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La Mérida que se nos fue

Noticias de otros tiempos
Foto: Jusaeri

Recorrer la prensa es aventurarse a encontrar descripciones del espacio habitado, a veces alabando con recursos poéticos, en otras criticando la falta de voluntad de las autoridades para emprender tal o cual obra. Mérida no es la excepción, en casi todos los periódicos, y cada año, es posible hallar a algún autor describiendo algún aspecto de la ciudad.

Es el caso de una colaboración, firmada por Manuel J. Vales el 18 de marzo de 1821, publicada en el diario El Correo un siglo después. Se trata de un error de imprenta, pues el periódico debió recibir el texto entre el 18 y el 21 de marzo, pero de 1921. Vales decidió llamar a su artículo “Nuestra ciudad y la nomenclatura en sus barrios y alrededores. ¿Por qué se descuida ésta?”

Por principio, el autor parece cómodo con los cambios que ha visto en Mérida, pues inicia admitiendo “que nuestra ciudad ha aumentado grandemente debido al extraordinario desarrollo que ha alcanzado en sus cuatro puntos cardinales, por el continuo aumento de población al que ha influido poderosamente el crecimiento del comercio y las variadas industrias que posee”, pero inmediatamente se nota que su visión viene del privilegio, pues el párrafo continúa: “y ha ido extendiéndose con rapidez incesante, y como por arte de encantamiento, ofreciendo a las miradas de cuantos la visitan el grato placer de recrearse en la contemplación matutina o vespertina de los bellos panoramas de las lindas quintas de sus contornos, las que, cual ofrenda del trabajo tenaz y honrado de sus moradores, ostentan exhúberas la regia esmeralda de su arboleda henchida siempre de sabros [sic] frutos y bellas flores.”

Muy probablemente el autor se refería a las residencias de San Cosme (hoy la colonia García Ginerés), pues más adelante se refiere al “espléndido espectáculo de sus elegantes y pintorescos chalets construidos con todo el confort y gusto arquitectónico europeo, americano y maya”. 

Pero más que ensalzar a Mérida y la belleza de algunas residencias, Manuel J. Vales tenía en mente una queja, algo que no funcionaba en la ciudad, y esto era la “la descuidada conservación de la nomenclatura, siendo tal deficiencia precisamente más notoria en los arrabales de la ciudad.” Aclaremos que el autor se refería a los señalamientos de calles y números de identificación de los predios, pero que tampoco eran muy seguidos. El mismo diario en que apareció su artículo utilizaba nombres populares para los cruces de las calles, y unos meses antes había utilizado en una cabeza, para ubicar al lector, “La famosa esquina de El Niño Aparecido”.

Para Vales, la cuestión de la nomenclatura se originaba en “la deplorable costumbre desde antaño de construir o reconstruir una casa o rectificarse alguna calle dejando de reponer o restituir en el lugar correspondiente la nomenclatura que había o de no recabar de quien está obligado a poner la que se debe; siendo tal falta de efecto mortificante y de crítica para aquel que necesitando con urgencia encontrar una dirección, no la halló en muchos casos”.

A la distancia, y cuando a pesar de la existencia de aplicaciones que advierten que al llegar a la rotonda se tome la segunda salida, Vales tenía razón: nada es más confiable que una nomenclatura oficial y clara. Pero también por el paso del tiempo parece que esta cuestión desmerece ante de aquella Mérida donde las quintas y chalets se hallaban “en su mayor parte rodeados de caprichosos serpeantes jardines a la inglesa, los que en adorable perspectiva, parecen darles un tierno y florido abrazo y confundirse preciosamente en la dulce gama de sus colores besados por la inefable fragancia de sus rosas”.

Las casas sin jardines, tenían otro detalle a cambio, según el autor, pues “cual si fueran deslumbrante pedrería engarzada en precioso joyel o en imperial corona, y en cuyas esbeltas y artísticas rejas de sus pórticos y enverjados cuelgan graciosamente sus floridos festones, las caprichosas orquídeas o la olorosa madreselva”

Y continuaba con lo que le parecía “la nota más simpática” de Mérida: “Sus alegres huertas. Sí, porque las huertas son alegres, atractivas e incitantes y están plenas de singular belleza; obra de los pacientes y soñadores hijos de la legendaria China, que en ellas vuelcan afanosos el ánfora de sus habilidades, brindándonos risueños, toda especie de legumbres.”

Aquella Mérida, en la que era posible adquirir vegetales del vecino, que era productor, y en la que aparentemente era una delicia caminar a cualquier hora, ante un panorama de verdor y protegidos del intenso sol por los árboles. Cierto que la ciudad era mucho más pequeña y ni siquiera aparecía Circuito Colonias. Tal vez encontremos en alguna otra nota el momento en que empezamos a llamar basura a las hojas caídas.

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Lea, del mismo autor: Mario Renato Menéndez: el último polemista

 

Edición: Estefanía Cardeña


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