Opinión
Omar Felipe Giraldo
18/06/2024 | Mérida, Yucatán
De cómo pasamos de la carrera por los puntos a la instrumentalización de las comunidades en los proyectos que buscan la incidencia social (y de cómo imaginar un sistema de ciencia muy Otro)
Es cierto que el sistema de investigación convencional, que algunos suelen adjetivar como neoliberal, está llamado a ser profundamente revisado. Su lógica basada en la publicación de resultados para que sea leída por otros colegas, las evaluaciones que premian de manera sobredimensionada la cantidad de artículos publicados en revistas de alto impacto (traducida en la máxima 'publicar o morir') y valora su impacto en términos de citaciones por pares, así como la estructura institucional que evalúa la 'productividad académica' en un esquema de puntos que otorga más proyectos y recursos a quién más se destaque en esta carrera por la 'puntitis', ha entrado en crisis profunda. La sensación compartida por muchos de nuestros colegas es que sus investigaciones podrán servir para hacer avanzar el conocimiento, pero no para cambiar las realidades concretas del pueblo que paga con sus contribuciones nuestros proyectos científicos y nuestros salarios. En otras palabras, el sistema de ciencia en el mejor de los casos sirve para que los académicos hagamos una carrera, pero no para transformar los gravísimos problemas que enfrentan nuestras sociedades.
Esta crítica ha sido valientemente asumida por el Conahcyt. De hecho, es el cuestionamiento de grupos como La Unión de Científicos Comprometidos por la Sociedad o colectivos internacionales como Ciencia para el Pueblo. Hay que celebrar que el Conahcyt se haya propuesto modificar sustancialmente un sistema caduco mediante la nueva Ley General de Ciencia y Tecnología y con nuevos esquemas de financiamiento como los Proyectos Nacionales de Investigación e Incidencia (PRONAII) o los Programas Nacionales Estratégicos (PRONACES). El propósito es que la ciencia sirva no solo para publicar artículos o libros que solo serán leídos por muy pocas personas especializadas, sino que permitan generar proyectos transdisciplinarios de largo aliento que resuelvan problemas concretos.
El problema es que tenemos una comunidad científica que aún no está preparada para hacer este profundo salto cualitativo y también es cierto que la institucionalidad por más buenas intenciones que tenga, aún no modifica prácticas que arrastra del modelo que quiere superar. Gramsci decía que las crisis ocurren cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer. Pues bien, podríamos decir de la mano de Gramsci que el sistema de ciencia en México está en un estado crítico, porque si bien empieza a direccionarse por otros rumbos tenemos inercias muy difíciles de cambiar.
Me propongo resumir en tres puntos los problemas que a mi juicio obstaculizan esta transformación.
1. El síndrome de la comunicación de masas
El primer problema podríamos comprenderlo con la metáfora del modelo de comunicación de masas. Como recordaremos en la escuela nos enseñaron que la comunicación tenía, por un lado, a un 'emisor' activo quien emitía un mensaje que se transmitía por un medio a unos 'receptores' que la recibían del otro lado de manera pasiva. Se parece a cuando vemos las noticias en la televisión en la noche: aquí solo hay un 'emisor' que es el presentador y los reporteros, el sistema televisivo incluido nuestro televisor, es el medio, y todos los que estamos en las casas sentados viendo el programa, somos los 'receptores' pasivos de la información. Así, de manera análoga, es cómo se ha constituido el sistema público y privado de ciencia y tecnología. De un lado, los 'emisores' son los científicos y tecnólogos creadores de conocimientos y de invenciones mientras que, del otro lado, tenemos a los 'receptores' que son los usuarios de ese conocimiento.
