Durante una de mis primeras experiencias de rescate o exhumación de un esqueleto prehispánico, descubrí una cuenta de jade colocada a la altura de la boca del difunto, un gesto destinado a facilitar su tránsito al más allá según las creencias de la época. Como pasante en aquel entonces, la emoción me embargó y, sin demora, informé a mi coordinador. Juntos documentamos el hallazgo con fotografías y dibujos, y lo incluimos en nuestro informe.
La relevancia de las piedras y minerales en las culturas precolombinas no solo radica en sus múltiples usos, sino también en sus connotaciones cósmicas. Entre todas las piedras preciosas y minerales que los pueblos mesoamericanos empleaban, el jade destacaba por encima de todas, considerado un símbolo de vida incluso más valioso que el oro. En el México prehispánico, el jade concentraba las más altas fuerzas divinas y se le asociaba estrechamente con el agua, la vegetación y el sol. Ninguna otra sustancia gozaba de su sacralidad ni otorgaba una protección tan completa como esta piedra verde o verde-azul.
La arqueóloga Mary Louise Ridinger realiza una comparación perspicaz al equiparar la eternidad del jade con el emblemático lema de la compañía De Beers, "Los diamantes son para siempre", que ha perdurado por más de cien años, lo que resalta su profundo valor simbólico. Para contextualizar este ejemplo en el mundo maya antiguo, imaginemos a un príncipe maya expresando a su prometida: "Mi amor por ti perdurará tanto como el jade", evidenciando así la perdurabilidad y el significado atemporal de esta piedra preciosa. Ridinger enfatiza que el jade de los mayas mantendrá su aspecto inmutable a lo largo de milenios, siempre y cuando nuestro planeta siga existiendo, subrayando así la importancia y la trascendencia del jade en la cosmovisión y la cultura mayas.
El jade tenía múltiples usos, entre ellos el ornamental, funerario y ritual. Desde una perspectiva ornamental, los mayas fueron quizás los que más recurrieron al jade, creando impresionantes piezas como collares, brazaletes, orejeras, narigueras, diademas, tobilleras y bezotes, estos últimos colocados en una pequeña perforación entre la boca y el mentón. La investigación arqueológica revela que los objetos de jade formaban parte de la dote de las mujeres de la nobleza y pasaban de una dinastía a otra por matrimonio. Además, el jade se utilizaba para incrustaciones dentales, una práctica reservada para las clases dominantes; como lo señala Sahagún, quien afirma que "es señal de nobleza quien la lleva", mientras que a los macehuales no se les permitía. Estas incrustaciones dentales probablemente impresionaban psicológicamente a las personas comunes y contribuían a mantener el respeto por la jerarquía.
Respecto a sus usos utilitarios y rituales, tanto los mayas como los olmecas empleaban el jade en la fabricación de herramientas como hachas y puntas de flecha. Aunque algunos investigadores sugieren que su dureza podría haber motivado este uso, otros opinan que, aunque tuvieran forma de herramientas, se destinaban principalmente a rituales u ofrendas.
Entre sus usos más extendidos están las máscaras funerarias, tal vez porque, como ya mencionamos, el jade representaba la vida eterna. Entre ellas, es famosa la máscara de jade del Señor Pakal, en el Templo de las Inscripciones en Palenque. Más recientemente, en Calakmul, Campeche, fue hallada una espléndida máscara de jade en la Tumba I de la Estructura VII que se puede admirar hoy día en el Museo de Arquitectura Maya, situado en el Baluarte de Nuestra Señora de la Soledad en el corazón de la ciudad de Campeche.
Podemos apreciar entonces que la cultura maya, invaluable legado vivo, se revela a través del jade, un material precioso que va más allá de ser una simple piedra. Es el símbolo mismo de una cultura vibrante, un universo que trasciende las barreras del tiempo y el espacio. Los animamos a explorar esta fascinante magia y grandeza al contemplar collares y otras piezas de jade disponibles en el Museo Regional de Antropología Palacio de Cantón, donde podemos honrar el eterno resplandor de esta piedra sagrada.
José Marcial Gamboa Cetina es profesor investigador del Centro INAH Yucatán
Coordinadora editorial de la columna:
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