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Foto: Alejandro Cabrera Valenzuela

Alejandro Cabrera Valenzuela

En la cosmovisión de algunas comunidades mayas contemporáneas del oriente de Yucatán, especialmente aquellas más arraigadas en las tradiciones ancestrales, el concepto de pueblo (kaaj) se define como el área habitada por los humanos (jlu’umcabo’ob), claramente delimitada y separada del monte (k’áax). En esta perspectiva, se considera fundamental proteger el kaaj de los malos vientos (k’aak’as iiko’ob), que principalmente provienen del monte.

En las narrativas de fundación de localidades, nuevas colonias o ranchos agropecuarios en el oriente de Yucatán, prevalece la noción de realizar un looj como medio para redimir o rescatar del influjo de los malos vientos que puedan estar presentes en el lugar seleccionado para el nuevo asentamiento. Esta práctica implica la delimitación y protección del terreno para su uso humano, que se realiza mediante la colocación de cinco cruces de báalamo’ob, también conocidos como guardianes y asociados en algunas comunidades con la imagen de un felino. El looj kaaj es, por tanto, un ritual de territorialidad destinado a invocar la protección de Dios Yuumbil o Dios Padre, de Jesucristo, de la Virgen María en sus diversas advocaciones, así como de los santos católicos, los ángeles, los arcángeles y los yumtsilo’ob, señores protectores de los montes y los pueblos. La participación de un jmeen o especialista ritual es crucial para este ritual, ya que actúa como intermediario entre los seres poderosos e intangibles y los seres humanos, facilitando la realización del ritual y la solicitud de protección.

Durante la realización del looj, que se lleva a cabo desde la tarde hasta antes del amanecer, se crea una senda que conecta en un circuito las cuatro cruces de báalam o guardianas. Estas cruces, hechas de maderas duras como chaktéja’binxul, se ubican en las cuatro esquinas del pueblo y se colocan sobre montones de piedras o descansaderos (jeelep’ob). Además, se erige una quinta cruz o quinto báalam (ninil báalam o el más veloz) en el centro del poblado, considerada la más poderosa de las cinco.

Durante la ejecución de este ritual, el jmeen y los miembros de la comunidad recorren cuatro veces los linderos entre el pueblo y el monte en sentido contrario a las manecillas del reloj, movimiento levógiro que implica cerrar. La primera vuelta tiene como objetivo reparar o reponer las cruces antiguas deterioradas e invitar a los seres guardianes. En la segunda vuelta se entrega saka’ o bebida de maíz, seguida por la entrega de balche’ (una bebida preparada con la corteza del árbol homónimo fermentada con agua y miel) en la tercera vuelta. En la cuarta vuelta, se entregan panes de maíz horneados en piib y carne de aves guisadas con achiote, preparados por las mujeres en una de las viviendas del poblado. Finalmente, se realiza una vuelta final en sentido de las manecillas del reloj (apertura) para retirar las ofrendas presentadas y despedir a los báalamo’ob. En cada vuelta se encienden velas y se recitan oraciones en lengua maya yucateca.

Es importante destacar que en la visión del mundo de los pueblos mayas que estamos explorando, existe una interconexión entre el pueblo y el monte. En esta concepción, los caminos (bejo’ob) son considerados como umbrales donde los malos vientos, pueden interceder en la vida de los seres humanos, especialmente durante la noche, en un intento de burlar a los báalamo’ob y otros seres guardianes, penetrando en las comunidades y causando enfermedades tanto a las personas como a los animales domésticos. Por lo tanto, en el proceso del looj, además de abrir una brecha alrededor del pueblo, el jmeen también debe "cerrar" y marcar con una cruz de báalam o cruz protectora todos los caminos que conectan al pueblo con el exterior, ya sean estos caminos que conducen hacia la cabecera municipal (nojoch bejo’ob), carreteras o "caminos reales", hacia otras comunidades cercanas (uchben bejo’ob o caminos antiguos), hacia los campos de cultivo, ranchos o colmenares (t’ul bejo’ob o caminos angostos), entre otros.

Finalmente, es importante mencionar que la modernización de las carreteras en el estado ha resultado en la remoción de antiguas cruces de báalamo’ob, las cuales en ocasiones no son reinstaladas siguiendo el procedimiento ritual adecuado. Ante esta situación y en línea con la misma cosmovisión, los residentes locales consideran que la falta de estas cruces protectoras en las esquinas y el centro del pueblo está vinculada con la frecuencia de accidentes automovilísticos. Estos accidentes pueden interpretarse como la falta de la protección que normalmente brindan los guardianes, representados simbólicamente por las cruces. Por esta razón, los habitantes del pueblo, en consenso, optan por llevar a cabo el ritual del looj del que hemos estado hablando.

Alejandro Cabrera Valenzuela es antropólogo social del Centro INAH Yucatán

[email protected]

 

Coordinadora editorial de la columna: 

María del Carmen Castillo Cisneros, antropóloga social Centro INAH Yucatán

[email protected]

 

Lea, de la misma columna: Juegos y juguetes en comunidades mayas contemporáneas

 

Edición: Fernando Sierra


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