Traigo esta metáfora a cuento porque esta lógica es la que ordena la manera como una importante cantidad de personas científicas quieren hacer ciencia con incidencia social. Para ellas el saber es que el que se crea en las instituciones, o en los departamentos de investigación y desarrollo de las empresas, y los pueblos son apenas los destinatarios de esos conocimientos o invenciones. Pensemos en los paquetes tecnológicos de la agricultura industrial. Los agroquímicos y otros insumos, la maquinaria, las semillas, la genética animal, los medicamentos veterinarios y otras innovaciones agrícolas, son creadas en los centros de investigación de universidades así como por departamentos de investigación de las corporaciones farmacéuticas y agronómicas. Todo este grupo actúa como 'emisor' de conocimiento.
El medio para que estas innovaciones lleguen a sus usuarios son los profesionales técnicos de carreras agropecuarias, que actúan como expertos que darán asesoría técnica a los usuarios finales, 'los receptores', que son las personas agricultoras o campesinas que reciben el paquete tecnológico de manera pasiva.
En este sistema los protagonistas de todo el proceso de generación y transferencia de conocimientos son los científicos y técnicos extensionistas, mientras que las personas agricultoras y campesinas quedan reducidas a ser agentes pasivos cuyo único papel es adoptar o rechazar el paquete tecnológico. Recientemente, hay una crítica creciente que asegura que esos paquetes tecnológicos han creado muchísimos problemas, y que es necesario fomentar la agroecología. Sin embargo, la lógica persiste, y entonces se estimula a que las universidades investiguen abonos orgánicos, insumos biológicos, controles ecológicos, entre muchas otras innovaciones, para que los técnicos agroecólogos 'transmitan' esas técnicas a los usuarios finales. En este modelo persiste el protagonismo de los 'emisores', pues como telón de fondo está el principio de que él conocimiento creado mediante el método científico y los sistemas tecnológicos es el que cuenta y que ahora lo que debe hacerse es llevarlo a los destinatarios finales.
Esta lógica persiste en los proyectos de investigación que buscan incidencia social, no solo en la agricultura, sino también en temas tan importantes como la transición energética, la salud pública, entre otras. Porque se repite una y otra vez la noción de que hay que 'extender', 'transferir', 'transmitir' el conocimiento, los prototipos, y tecnologías que se crean en las universidades, en vez de partir de los saberes, conocimientos y prácticas de los pueblos y entrar en diálogo horizontal con ellos.
2. Ellos tienen los problemas, nosotros las soluciones
Un problema asociado a la lógica anterior es la manera como se plantean desde el principio los procesos de investigación, que, tal vez, sin proponérselo, organiza de manera jerárquica y colonial las relaciones entre actores. Porque cuando los proyectos buscan tener incidencia social al modo como estimulan las nuevas convocatorias del Conahcyt, se suele mantener una forma de trabajo, en la que, por un lado, están los 'beneficiarios', que son los grupos locales que supuestamente se beneficiarán de las investigaciones, mientras que, por el otro, están los 'benefactores', conformados por el grupo de científicos que ejecutan los proyectos en los territorios.
Está lógica perpetúa la infantilización propia de las prácticas más nocivas de la colonización del desarrollismo, al reproducir la idea de que los pueblos requieren de la dirección adulta de 'benefactores' a través de la ayuda proporcionada por los proyectos. Esta forma de trabajo asume varios prejucios: 'que los pueblos necesitan justo lo que los proyectos de los investigadores tienen para ofrecerles'; 'que los pueblos tienen los problemas y los proyectos las soluciones'; o 'que se cuenta con la autoridad y legitimidad para dignosticar las necesidades y prescribir los medios para satisfacerlas'.
Cuando los proyectos que buscan la incidencia social asumen estos prejuicios, es usual que se diseñen proyectos que incluyen 'capacitaciones', como si los pueblos fueran carentes de capacidad y los investigadores tuvieran una fórmula mágica para volverlos 'capaces'. Y entonces el componente del proyecto termina en una serie de talleres en donde los expertos van a 'capacitar' a los pueblos en las innovaciones y los conocimientos creados en las instituciones, y en unas listas de asistencia que comprueban que efectivamente el proyecto incluyó a la gente.
