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El voto en el extranjero

Los 40 mil mexicanos bateados por el INE somos una suerte de grano de arena en la playa
Foto: INE

Por circunstancias y decisiones que no viene ahora a cuento detallar, llevo un tiempo viviendo en Madrid. Esto no significa que haya renunciado a mi condición de ciudadano mexicano, de pleno derecho. Por eso, cuando el INE emitió su convocatoria para que los mexicanos que residimos en el extranjero nos registráramos para estar en condiciones de depositar nuestro voto desde el país de nuestra residencia, recibí la noticia con entusiasmo, y procedí de inmediato a recabar los requisitos que el trámite exigía, y a llenar los formatos cuanto antes, para cerciorarme de quedar registrado antes de la fecha límite, y envié mi solicitud el día 10 de febrero. El 18 de ese mismo mes, el INE me notificó oficialmente que mi solicitud de inscripción a la Lista Nominal del Electorado en el Extranjero había sido considerada procedente, de modo que podría depositar mi voto por vía electrónica desde el extranjero. Presumí ante propios y extraños la facilidad y eficiencia del trámite, y me congratulé de contar en mi país con un órgano como el INE, que demostraba ser eficaz, eficiente, transparente y moderno.

No tardó el gozo en irse al pozo. El día 12 de abril recibí un correo electrónico de la autoridad electoral, diciéndome que “ha cambiado su estatus a improcedente, dando como resultado su exclusión de la Lista Nominal de Electores Residentes en el Extranjero, toda vez que, de la revisión final a su solicitud se identificaron inconsistencias y/o una situación registral no válida”. Enseguida me enteré de que unos 40 mil mexicanos compartían este mismo duchazo de agua fría. Huelga decir que no encuentro explicación alguna acerca de cuál fue la inconsistencia, o la situación registral no válida, que el INE encontró en mi solicitud. De hecho, sigo convencido de que cumplí con todo el proceso tal como lo indicaba el formato de la solicitud.

Entiendo que, en el vasto universo del electorado mexicano, los residentes extranjeros somos una minoría; y que, dentro de esta minoría, los 40 mil bateados por el INE somos una suerte de grano de arena en la playa. No obstante, el asunto ha hecho bastante ruido en redes sociales y en los medios, y ha dado lugar a toda suerte de especulaciones – algunas de ellas francamente descabelladas – que tratan de dar cuenta de un cambio de rumbo que nuestro INE no ha logrado, o no ha querido, explicar a fondo y de manera convincente.

Como si los 40 mil pintásemos algo en la cuenta final de las pugnas electorales, hay quienes piensan que volantazo del instituto nace de una inconformidad expresada por los consejeros representantes de los partidos que hoy son oposición, que parecen haber visto en el voto desde el extranjero un mecanismo que trasciende a su capacidad de seguimiento y supervisión, y han pedido al árbitro que depure esas listas, buscando a unos oscuros personajes anónimos que pretenderían alterar el proceso electoral fingiendo la existencia de votantes inventados. Otros más sospechan que el INE no cuenta con la capacidad para procesar el voto en el extranjero, en las dimensiones y cantidades de electores que solicitamos ser incluidos en las listas nominales, y que entonces buscan maneras para achicar las listas a como dé lugar. Y aún otros consideran que, como quienes pueden llegar a votar siendo residentes en el extranjero son necesariamente privilegiados, seguramente votarán para descarrilar la cuarta transformación, y entonces habría sido el partido en el poder, y sus aliados, quien exigiese al INE acotar el reclutamiento de electores que vivan fuera del país.

Francamente, creo que todas estas hipótesis son erróneas. Me quedo con la impresión de que estamos ante un error del instituto, que emitió notificaciones de procedencia a la ligera, sin haber siquiera revisado el contenido de las solicitudes que recibió, lo cual no quiere decir que yo esté reconociendo haber caído en alguna inconsistencia o irregularidad. Más bien, creo que me han llevado entre las patas de una manada de errores, que nacen entre otras cosas de un farragoso y complicado sistema nacido de los laberintos de la desconfianza. En México, en política y administración pública, todos hemos aprendido a comportarnos como gatos escaldados, y siempre estamos dispuestos a soplarle a cualquier jocoque.

Más allá de si resulta desproporcionado reaccionar ante lo que sucede con solamente cuarenta mil electores, más allá de las teorías de conspiraciones de izquierda o derecha, y más allá de quedarse con la idea de que si algunos residimos en el extranjero es por privilegios, o porque nos convertimos en trabajadores migrantes para ayudar a nuestras familias rurales marginadas, lo que me queda de este penoso asunto es una preocupación ante el estado en que se encuentra nuestro árbitro electoral. Hace unos meses, miles de mexicanas y mexicanos marcharon al son de la consigna de “este INE no se toca”, y muchos más aplaudimos lo que sentimos que era una defensa sincera y legítima de las instituciones nacidas al calor de la democratización de la vida política nacional.

Al ver este desaguisado, que violenta el derecho de algunos mexicanos a votar en el extranjero, y al ver el primer debate entre las candidatas y el candidato, que no dejó satisfecho a nadie, y ha generado quejas y solicitudes de modificación para los próximos ejercicios, a pesar de que se trata de modelos ya previamente acordados con todos los representantes de los partidos, no puedo sino reconsiderar, y decir que este INE sí se debe tocar. Se debe tocar para mejorarlo, hacerlo más eficiente y transparente, y restarles a todos los partidos las condiciones que han convertido al árbitro más bien en un escenario de las confrontaciones. Busquemos un INE genuinamente autónomo, ciudadano, no “partidizado”, transparente, y con la capacidad logística y financiera que permita garantizar que todos los electores podamos ejercer nuestro derecho al voto, estemos donde estemos.

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Lea, del mismo autor: El clima en las campañas

 

Edición: Estefanía Cardeña


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