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Foto: Fernando Eloy

El agua es una de las preocupaciones mundiales que marcan el milenio. No se trata únicamente de que la población tenga acceso a ella, sino de la calidad del recurso. Sobra decir que su distribución, como ocurre con otros elementos básicos para la vida, es desigual en el planeta.

El agua dulce es un recurso limitado incluso en México. Aquí, mientras algunas regiones están marcadas por alta humedad y precipitaciones pluviales, otras se distinguen por su aridez. A pesar del desequilibrio, el consumo per cápita ronda los 360 litros diarios, según dio a conocer José Carmelo Zavala Álvarez, director del Centro de Innovación y Gestión Ambiental (CIGA).

 

Lee: El consumo de agua por habitante al día ronda los 360 litros en México: CIGA

 

En estadística, la media es tenida como una medida engañosa precisamente porque es resultado de un equilibrio entre extremos que pueden resultar muy distantes entre sí. La Organización Mundial de la Salud estableció que una persona requiere, como mínimo, 100 litros de agua al día, esto tanto para mantenerse hidratada como para cocinar y para la higiene corporal.

A comparación de otros países, el consumo de agua promedio en México resulta hasta escandaloso. Sin embargo, hay que reconocer que en el mismo país hay una gran desigualdad en el acceso al agua potable. La misma Ciudad de México es el mejor ejemplo de ello, pues en un espacio sumamente reducido se puede ver la inequidad en cuanto a las posibilidades de contar con el vital líquido; desigualdad asociada también al nivel socioeconómico al que se pertenece.

Ahora bien, la estadística que se dio a conocer omite varias consideraciones, como si se trata exclusivamente del agua dedicada al consumo domiciliario o si contempla el consumo generalizado, porque el establecimiento de industrias o que la región sea predominantemente agrícola o ganadera elevan artificialmente el promedio.

Entonces, un asunto que en apariencia se resuelve con medidas sencillas y aplicables en el ámbito individual, como adoptar medidas de ahorro dirigidas a disminuir la cantidad de agua empleada en la regadera o el inodoro, así como asegurarse de que no haya fugas, resultan insuficientes porque el derroche se encuentra en otra parte, ahí donde se practica riego por inundación o se utiliza un gran volumen del líquido para la producción de un bien. 

Mención aparte merece el grado de contaminación con que el agua regresa al manto freático. En general, México tiene déficit de plantas de tratamiento. En buena medida, han sido las empresas las que han recurrido a estas instalaciones, a fin de economizar en sus diversos procesos. Cabe decir que las medidas de ahorro de agua en la industria obedecen a que hoy en día los mercados pueden castigar a los negocios que desperdicien un recurso que ya no es considerado una mercancía, sino un derecho humano.

El acceso al agua suele ser noticia en el país, generalmente asociada a la falta del líquido en algunas zonas del norte, como Nuevo León, o a las medidas que deben tomar las autoridades en la Ciudad de México para asegurar que alcaldías como Iztapalapa tengan un mínimo de condiciones de habitabilidad.

En la península de Yucatán, el tema se ha vuelto cada vez más importante, especialmente porque el costo de contar con una red de distribución del agua potable es más elevado que en otros lugares del mundo porque la región carece de fuentes superficiales; es necesario perforar pozos para extraerla y, cuando se creía que los cenotes eran ríos subterráneos, mucha gente los utilizó como desagüe de sus baños, contaminando desde entonces el manto freático más próximo a la superficie. Agreguemos el uso descontrolado de herbicidas y plaguicidas en el campo y obtenemos un coctel emponzoñado cada vez más difícil de tratar para siquiera un uso secundario.

La falta de agua, o su contaminación, afectan a toda la vida sobre el planeta, no únicamente al ser humano, por lo que un uso más eficiente, y que de verdad se apliquen las políticas públicas ya existentes para su ahorro y cuidado, deben ser un fin colectivo, que involucre a gobiernos, iniciativa privada y ciudadanía por igual. El beneficio será igualmente para el mundo. Posiblemente, podamos destinar al olvido la Oda del viejo marinero, de Samuel Taylor Coleridge y su verso “agua, agua en todas partes, ni una sola gota para beber”.

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Edición: Estefanía Cardeña


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