Opinión
José Díaz Cervera
22/07/2024 | Mérida, Yucatán
2) La puerta
La canción comienza con dos versos endecasílabos de una estructura impecable (“La puerta se cerró detrás de ti / y nunca más volviste a aparecer…”) donde se aprecia una correcta distribución de las tónicas (los versos de arte mayor son aquellos en los que la distribución de los acentos rítmicos responde a reglas precisas determinadas por principios de proporcionalidad y simetría, lo cual es exigible a partir de los versos que se configuran al menos por nueve golpes vocálicos, es decir, los versos eneasílabos).
Un aspecto técnico interesante de los versos referidos es que son heterotónicos, lo que supone un alarde fonológico de alto dominio artesanal. Un verso heterotónico es aquel en el que los acentos caen en vocales diferentes, como se ejemplifica en la letra de la canción que ahora nos ocupa: La-puEr-ta-se-ce-rrÓ-de-trÁs-de-tI (las tónicas o acentos, que no necesariamente son congruentes con las tildes gramaticales, están en las vocales e, o, a, i, distinguidas en letras mayúsculas para ilustrar la explicación); lo mismo sucede con el segundo verso: y-nUn-ca-mÁs-vol-vIs-tea-pa-re-cEr, cuyas tónicas caen en u, a, i, e. Llama también la atención un poco usual acento de apoyo en segunda sílaba, usado algunas veces por Quevedo en algunos sonetos (“CerrAr podrán mis ojos la postrera…”).
En su factura retórica, la pieza tiene como eje una alegoría, es decir, un recurso expresivo que, como todos los recursos que se distinguen en el lenguaje figurado, se constituye como una analogía o comparación cuya finalidad es hacer “visible” la subjetividad de un individuo (el lenguaje humano funciona medianamente bien para hablar del mundo objetivo, pero parece extremadamente limitado para hablar de la subjetividad, por lo que tiene —digámoslo así— que doblarse, estirarse y hacerse maleable para alcanzar a nombrar las complejidades que hay en el universo de un sujeto).
Concretamente, una alegoría supone una comparación en la que se expresa una entidad de alto nivel de abstracción a través de un objeto específico (la paz, por ejemplo, se alegoriza como una paloma blanca y el amor, a través de un corazón).
Así, cuando caracterizamos el objeto “puerta” como una entidad con valor alegórico, estamos refiriendo, en el caso de una canción de tema amoroso, un complejo emocional que se vivencia en el sujeto de una manera absolutamente específica y casi incomunicable en sus cualidades si no fuera a través de un sistema de metáforas donde nuestros sentimientos y nuestra perspectiva del mundo se manifiestan mediante objetos cuyas cualidades son análogas a la forma en que un individuo vivencia su situación existencial. (Cuando alguien dice, por ejemplo, “mi corazón es un bote de basura”, nos dice mucho más que si sólo expresara un sentimiento específico como pudiera ser el enojo).
La puerta, como objeto, tiene entonces funciones ambivalentes: comunica y aísla, lo que implica también, en el primer caso, la comunión o la confrontación y, en el segundo, la construcción de la intimidad, pero también la del encarcelamiento. Una puerta que se abre puede conducirnos a la libertad o a un precipicio; una puerta que se cierra puede simbolizar una promesa o una condena.
En el caso de la pieza referida (escrita por Luis Demetrio hacia la segunda mitad de los años cincuenta), la puerta se concibe como un objeto animado (no la cerró quien se fue, no la cerró quien se quedó; se cerró por cuenta propia), lo cual es sintomático. Estilísticamente, la letra se cifra en un tono conversacional, muy en la tesitura del filin´ que se puso de moda en Cuba, haciendo más elástica la línea melódica de las canciones.
La imagen de una puerta que se cierra detrás de alguien que se va es extraordinariamente sintética; a través de ella el receptor reconstruye un objeto narrativo en el que hay una línea dramática —con su peripecia y su desenlace— que el autor no explicita, pero de la que vuelve coautor y hasta cómplice a su destinatario. “La puerta” exige receptores activos, creativos e imaginativos.
En la canción, sin embargo, el drama no se reduce al abandono y al olvido, sino a las circunstancias y al contexto, a la adversidad radical, al aislamiento existencial y a la impotencia. La puerta se cerró y la vida se clausuró: el hablante lírico no sabe cómo abrirla y quizá nadie sepa que hay alguien sufriendo anónimamente detrás de esa puerta cerrada que entonces se convierte en símbolo del anonimato, del desamparo y de la aniquilación absoluta.
Sartre lo advirtió: detrás de toda puerta cerrada está el infierno que, en el caso de esta pieza de Luis Demetrio, está determinado por la rabia, la soledad y el abandono.
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Edición: Estefanía Cardeña