Opinión
Felipe Escalante Tió
04/07/2024 | Mérida, Yucatán
Uno de los grandes avances para el ámbito doméstico fue la introducción de aparatos refrigeradores. Hoy en día nos resulta un tanto difícil imaginar cómo era la vida antes de contar con un “frigidaire” en casa. Un artefacto de estos se encuentra entre las primeras adquisiciones que se hacen en un nuevo hogar, y sus ventajas resultan más que evidentes: el simple hecho de prolongar la vida de los alimentos al mantenerlos a temperaturas bajas, y la comodidad de abrir una puerta y obtener una bebida fría, es grandioso para quienes habitamos en los trópicos. Pero otra gran ventaja es la posibilidad de guardar agua y obtener hielo.
Pensemos un poco e imaginemos los tiempos antes del hielo. De nueva cuenta, abrir una puerta, estirar la mano y sacar un puñado de cubitos de agua a cero grados es algo que ya tenemos como hábito incuestionable. De hecho, una de las señales más importantes para buscar a un técnico y para cambiar de frigorífico es que el termostato deje de funcionar y ya no congele.
En algún momento de la historia de la humanidad, el relato de Gabriel García Márquez en el en el cual el hielo es parte de una exhibición en un circo, como gran rareza, fue real. Su novedad debió impactar al menos la vista y el tacto, pero su utilidad fue inmediatamente mayor. Todavía hoy, quienes parten a la pesca, ya sea por una sola jornada o por varias, deben considerar el hielo como uno de sus costos.
Pero vayamos a la Mérida de 1901, esa que despertaba a la modernidad, que todavía no contaba con una sola calle macadamizada pero, en cambio, era recorrida por calesas y coches tirados por caballos, y tranvías de mulas. En su edición del 9 de junio, el todavía trisemanario El Eco del Comercio plasmó una nota de tres párrafos en la cual apenas proporcionó unos poquitos datos que, a casi cinco cuartos de siglo, nos resultan sumamente enriquecedores en cuanto a nuestra historia.
La nota en cuestión lleva por título “Escasez de hielo. Alza en su precio”, aunque lo que, precisamente deja sin responder, es desde cuándo se nota esa escasez y cuáles eran el precio anterior y el actual del hielo. En aquellos años, y hasta mediados del siglo pasado, el hielo se vendía por marqueta, y solía repartirse a domicilio en un carretón que cargaba grandes bloques del producto, cubierto con un tapete de fibra de henequén, el cual aparentemente evitaba que se fundiera.
Pero para El Eco del Comercio, pareciera que lo importante no era el precio, sino el aparente desabasto. La nota puede interpretarse como un llamado de atención a las dos empresas que elaboraban hielo, que para entonces, según podría colegirse del texto, ya figuraba entre los productos de primera necesidad en Mérida:
“Precisamente cuando sufrimos los rigores de un calor de 35° grados del centígrado, la fábrica de hielo ha disminuido su producción, privándonos casi de ese elemento mitigador de la calcinante temperatura que hemos venido experimentando en estos últimos días”, es el inicio de la noticia. Como para imaginar que en junio se tenían tan elevadas temperaturas, pero la capital yucateca simplemente era otra.
Pero la elaboración del hielo estaba en manos de dos empresas, una “la fábrica de los Sres. Solís”, que tenía suspendidos sus trabajos, sin que el periódico nos revelara la causa, y la otra era la Cervecería Yucateca, “cuya capacidad de producción creemos que es más que suficiente para el consumo de la ciudad de Mérida y su vecindad”.
En suma, El Eco se quejaba de que, con una fábrica detenida, la otra no era capaz de satisfacer la demanda, a pesar de tener la capacidad, y que esto había hecho que el precio subiera: “la escasez del artículo ha continuado haciéndose sentir bastante en el mercado; y si a esto se añade la exagerada alza que ha alcanzado su precio, tendremos que el público consumidor está sufriendo las consecuencias, o de una perturbación en las funciones de una maquinaria, o de una especulación poco conveniente en estos momentos, en que la demanda se impone y se acrecienta”.
Cabe resaltar que El Eco estaba a pocos meses de arrebatarle a La Revista de Mérida el liderazgo como medio de información, aunque su éxito fue efímero; pero en ese momento era el periódico que concentraba al grupo político e intelectual que cobijaba a Olegario Molina Solís, quien estaba a poco de resultar electo como gobernador de Yucatán, así que la nota era una instrucción hacia la Cervecería Yucateca, recordándole que siempre había procurado atraer y aumentar su clientela. Como los molinistas no creían que se tratara de una vulgar especulación, insistían que “en fuerza de la costumbre y la facilidad y baratura con que antes se adquiría el hielo, se hace indispensable que la fábrica aumente su producción restableciendo, además, el precio moderado que hasta hace poco guardaba este artículo. De lo contrario, no sería remoto que surgiera alguna competencia, que si bien sería provechosa para los consumidores, su cambio perjudicaría los intereses de una de nuestras grandes empresas industriales, lo cual sería muy de lamentarse”.
Ignoramos si la Cervecería Yucateca aumentó su producción, pero consta que como empresa subsistió por varias décadas más, pero esa sí es otra historia.
Edición: Estefanía Cardeña