3. La trampa de los proyectos
Parece que todos estos problemas se corregirían si, desde el inicio, los pueblos participan en el diseño de los proyectos, y se incorporan sus saberes y expectativas. No obstante, el problema persiste porque por más participativo que se quiera ser, los proyectos siguen siendo de los académicos y no de los pueblos.
Parte del problema está en la manera en la que opera el sistema. Recordemos el ritual: Conahcyt abre una convocatoria con unos términos de referencia que desde el inicio determinan la manera como funcionará el proyecto. Esa convocatoria está dirigida a la comunidad científica del país. Y entonces los académicos litelmente corren (y cada vez se corre más porque el tiempo que dejan para armar un proyecto cada vez es menor) para escribir un proyecto conforme a los requisitos establecidos en la convocatoria. Quienes lideran el proyecto invitan al son de la convocatoria a otros colegas para que elaboren juntos un proyecto tratando de interpretar lo que los evaluadores de la propuesta quiere leer. En todo el diseño, la conversación, por falta de tiempo o por que no se cuenta con relaciones previas con las comunidades, ocurre entre académicos, y se dan en unos términos que parten de problemas de investigación que inician diagnosticando problemas que van a atenderse mediante el proyecto. Nunca se dice, pero se asume, que los científicos están dotados de la capacidad de llevar soluciones o de organizar a la gente o de muchos otros prejucios.
Cuando el proyecto se aprueba, se tienen que sortear ingentes embrollos administrativos y demoras, lo que limita que los recursos puedan usarse como sería lo deseable. Se debe facturar y muchas veces no se puede ni comprar los alimentos en las propias comunidades. También es común que el personal a contratar tenga que entrar en una larga tortura de documentos y demoras. Cuando el dinero al fin llega, de manera casi siempre retrasada, se debe de nuevo correr para llevar a cabo los compromisos asumidos, que se escribieron en un escritorio de manera apresurada. Pero ya en 'campo' los investigadores se dan cuenta de que las personas no pueden o no están interesadas en asistir a sus actividades, o se percatan que lo que escribieron y se comprometieron está alejado de las necesidades reales de los territorios, porque el proyecto se ideó desde el exterior mediante acuerdos entre los académicos y sus instituciones y las agencias que otorgaron los fondos.
Este ritual que no acaba de morir, incentiva la instrumentalización de las comunidades, en el sentido de que se usan como instrumento para 'demostrar' la supuesta incidencia social de los proyectos. Además, promueve la elaboración de proyectos oportunistas cuyo propósito es obtener recursos que solo benefician al grupo académico, y colaboraciones de grupos locales de manera muy forzada. Al final del ciclo de proyecto cuando los investigadores y el personal contratado deja de llegar, aunque los 'beneficiarios' hayan conseguido cierta infraestructura y disfrutado los talleres o las comunidades de aprendizaje, su situación no cambia en lo esencial, y así el sistema fracasa en su intención de resolver problemas concretos y de generar cambios que perduren en el tiempo.
En gran medida los rituales institucionales que siguen las misma razón del viejo orden dificultan trabajar de manera diferente. Pero también es cierto que los académicos no están aún preparados para imaginar y llevar a la práctica procesos distintos, y eso ocurre porque no se realizan relaciones previas no mediadas por proyectos y ciclos de financiación, y porque todo el ritual hace que los proyectos sean diseñados, gestionados, y ejecutados por académicos y no por las organizaciones de base o grupos locales en comunión con colaborades académicos.
Este quizá sea el mayor de los obstáculos en procesos que genuinamente quieren ser participativos: que el proyecto siempre será externo, y que cuando yo como investigador obtengo fondos para un proyecto, hago participar al otro en mí proyecto.
¿Cómo entonces elaborar proyectos científicos que realmente tengan incidencia social?
