La guerra sucia ha acompañado a Andrés Manuel López Obrador desde su primera incursión como candidato presidencial en 2006. En aquel entonces las redes sociales virtuales no tenían la presencia que poseen hoy, bastó el mensaje constante en los medios tradicionales, repetidos hasta el cansancio por el Partido Acción Nacional y organizaciones empresariales para que la etiqueta “un peligro para México” quedara asociada al candidato que había arrancado puntero y con más de dos dígitos de ventaja.
La polarización política del país comenzó ese mismo año. El resultado de las elecciones fue difícil de aceptar para muchos. Oficialmente, la diferencia final fue de menos de dos votos por casilla instalada. En otras latitudes, esto habría conducido a una segunda vuelta electoral, pero la legislación mexicana sigue sin incluir esta posibilidad. Seguimos confiando en que nuestra democracia está garantizada y existirá la unidad nacional, aunque quien gane la elección lo haga por un solo voto. Las lecciones de 2006 fueron olvidadas prácticamente de inmediato en el Legislativo.
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Ahora, en redes sociales circula profusamente la etiqueta #NarcopresidenteAmlo. Revive la idea del peligro para México. A diferencia de entonces, no es necesaria una gran inversión para que el mensaje llegue a una buena parte de la población, especialmente a la que tiene derecho a votar el próximo 2 de junio. De haber dinero para esta campaña, sería muy difícil rastrearlo, pues no es necesario ser una empresa constituida y emitir facturas para compartir una publicación.
López Obrador urgió este miércoles al Instituto Nacional Electoral (INE) que investigue esta campaña, algo que no necesariamente está entre las facultades del organismo, pues financiar una guerra sucia no es algo que los partidos vayan a reportar como actividad o destino de sus prebendas.
El escenario electoral de este año no es en realidad muy distinto del que ha habido anteriormente. Ya Francisco I. Madero mencionaba en su libro La sucesión presidencial en 1910 que si los mexicanos pretendían transitar hacia un régimen democrático era necesario vencer a base del sufragio efectivo, por encima de los vicios que desde entonces caracterizaban los comicios, y esto sin haber vislumbrado que, como candidato, sería llamado El loco Madero por prácticamente todos los periódicos que cubrieron sus giras.
Hay una enorme diferencia entre llamar “loco” a un candidato y calificar de “narco” al presidente. Lo primero puede ser hasta un elemento refrescante en la democracia, y hoy por hoy es una característica de los nuevos populistas; Donald Trump y Javier Milei son ejemplo de que estos personajes tienen una oportunidad real en la competencia democrática (o demagógica). Por el otro, es un ataque a una institución que idealmente cuenta con legitimidad, conferida en las urnas.
Pero, también en el terreno de lo ideal, las elecciones deben ser una fiesta popular, en la cual la nación entera decide quiénes serán sus representantes durante los siguientes tres o seis años. Lo deseable sería un ambiente de paz, de concordia, que facilite llegar al sentimiento de que, independientemente del resultado, habrá unidad en torno a quienes se alcen con el triunfo.
Sólo así puede entenderse el llamado a que las únicas armas que puedan emplearse en la campaña (que no deja de ser un término bélico) sean las credenciales de elector y los votos; ni la fuerza ni las trampas. Tampoco los mensajes que pongan en duda la calidad moral de los contendientes, vinculándolos al crimen organizado.
Pero las pasiones ya están desatadas. La historia de los procesos electorales lleva varios años con alguna mancha. En 1988, Carlos Salinas llegaba a la Presidencia con todo y la publicación del libro Un asesino en la Presidencia; Ernesto Zedillo, como candidato sustituto tras el asesinato de Luis Donaldo Colosio. En fin, cada seis años, la campaña incluye un elemento que mina el prestigio de alguno de los aspirantes.
Pero el que este elemento se encuentre presente cada seis años es algo que la nación tendría que desterrar de la vida política, si es que aspiramos a una democracia más limpia. El clima de sospecha de que el narco estaría participando en las elecciones presidenciales, ¿no sería un indicio de que ya controla la política a nivel local y que se encuentra inmiscuido en todos los partidos? El peligro está en creer que esto es una realidad de la que no se puede escapar.
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