República mexicana”, así como hacer alusiones ofensivas de carácter político, de cualquier índole, “en las hojas impresas que circulan en los días del Carnaval con el nombre de bandos o con otro cualquiera”.
De que el ambiente de carnaval era otro, y la calidad de las transgresiones también era algo a lo que no reaccionaríamos igual hoy en día.
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