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La odisea de un murmullo

Rita corrió y no hubo fronteras que la detuvieran; solo la ignorancia institucional alentó su paso
Foto: somospiano.com

Se cansó de ser árbol, de que sus piernas se enraizaran entre piedras y tristezas. Soñó con ser semilla, de esas que tienen alas y saben dónde está su futuro: a la tercera nuble, a la izquierda; promesas de bosques que aún no germinan. Rita Patiño fue una mujer rarámuri que un día decidió correr y correr y correr; recitó carreteras y tejió riachuelos; descifró laderas y se enamoró de sinuosos cerros. Corrió y corrió y corrió. No hubo fronteras ni gritos que la detuvieran. Hasta que la encerraron en un manicomio. 

Fue en Kansas, a más de mil seiscientos kilómetros de sus chivas vivas y sus familiares muertos. Ahí la encontraron en una iglesia, comiendo huevos crudos; estaba cubierta con la costra de los caminos en los que se había dejado las plantas de sus pies. El que la encontró la recuerda cansada y con miedo. Al preguntarle quién era, de dónde venía, qué hacía ahí, ella respondió con un idioma que asemeja el sonido que hacen las ramitas cuando se rompen, de truenos indecisos; ella habló masticando hertzios y vatios con la lengua. 

Pensaron que estaba loca, que había perdido la capacidad de hablar; lo que salía de su boca eran solamente trinos, o, peor aún, estridulaciones. Y la encerraron durante 12 años en un hospital psiquiátrico en contra de su voluntad; el misterio de su origen se ahuyentó con el falso diagnóstico de esquizofrenia. En la mente de insecto de los burócratas nunca planeó otra alternativa, como que esos sonidos de eco de cavernas, de cosechas de rocío, eran, en realidad, una súplica de ayuda en rarámuri. 

En esa condena, Rita estaba encerrada además por los muros de mampostería del racismo. Cansada de llorar, cantaba en esa lengua que acariciaba ahí el aire por primera vez y bailaba. Este ritual parecía confirmar el diagnóstico, pero en realidad con él evocaba ese Ítaca de Chihuahua al que no podía regresar. En la cultura rarámuri estos cantos y danzas, que se hacen en grupo, son comunes. Probablemente los practicaba para no sentirse tan lejos de casa, para pedir fuerza y salud, para saber quién era. 

Una asociación comenzó a escarbar los expedientes del asilo, y dieron con el caso de Rita; comenzó entonces un dilatado proceso para juntar las piezas de ese puzzle tarahumara. El inicio del retorno de Rita igual igual estuvo salpicado de escupitajos racistas. Mexican Indian who spoke a rare dialect held for 12 years in Kansas mental institution, tituló un periódico de Kansas cuando se conoció el error. La nota estuvo tiroleada de términos como “extraño dialecto” y “tribu indígena”, que reflejaban la tinta discriminatoria con la que se imprimen algunos medios de comunicación. 

Fue hasta entonces Rita recuperó su estatus de persona y abandonó la crisálida del expediente. La recibió de vuelta su sobrina Juana Osorio, que sólo tenía 14 años cuando su tía decidió convertirse en viento. Ya murió Rita, abonando las piedras y las tristezas, pero recientemente germinó en el documental La mujer de estrellas y montañas Mukí sopalírili aligué gawíchi nirúgame—, está narrado en gran parte en rarámuri, esa lengua que confundieron con el canto de los pájaros y el sonido que hacen los insectos al anochecer.

El filme es obra de Santiago Esteinou y rescata la vida de una mujer a la que nadie se esforzó por realmente conocerla; es la odisea de una mujer con pies ligeros, a la que le quedó chico el mundo. “Lo que a nosotros nos interesaba era ir más allá del suceso hospitalario para entender quién era Rita, entenderla como mujer, como humano. Inicialmente habíamos planeado un documental observacional, que sí contará su historia, pero sobre todo fuera muy de seguimiento sobre lo que pasaba en el presente con su vida y con la vida de su sobrina. Esto no se pudo llevar a cabo porque en la etapa inicial de la filmación Rita murió”, cuenta Esteinou en una entrevista con El País.

“Pone en tela de juicio el documental la importancia del idioma en estas situaciones, sobre todo aquí, respecto al acceso a la justicia y a la salud”, complementa. Moreno califica como importante que la película haya optado por el rarómari como el idioma para transmitir y entender esa otra forma de estar en el mundo, “de interpretar y de entender la realidad”.

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Lea, de la misma columna: El tren (maya) no tiene quien le escriba

 

Edición: Fernando Sierra


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