El fin de la era del partido hegemónico en México tuvo en el Partido de la Revolución Democrática (PRD) a uno de sus principales actores colectivos. Hoy, esa agrupación política está reducida a xixes. Lo que alguna vez fue una tercera fuerza pujante, hoy está en camino a desaparecer por extinción acelerada. Surgido tras la elección contemporánea sobre la cual existe la creencia de que hubo un fraude mayúsculo que incluyó “la caída del sistema”, el PRD fue la suma de varios movimientos que antes de 1988 habían pasado de la actividad clandestina al reconocimiento como organizaciones políticas y que poco a poco se habían ido aglutinando; del histórico Partido Comunista, el Partido Mexicano de los Trabajadores, el Partido Socialista Unificado de México y el Partido Mexicano Socialista. A estos se adherirían los desterrados priistas de la Corriente Democrática: Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y Rodolfo González Guevara. Aquel Frente Democrático Nacional (FDN), que se había conformado con otras agrupaciones hoy desaparecidas como el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, el Partido Popular Socialista y finalmente con la declinación de Heberto Castillo a la candidatura del PSUM, en favor de Cuauhtémoc Cárdenas, buscó transformarse en una opción permanente, más que en la asociación coyuntural que por primera vez en décadas había mostrado que era posible vencer al PRI en una elección presidencial. Nacía lo que quiso ser una alternativa desde una izquierda institucionalizada, aunque por muchos años mantuvo el carácter confrontativo. El PRD fue el primer instituto político que enfrentó al PRIAN, término que fue acuñado por Manú Dornbierer para denunciar la colaboración informal entre los partidos Acción Nacional y Revolucionario Institucional, que terminaba por desconocer triunfos a los del sol azteca en entidades donde tenía presencia fuerte, como Michoacán en 1992, pero también Guerrero, Tabasco, Campeche; no fue sino hasta 1997 que el propio Cuauhtémoc Cárdenas se convirtió en el primer Jefe de Gobierno electo del entonces Distrito Federal; un triunfo por demás contundente, pero que no le alcanzó para la Presidencia en el 2000. A este triunfo le siguió la gubernatura de Zacatecas en 1998, por parte de Ricardo Monreal, quien después sería sucedido por Amalia García, también perredista. El PRD enfrentó la represión violenta. De varios procesos electorales quedó constancia de la sangre vertida por simpatizantes de este partido, de la que algunos con aires de poetas dijeron que era el líquido con el cual era necesario regar el árbol de la democracia. También es cierto que sus procesos internos solían dar la nota porque el debate pasaba a segundo término y en más de una asamblea interna los delegados terminaron a puños o a sillazos. También es necesario decir que la presencia del PRD estuvo limitada a unos cuantos estados y la capital del país. Esto también porque varias dirigencias estatales encontraron el modo de usufructuar las migajas y nunca se ocuparon en hacer crecer la militancia y menos les importó el trabajo en territorio. Fueron dirigentes de academia, cantina y café, no de recorrer las calles, y se dieron por contentos con obtener alguna alcaldía y a lo mucho dos diputaciones plurinominales en los congresos estatales. Eso sí, se iban rotando la dirigencia del partido. Lee: PRD pierde registro en Yucatán, pero retiene gobierno en dos municipios Al PRD terminaron por hundirlo la participación de algunos de sus líderes en casos de corrupción, pero especialmente en la búsqueda de alianzas con quienes meses antes se habían encargado de reprimir a los militantes del sol azteca. La figura de Cuauhtémoc Cárdenas permaneció intacta, pero también él terminó desligándose del partido del que fue proclamado “líder moral”. A manera de chiste solía preguntarse qué ocurría en el PRD, si tenían en Cárdenas a esta figura; la respuesta era que también había cientos de líderes inmorales. El sol azteca, tras el 2 de junio, resultó eclipsado. Del alud de votos registrados en las urnas apenas le tocaron unos cuantos guijarros. Después de 35 años, el ciclo concluyó y por buscar alianzas con aquellos a quienes combatió algún día, acabó olvidándose de las luchas de la izquierda que estuvieron en su origen. Descanse en paz. Lea, de la misma columna: Se trata de la participación, no de la vinculación Editorial: Fernando Sierra
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