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Los jardines de lluvia de Bacalar

Para que la localidad preserve su magia es primordial cuidar su ecosistema
Foto: Juan Manuel Valdivia

Más allá de todas las designaciones oficiales, Bacalar es —y ha sido siempre— un paisaje mágico. No digo pueblo, porque la magia de Bacalar no empieza ni termina en su centro de población. Surge más bien de una compleja interacción entre el clima, agua, suelo, roca, mar, selva, elementos de la biodiversidad local e interacción con las comunidades humanas, que ha dado lugar a un arreglo singularísimo, capaz de maravillar, serenar y marcar por siempre a quienes habitan la región, y a quienes tienen la fortuna de visitarla cuando menos una vez en su vida.

Lamentablemente, esta misma condición de lo que podría considerarse una suerte de privilegio ambiental —o de magia, si se prefiere— ha sido motivo para que Bacalar sea presa de múltiples intereses, locales y foráneos, que no ven más allá de su beneficio particular y de corto plazo, y han ido promoviendo decisiones de autoridad que evitan cualquier esfuerzo consistente por proteger la calidad paisajística de este fantástico complejo lagunar. Paradójicamente, todos los voceros de estos intereses se ostentan como protectores de la Laguna, y de los intereses legítimos de sus residentes locales, y con esa bandera han logrado ir desarticulando todos los esfuerzos por establecer un mecanismo formal, jurídicamente sustentado, económicamente viable, culturalmente admisible, y ambientalmente coherente.

En estas circunstancias, lo que ha sido siempre un ecosistema vulnerable, ha visto cada vez más comprometida su resiliencia, y se ha visto sometido a impactos y presiones cada vez más intensos, generados por la confluencia en su territorio de diversas actividades humanas, las más de las veces vinculadas con una concepción del desarrollo turístico en la que la sustentabilidad ambiental a largo plazo se juzga en realidad como un escollo a vencer para quienes esperan sacar de Bacalar los mayores beneficios posibles en el menor tiempo, así sea a costa de la capacidad de las generaciones futuras de acceder al goce que significa la existencia de este paisaje insustituible.

A pesar de ello, contra viento y marea, y frecuentemente a pesar de una oposición feroz, obcecada e impermeable a la razón, hay personas y organizaciones que insisten tozudamente en emprender acciones que permitan mantener viva la esperanza de que se pueda construir en Bacalar una relación entre la sociedad y la naturaleza, que asegure la construcción de un paisaje saludable, resiliente y —¿por qué no?— bello. Aunque se les tilde con frecuencia de ser una suerte de agente de oscuras fuerzas ajenas a los intereses de los habitantes de Bacalar, y se les acuse de no preocuparse en realidad por nada que no sea obtener dinero, lo cierto es que en efecto consiguen recursos para llevar a cabo proyectos de diversa índole, que contribuyen a conocer mejor  y más a fondo lo que acontece en Bacalar, y a promover y ejecutar acciones capaces de contribuir a mejorar las relaciones entre las actividades humanas en la zona y el funcionamiento ecosistémico del complejo de lagunas. También es cierto que los recursos obtenidos para el financiamiento de estos proyectos —que suele provenir de agencias internacionales, como GIZ, por ejemplo —no se le hurta a nadie, sino que se utiliza para ejecutar acciones diseñadas para beneficio de la comunidad y del entorno.

 

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Un ejemplo reciente de esta relación que pone en conflicto los intereses de conservación de Bacalar con los de quienes solamente ven oportunidades para hacer crecer un modelo de desarrollo convencional e insustentable, con una desprecio absoluto por la calidad del ambiente y la solidaridad intergeneracional, es lo que ha sucedido con los que se conocieron como los jardines de lluvia en la cabecera municipal, como los que se inauguraron en el año 2022, con la participación de la autoridad local, en la Unidad Deportiva Serapio Flota Mass.

Los jardines de lluvia son humedales artificiales, diseñados para retener agua de lluvia, evitando así que llegue con fuerza y arrastrando sedimentos sin control hacia cuerpos de agua naturales. Sirven además como sistemas de tratamiento de aguas servidas, ya que las plantas que crecen en ellos reducen la concentración de nutrientes en ellas, y funcionan también como jardines botánicos que nos ofrecen la oportunidad de conocer la vegetación acuática de manera inmediatamente accesible. Es cierto, sin duda, que no son la panacea para resolver la problemática que afecta a un sistema lagunar de la complejidad de Bacalar, pero sí son una muestra de lo que puede ser una solución verde, para que las ciudades que se desarrollan cerca de cuerpos de agua vulnerables resulten más sustentables sin incurrir en gastos demasiado onerosos, y sin depender de la adquisición de tecnologías que demandan un mantenimiento exigente y la formación de personal altamente calificado.

Por desgracia, la autoridad municipal en Bacalar, en lugar de replicar esta solución, y convertirla en una propuesta que puede contribuir a la adaptación a la emergencia climática y a la crisis del agua, ha optado por convertir los jardines ya existentes en aceras convencionales, planchas de cemento que no pueden cumplir otra función más allá de facilitar el tránsito de peatones, cosa que podría haberse solucionado sin destruir lo que ya se había elaborado a través de esfuerzo – técnico y financiero – que por cierto no le había costado al erario municipal, y que además podía haberse convertido en un recurso para respaldar una narrativa que presentara el municipio de Bacalar como una comunidad amigable con el ambiente, y empeñada en proponer vías para una mejor relación entre la ciudad y su entorno. Además del desprecio que esta decisión muestra ante las contribuciones que científicos y organismos internacionales ofrecen para mejorar las condiciones ambientales de Bacalar, subraya la determinación por apostar por el corto plazo, y desligarse de cualquier responsabilidad ante la necesidad de proteger el sistema lagunar que hace que Bacalar sea, en efecto, mágico.

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Edición: Fernando Sierra


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