Quizá deberíamos hacernos estas preguntas: ¿De dónde surgen las preguntas de investigación de mis proyectos? ¿Han emergido en diálogo franco con los pueblos sin mediación de convocatorias o proyectos previamente financiados?¿He establecido relaciones afectivas previas con las comunidades para imaginar procesos colectivos que incluyan no solo sus problemas, sino ante todo sus saberes, sus prácticas culturales, y lo que consideran suficiente y apropiado para vivir bien?
Si he empezado a realizar proyectos que atiendan los nuevos lineamiantos de Conahcyt, pero mis respuestas me llevan a un lugar distinto a la de establecer relaciones mutuamente enriquecedoras con los pueblos en relaciones no instrumentalizadas para construir colectivamente conocimiento pertinente y situado, quizá algo está realmente fallando. Probablemente, parte del problema sea institucional y aún Conahcyt deba hacer muchísimos cambios si quiere llevar sus intenciones a buen puerto. Pero también el problema sea mío o de mi grupo de investigación, porque probablemente no sé cómo participar en procesos diferentes.
No hay respuestas mágicas ni una única solución, sino ciertos principios que se deben atender. El primero, es la necesidad de superar la creencia de que los expertos investigadores son los que saben y los pueblos los que necesitan, y más bien partir del hecho de que muchas soluciones a problemas concretos probablemente ya están en el seno de las comunidades. La idea aquí no es hacer un catálogo de problemas y diagnósticos que ponen a los pueblos siempre en carencia y necesitados de los saberes científicos, sino que debe darse la vuelta a la tortilla, para reconocer, identificar, valorar que muchos saberes siguen siendo contemporáneos y que lo que se requiere es establecer procesos de articulación y enlazamiento horizontal mediante diálogo de saberes y de vivires entre las personas locales y entre estos con los con saberes científicos.
El segundo, derivado del anterior, es que los procesos deben surgir desde abajo. Elaborar colectivamente preguntas de investigación que colectivamente van a ser co-investigadas entre todas las personas involucradas. Identificar qué saberes existen ya, dónde están, quién en las comunidades está probando alguna solución, qué investigaciones no sistematizadas han hecho los pueblos, qué prácticas ancestrales o recuperadas están presentes en el territorio, qué otras se han olvidado y puede rememorarse, y que otras nuevas deben construirse.
La tercera, es que debemos buscar la manera en que las organizaciones de base co-dirijan todo el proceso y que los laboratorios, los reactivos, y en general toda la infraestructura institucional esté al servicio de los pueblos y de sus proyectos de investigación-acción. Que dejemos de 'investigar a la gente' y empecemos a tratarla como co-investigadora. No solo ciencia ciudadana sino ciencia por y desde el pueblo, articulada a capacidades científicas ya establecidas en los centros públicos de investigación y las universidades.
Hay una cosa que nunca se dice (y que institucionalmente es imposible de traducir), pero que es el secreto que está en el trasfondo de una manera distinta de hacer ciencia de otra manera. Este secreto es la amistad. El cultivo de las redes de afectos, la creación de espacios de confianza, y el establecimiento de relaciones honestas no generadas a través de proyectos y ciclos de financiación. En vez de escribir un proyecto para luego buscar a las comunidades que supuestamente se beneficiarán, o de hacerlo en el contexto de una convocatoria, establecer vínculos sinceros de manera previa con organizaciones, barrios, asambleas, redes, cooperativas, y conspirar con ellas para imaginar cómo podríamos trabajar juntas. Cuáles son sus capacidades y urgencias, y cuáles las capacidades de las instituciones, de manera que podamos definir entre co-investigadores (que en realidad son grupos de amistades) preguntas, hipótesis, métodos, procesos, acuerdos, de manera en que se creen proyectos que disuelvan la estructura 'beneficiarios' y 'benefactores', 'emisores' y 'receptores', e incluso 'ellos' y 'nosotros', y que cree otra donde todos los actores involucrados estemos del mismo lado.
