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El último viaje al caribe

Invitación a la lectura de 'En agosto nos vemos'
Foto: Penguin Random House

En la pasada Feria Internacional de la Lectura Yucatán (Filey) llegaron a mis manos dos docenas de libros, entre compras, regalos y encuentros inesperados se me llenó la mochila, y se amplió la lista de pendientes por leer. Seleccioné cinco para iniciar la lectura, pues soy de esas personas que navegan entre varios libros a la vez. También mientras los estoy leyendo, voy tomando notas y más recientemente, usando post-it en ellos. Cada vez que abro una página me descubro en una nueva búsqueda de la Invitación a la lectura especial, algo que recomendar y tratando de encontrar placeres ocultos entre las hojas.

En esta ocasión me debatí fuertemente si escribir o no este texto, trato de acercar estas invitaciones a libros que no son tan conocidos, o novedades extravagantes que se encuentran en ciertos rincones. No lo logré, desde esta mañana empecé En agosto nos vemos (Diana, 2024) y regresé a García Márquez por un ratito, tan breve que al medio día ya había concluido la historia.

Podría detenerme en la magnífica prosa de Gabo, o en los pequeños resbalones a su pulcritud que se pueden observar en esta obra póstuma, sin embargo, preferí centrarme en las razones por las cuales me acercó a un lugar en mi memoria insospechado gracias a su última historia de amores y desamores.

Ana Magdalena Bach va cada 16 de agosto la tumba de su madre para contarle lo que pasó todo el año. Ahí le rememora la vida de su feliz familia y del paso del tiempo. La tumba está en una isla lejana a donde ella habita, por lo que el viaje anual lo hace sola y dura poco más de 24 horas. La historia arranca en uno de esos viajes cuando la protagonista tiene un encuentro inesperado en el ocaso de su año 46 de vida.

El ambiente de la isla me regresó a una lectura que hice hace como 15 o 16 años, el libro de 40 aniversario de la publicación de Cien años de soledad, había sido publicado en 2007 y por alguna extraña razón, en esas luciérnagas inesperadas, mi papá me lo había traído de un viaje que hizo a Estados Unidos.

La lectura de Cien años de soledad me cacheteó, pero no por lo que se esperaría de la pluma impecable del Premio Nobel, sino porque me develó algo que había estado velado para mí: de alguna manera que aún no sabía reconocer, mi cultura tenía un sabor caribeño.

Sucedió el hallazgo al ver tantas palabras que venían en el glosario de aquella edición que para mí eran familiares y que este recuerdo se avivó nuevamente hoy que leía al leer la palabra “bahareque” en las primeras páginas de En agosto nos vemos. El ambiente donde transcurre la obra tiene ese aire soporífero de la canícula, a veces con la fortuna de una lluvia mortecina que antecede al vendaval y se plasma en una isla que, al menos al principio de la obra, va despacito, con un andar caribeño que no puede consigo mismo.

Este andar fue el que me llevó a mi infancia en los noventa en la ciudad de Mérida. Los viajes y el ritmo era diferente al actual y vi en la isla que visita Ana Magdalena Bach un recuerdo que venía como exhalación: esos tonos ambarinos bajo la sombra de un árbol a las tres de la tarde cuando le tienes que pedir plegarias a las hojas para que se muevan trémulamente y te refresques un poco.

En esa infancia viajaba a la playa con alguna frecuencia, podría ser Chelem, Telchac o Cancún, dependiendo de la época, y con cada página que desgranaba de la obra mientras transitaba en la isla venían nuevos recuerdos: los cementerios velados para la mayoría de la población, los coches destartalados que hacen de taxi, los hoteles donde el ventilador gira con parsimonia, las cabañas de la ola new age y por supuesto la música de fondo que engalana toda la novela.

Creo que también nos deja algo Gabo en esta obra póstuma que al menos yo no esperaba, esa necesidad de remar en contra de la idea de que la vida ya está muy hecha cuando te consideran un adulto. Cada vez que entierras la pala en el agua para remar con Gabo cuestionas la identidad que se desdobla a pesar de la edad, la que contraviene los preceptos de lo que nos enseñaron y también con la que hay que mediar para no caer en el abismo de la culpa. Como siempre, los personajes de Gabo siguen su vida, aunque pareciera ya muy hecha a su edad, y nos regalan un susurro de vitalidad a pesar de su cansado andar.

@RuloZetaka

Lea, del mismo autor: Hogar, migrar, anidar

 

Edición: Estefanía Cardeña


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