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Foto: Fernando Eloy

Después de una larga e intensa sequía, cuyo origen se reparte entre el fenómeno de “El niño” y el cambio climático global, causado por el ser humano, llegaron las lluvias; estas asociadas a “La niña”, pero en todo caso, siempre en un desequilibrio que conduce a pensar que el clima ha sido alterado irremediablemente, que ya no es posible confiar en aquella “lluvia de las ciruelas” a principios de mayo, o que hacer un ch’a cháak a finales de abril es simplemente tener demasiada fe.

Pero las lluvias ya están aquí, y el paisaje está reverdeciendo. Eso se agradece porque el verano se anticipa como una estación con temperaturas amables y que permiten hacer muchas actividades al aire libre. Entre ellas, disfrutar de “la temporada” en la costa de Yucatán y que el turismo encuentre un tiempo agradable para salir del hotel y visitar los puntos que sean de su interés, lo que se traduce en una mayor derrama económica por este rubro.

Con las lluvias, hay que reconocerlo, la problemática urbana también cambia. Los incidentes asociados a las precipitaciones pluviales van desde calles anegadas hasta la caída de árboles y bardas por reblandecimiento del suelo. Sucesos que, hay que decirlo, son prevenibles y dependen de la acción cotidiana de ciudadanos y autoridades.


Una calle anegada dice mucho de una sociedad. En las principales poblaciones de la península yucateca existen vías que fueron construidas sin nivelar el terreno, de manera que en lugar de un recorrido rectilíneo, se hacen una o más parábolas, y en las simas se acumula el agua. Estamos hablando de una mala planeación urbana, pero también de una muy mala ejecución de obra, porque no se tomó en cuenta ni la capacidad de absorción del suelo ni se contempló un canal de desagüe que condujera el agua de lluvia a un pozo o a un depósito donde se pudiera almacenar para uso posterior.

Ahora, cuando en cualquier calle ubicamos rejillas de pozos colectores de agua y aún así se producen inundaciones, es necesario considerar que una obstrucción es responsabilidad de autoridades y vecinos. A las primeras les corresponde dar mantenimiento periódico y desazolvar estos pozos, por el simple hecho de que en cada estación de secas cae una buena cantidad de hojas y ramas que terminan por acumularse en la vía pública; a los segundos, porque aparte de estos desechos provenientes del arbolado urbano debemos agregar los de quienes, sin la menor consideración y menos aprecio por el espacio en que habitan, avientan botellas, envolturas y otros desperdicios que terminan por bloquear las rejillas, obstáculos que terminan por demorar la absorción y en consecuencia producen encharcamientos.

Tener calles anegadas es entonces una responsabilidad compartida. Primero, porque siempre es posible tener un desazolve preventivo de los pozos de absorción pluvial. Grave, que esta tarea se descuide porque hay campañas electorales o porque simplemente las cuadrillas de Servicios Públicos Municipales resultan insuficientes para brindar la atención debida. Cabe mencionar que estos problemas suelen hacerse a un lado porque no son rentables políticamente: parece que resulta más rentable que la autoridad responda y “resuelva” y no que se evite el surgimiento de grandes charcos y la consiguiente anidación de mosquitos, con la consecuente necesidad de fumigar grandes áreas para prevenir la transmisión de dengue, chikungunya, zika y otras enfermedades.


Pero cuando agregamos a la ecuación una ciudadanía que en lugar de disponer de sus desperdicios sólidos, sean envases, bolsas de plástico, colillas de cigarros, envolturas de frituras, papeles, o hasta semillas de frutas, opta por arrojarlas a la vía pública, tenemos a actores que agravan la situación porque contribuyen a acrecentar la cantidad de basura que se acumula en las rejillas; con el agravante de que ésta corresponde a desechos inorgánicos que no se van a deshacer por la acción del sol o el agua, y en cambio sí alteran la planeación de las autoridades para dar mantenimiento a las vías de desagüe.

Cuando se tienen pronósticos de días continuos de lluvias, ondas tropicales interactuando con vaguadas monzónicas o la presencia de depresiones tropicales y las correspondientes precipitaciones, a todos nos conviene que la infraestructura urbana funciones debidamente, y especialmente la que está diseñada para prevenir inundaciones. Nadie debiera quejarse de que su calle se inunda “con cualquier lluviecita”, pero como sociedad nos corresponde tener la suficiente madurez para ver que tenemos responsabilidad en las tareas de prevención, y no podemos dejarle todo a las autoridades. Una calle anegada, a fin de cuentas, dice mucho de quienes transitan por ella y viven en sus alrededores.


Lea, de la misma columna: Huracanes: hacia una mejor prevención

Edición: Fernando Sierra


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