Algunos otros elementos para imaginar cómo hacer una ciencia distinta
Atrevámonos a soñar. Imaginemos que hemos logrado establecer alianzas y acuerdos sin mediación de recursos y proyectos, y que colectivamente hemos identificado que en las capacidades institucionales de las instituciones científicas han estado a espaldas de la vida real de los pueblos, pero también que hemos al fin hallado los modos de abrir sus brazos hospitalariamente y crear vínculos de academias que se deban a la gente. Que hemos identificado cómo la ecofisiología, la toxicología, la microbiología, los sistemas de datos geográficos, la ecología, la nutrición, la veterinaria, la sociología, la antropología, las ingenierías, la historia, la filosofía, por solo nombrar algunas disciplinas, pueden articularse entre ellas y con las personas no científicas, para hacernos las preguntas pertinentes y abordar conjuntamente sus probables respuestas. De que hemos encontrado la manera en la que podemos partir de problemas reales y concretos, y que hemos hallado cómo los laboratorios pueden hacer análisis de suelos, de aguas, estudios microbiólogicos, o toxicológicos, cómo las invenciones de las ingenierías responder a los contextos culturales y a los problemas definidos colectivamente; o cómo las humanidades pueden dialogar con las agendas territoriales para co-crear conocimiento útil. Pero también, que nos hemos percatado colectivamente que muchas capacidades están en los pueblos, que allí hay saberes y prácticas que podrían identificarse, valorizarse, y enlazarse entre sí para resolver problemas comunes; que las invenciones pueden crearse en los territorios en colaboración con saberes académicos.
Soñemos que hemos logrado que las tesis de los estudiantes de licenciatura y posgrado partan de estas coaliciones (casi que como un banco de demandas desde los pueblos), y que algunas de esas tesis las elaboran estudiantes que provienen de los territorios donde se gestaron los proyectos; imaginemos que logramos que parte de los fondos llegan a las instituciones académicas pero que otra parte (quizá la mayoritaria) es gestionada de manera directa por las organizaciones, colectivos o cooperativas campesinas que están haciendo también sus propias investigaciones en colaboración con los equipos de los proyectos. En otras palabras, que mucha de la investigación las hacen comunidades que están innovando en energías alternativas, biconstrucción, siembra y cosecha de aguas, sistemas agroecológicos, medicina herbolaria, sistemas de intercambio económico, y que estas comunidades lideran sus propios métodos y comparten sus resultados con otras comunidades investigadoras que han encontrado otros resultados, y que todos esos saberes pueden enriquecerse con los conocimientos que se realizan en centros públicos de investigación y en las universidades.
¿No sería esto mucho más parecido a esta otra ciencia de la que estamos hablando? ¿Habríamos superado la idea de que el conocimiento solo se crea en las instituciones y que su labor es transferirlo o extenderlo a los beneficiarios? ¿No habríamos encontrado un camino virtuoso para establecer ciencias con inteligencias ampliamente distribuidas, con colectividades experimentando, probando soluciones, compartiendo fracasos y aciertos? ¿No habríamos reencontrado el camino para dejar de ser meros usuarios de tecnologías y conocimientos foráneos y habríamos abierto las sendas de comunidades de saben activar la creatividad social, la imaginación colectiva, la ayuda mutua, y la resolución común de problemas comunes para el buen vivir de los pueblos?
Esto, es lo que, a mi juicio, deberíamos estar imaginando para transitar de una ciencia casi muda que se debe a las revistas indexadas y al sistema de puntos que nos marchita, a otro sistema de ciencia para la acción que reaviva y aflora el sentido popular de la investigación científica.
Omar Felipe Giraldo. Profesor de la Escuela Nacional de Estudios Superiores (ENES) Mérida, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Edición: Fernando Sierra