Hace casi una década creé un personaje y ha sido un proyecto de escritura que ha madurado muy de a poquito. Pretendía rescatar memorias de mi infancia y adolescencia a través de ficcionalizar las historias con un narrador que sería el protagonista, pero que no tendría la capacidad de hablar con otros personajes que aparecieran en los relatos. Lo complementé haciendo un pequeño homenaje a un personaje de Borges que me apasionó y que posee una capacidad infinita para recordar. El nombre de mi personaje es “Silente el Memorioso” y este texto, podría haber sido escrito por ese personaje.
Las memorias de mi infancia y adolescencia estuvieron veladas por muchos años. El ambiente familiar estuvo enrarecido por el continuo descubrimiento de padecimientos de mi papá, que durante años fue coleccionando problemas físicos y síquicos. Eso me daba miedo y me confundía así que me empeñé durante muchos años pensar en ello lo menos posible. Y lo logré, me contaba otras historias de mí mismo mientras dejaba en un rincón inaccesible los momentos mas oscuros.
En Navidad, cuando tenía cinco o seis años, había llegado a mis manos una consola de videojuegos, la NES, en ese momento simplemente conocida como “el Nintendo”, era el sueño de todos los niños de mi edad. Los juegos violentos eran el anhelo, pero los juegos de Mario Bros. eran lo mas común. Me pasé horas jugando con el famoso fontanero y contaba mi papá que me emocionaba mucho cuando jugaba y que le daba gusto verme contento frente a la tele.
Unos pocos años después llegó la Super Nintendo, una consola con la que aprendí a tener más pericia para jugar y la que me ayudó a tener mis primeras amistades entrañables. Mario y José Alberto fueron mis amigos de la primaria con los que conecto directamente con ese recuerdo.
Todo cambió cuando llegó el Nintendo 64. No sólo por la consola de última generación, sino que los problemas en casa se agudizaron.
Me pasaba muchas tardes en compañía de esos amigos jugando, gritando y pasando niveles. No se cuantas de esas ocasiones fue un alivio para mi mamá no tener que cuidarme por las tardes y dejarme encargado en casa de alguien más, o más precisamente, en la consola de alguien más.
A pesar de ello, encontré otro camino que durante mucho tiempo me parecía inesperado. Me descubrí a mí mismo disfrutando de jugar en soledad. Con la cercana adolescencia mis capacidades lingüísticas se ampliaron con el inglés y ahora podía comprender juegos más complejos y no batallar con las instrucciones que nunca entendía en los juegos del Super Nintendo. Los diseños 3D, los juegos complejos de rol y las mañanas frescas, como en la que estoy escribiendo este texto, eran mi combinación favorita.
Frente a la televisión y con un control en la mano encontré lo que me hacía falta, la capacidad para disfrutar de la soledad logrando pequeñas metas que no significaban nada para nadie más que para mí. La soledad de la consola fue un refugio donde podría estar a salvo de todos los monstruos que habitan en nuestra realidad.
Y en ese refugio encontré un mar de calma.
No quiere decir que la calma inhiba las emociones fuertes, disfruto tanto jugar con personas que hacerlo solo. Grito, brinco y me carcajeo con las demás, pero también me concentro, respiro profundo y lloro con las historias que se narran. La calma radica en saber, que al menos ahí, todo está bajo mi control.
Anoche decidí volver a tener una consola de videojuegos. Durante años estuve sin una pensando que era un refugio que sólo me serviría en la infancia, pero el duelo me trajo a aquí, al primer lugar donde me sentí tranquilo y seguro mientras caía un diluvio afuera.
Cambió nuestro mundo. Ahora toca seguir jugando.
@RuloZetaka
Edición: Emilio Gómez
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