Se pronostican lluvias a partir de mañana. Al fin. No sólo están secos el aire y la tierra, sino que, por dentro, ardemos: nuestra sangre es napalm. Ese ardor tiene origen diverso: en unos, la felicidad; en otros, la tristeza. La lluvia nos atemperará y, de nuevo, seremos iguales.
Un aguacero borrará las pintas que con odio se apoderaron de bardas de baldíos, y puede ser que igual matice el duelo de los obituarios. Las gotas de lluvia cambiarán los cauces de las lágrimas, sin importarles si eran de alegría o pena. La lluvia nos recordará las estaciones, que todo pasa; que la vida fluye, líquida.
Todo eso llegará a partir de mañana. Eso lo sabe Maqroll, el gaviero que navega en las páginas de Álvaro Mutis. En uno de los suspiros de su saga, titulado precisamente Ilona llega con la lluvia, Mutis hace coincidir la caricia del agua con la tierna irrupción de Ilona Grabowska o Rubinstein, según figura en otro de los pasaportes con los que circula por el mundo.
Ilona, como no puede ser de otra manera, ”es una hermosa mujer alta y rubia, de origen triestino, que ha sido amante y compañera del gaviero, con quien ha compartido, junto con su común amigo Abdul Bashur, numerosas andanzas en Escocia, en Flandes, en Alicante, en Marruecos y en muchos otros lugares de la tierra”.
En el cuento, aparece traída por el azar bajo la lluvia en una calle de Panamá para rescatar a Maqroll de la miseria en que ha caído luego del suicidio del capitán del barco en que viajaba contrabandeando sueños por el Caribe. Ilona es ”imaginativa, fraterna, protectora, cosmopolita, libérrima, y está siempre dispuesta a romper con todo y a lanzarse de golpe en empresas miríficas”.
Es la compañera ideal para transitar caminos siempre nuevos, diametralmente opuestos a las sendas trilladas donde se refugian los que ella denomina con desdén ”los otros”. Esos otros que, insomnes en una larga noche de cuchillos largos, siguen buscando culpables de su derrota, y esos otros que ahora se frotan las manos reduciendo el poder como simple, vulgar instrumento de venganza.
Los otros que reducen su vida a un collar de cuentas de instantes, incapaces de recordar, inútiles para prever. Varados en la sequía del cronómetro, los que ya se olvidaron de la lluvia y todos sus regalos, como el petricor, ese olor a tierra mojada que incluso un demente intentó atrapar en un frasco: “La expresión serena de una naturaleza que renace tras la lluvia”, según describió el perfumista Jean-Claude Ellena.
Aquí esperamos a la lluvia y a Ilona con la misma ilusión que el desahuciado Maqroll, con la certeza que su llegada anuncia nuevas aventuras. Tal vez no sea el fin del calor; tal vez incluso provoque bochorno, pero nos recuerda que el más trágico de los naufragios es en la isla del día de antes. La lluvia nos dibuja nuevos horizontes, los que Ilona le muestra, con el índice, al gaviero —y por eso Mutis tal vez eligió para su personaje la gavía de los barcos, ahí donde se anuncia la tierra firme. Y toda tierra firme, tras un temporal, es un descubrimiento.
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Edición: Fernando Sierra
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