Ahí por los años sesenta, cuando la música se estaba reinventando con Chubby Cheker, Elvis Presley y los Beatles, en Mérida, las niñas con coche y tiempo libre solían decir los domingos: “vamos a dar una vuelta al campo, a ver quién llegó”.
En la ciudad de México, las familias iban a ver aterrizar desde un espacio que las autoridades construyeron para protegerlos de colgarse de las rejas de la avenida. Desde ese lugar fui a ver aterrizar la novedad de entonces, el Concorde.
Los campos aéreos perdieron los campos y se volvieron aeropuertos, que, por lo general, eran largos y crecieron a dos pisos, cuando llegaron los gusanos que te conectaban con el interior del avión. La técnica revolucionó y los vuelos se acortaron. Ahora se va y se viene a una junta.
El cambió mayor llegó con la pandemia. Salimos del encierro de dos o tres años (hay quienes no lograron salir) y nos encontramos demasiadas novedades. En Mérida, la hora “pico” del tráfico, se volvió de tiempo completo. Nos encontramos con edificios altos por doquier, placas de todos los estados con maneras diferentes de manejar que nos dicen que urge capacitación general. En la carretera a la playa descubrimos unas veletas muy altas y los precios de las casas en compra y renta, más. Y a aquel campo al que íbamos a ver quién llegaba, ya no conocemos a nadie y los inmensos pasillos te hacen refunfuñar el tener el orgullo de no haber pedido la silla de ruedas, que quieras que no, llegará su momento.
Esto es lo que me sucedió en el aeropuerto más grande del mundo que se encuentra en Estambul. Los gentiles habitantes que conocí hace unos 20 años, ya no están. Hace cinco años me tocaron los estrenos de esta mega obra, en la que se pierde cualquiera. Todos parecían tímidos.
El éxito turístico que tiene Turquía me dice del gran trabajo que han hecho por presentar la capital del imperio Otomano y la inmensa cantidad de tesoros que tienen para ofrecernos.
Comenzaron a llenarnos con novelas turcas. Hombres guapos y poderosos que luchaban para enfrentar el mal. Temas novedosos ante el refrito conocido hasta el hastío, de cenicientas y charros. Corea le siguió el paso y aún hoy en día compiten. Lo curioso es que en este viaje nos enteramos de que, en Bali, Indonesia, los guías en español, lo aprenden viendo las novelas de María del Mar y Rosa Salvaje, porque no hay escuela para hacerlo. Mandan saludos.
Turkish Airlines innova para atraer pasajeros y volverlos clientes. Si tienen más de seis horas de espera, hay un mostrador que ofrece tours gratuitos para visitar Santa Sofía, al Bazar de las especies o al Bósforo. Una paseadita y regreso a tiempo para tomar el vuelo que sigue. La nuestra que era de 20 horas en espera de salir a las 2:30 am a Ciudad de México y Cancún, nos dieron hotel para descansar. El servicio de los aviones es muy bueno, su problema mayor, que se está volviendo mundial, es que las constructoras cada vez construyen más aviones con espacios de piernas reducidas.
Como quiera, a pesar de tener por todas partes carteles diciéndole a los pasajeros que están a su servicio, me toco mal trato del cajero de un restaurante, por tener dólares. Y cuando tuve que aceptar la necesidad del apoyo del servicio de sillas de ruedas para circular en los pasillos del mayor aeropuerto del mundo. Los “choferes” de estas sillas motorizadas, parados atrás, juegan carreras como chamacos post pandemia, mientras los usuarios se aferran hasta con uñas para no salir despedidos en una vuelta. Lo peor es el mal trato en los centros de embarque, donde personas mayores de todas partes del mundo, sin hablar turco ni inglés, entienden las órdenes por el tono de voz y los ojos con rayos y centellas.
Señores, ya llegamos a Turquía, trátenos bien. pregúntele a Singapur cómo le hace para tener si no el más grande, sí, el mejor aeropuerto del mundo. Todos eran gentiles anfitriones, dándonos la bienvenida a su país. La que me apoyó con la silla también lo hizo para llenar un nuevo documento.
Salimos de la pandemia y muchos jóvenes, se atoraron en la tecnología y no ejercieron la empatía en sus vidas, ahora, les urge darse cuenta de que es parte de su trabajo; sobre todo con personas con necesidades especiales.
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