Opinión
Rafael Robles de Benito
03/09/2024 | Mérida, Yucatán
No es la primera vez que asoma su sucia cabeza la intención de cambiar radicalmente el uso del suelo de los terrenos costeros cubiertos por vegetación de duna en Yucatán. De hecho, lo que antes fue prácticamente un ecosistema continuo, al menos desde el oriente de Progreso hasta El Cuyo, hoy se reduce a relictos, manchones aislados de una vegetación a la que muy pocos le dan la importancia que merece. Ahora toca el turno de la destrucción a las dunas costeras de una importante porción del municipio de Dzilam de Bravo, a lo largo de unos quinientos metros. Aunque desde hace ya algún tiempo se veía una gran actividad en la zona, nuevas cercas del alambre de púas, letreros de venta de predios, nuevas obras y brigadas de topógrafos, se esperaron hasta el último domingo de la temporada vacacional para introducir maquinaria y arrasar sin miramientos con la cobertura vegetal.
Remover la vegetación de la duna costera tiene varias implicaciones, cada cuál más grave. Las dunas son asiento de buena parte de la biodiversidad de los litorales peninsulares, y alojan no solamente las plantas con flores, hongos, mamíferos, aves, reptiles, crustáceos, arácnidos, anfibios e insectos que caracterizan el paisaje de nuestras costas, sino que incluyen entre ellos importantes ejemplos de especies endémicas consideradas amenazadas y en peligro de extinción, como las kuka (Pseudophoenix sargentii), chiit (Thrinax radiata) y la biznaga de nombre Mamillaria gaumeri, para mencionar únicamente algunos ejemplos. Desde luego, los señores interesados en “desarrollar” la costa, cambiando el paisaje a uno de infraestructura turística masiva y convencional, no consideran que esto merezca consideración alguna.
Pero, además, las dunas costeras cumplen con otras funciones, que sí que deberían importar a quienes quieren convertirse en dueños del disfrute de sol y playa. Para empezar, la vegetación de las dunas protege a la infraestructura local de buena parte del impacto de fenómenos hidrometeorológicos catastróficos, como huracanes y nortes, que, en un escenario de crisis climática, se irán haciendo cada vez más fuertes y frecuentes. Destruir este tipo de vegetación logra entre otras cosas incrementar el riesgo y la vulnerabilidad de los municipios costeros. Pero esto tampoco parece importar demasiado a quienes no ven más allá de la ganancia de dinero en el corto plazo. También harían bien en comprender que la vegetación de las dunas costeras, además de capturar carbono atmosférico, retienen la arena que arrastran los vientos, y que después, como efecto de las mareas y el oleaje, se convierte en el material que constituye las playas. Eso para los que tantos años llevan quejándose de la erosión costera: sus obras contribuyen a acelerarla y exacerbarla.
La mayor parte de los terrenos de dunas costeras en esta región de la costa ostentan la categoría de terrenos nacionales; es decir, son considerados propiedad de la nación, sujetos a la jurisdicción del gobierno federal a través de la Secretaría de Desarrollo Territorial y Urbano. Es cierto que la ley contempla la forma de desincorporarlos de ese régimen, y transferirlos, a título oneroso, a propietarios privados. Pero quienes llevamos décadas intentando realizar ese trámite por la vía legal, sabemos que es un viacrucis prácticamente intransitable. Cabe entonces preguntarse de qué artimañas se han valido los inversionistas que se ostentan propietarios de los terrenos (cuando en el mejor de los casos son simples usufructuarios). Y no estaría mal saber qué funcionario de la Sedatu les ha facilitado el camino, y de qué manera. ¿Cómo es que se aceita esa maquinaria para que camine?
Encima de todo esto, a sabiendas de que aquí, al destruir ejemplares de plantas endémicas, amenazadas y en peligro de extinción, se ha cometido un delito ambiental que amerita más de cinco años de prisión en promedio (no admite el recurso de libertad bajo fianza), además de que se ha violentado la normatividad ambiental estatal, al no respetar lo establecido en el Programa de Ordenamiento Ecológico del territorio Costero del Estado de Yucatán (POETCY). Hemos visto en múltiples ocasiones a ejidatarios o pescadores detenidos y encarcelados por cortar una mata de mangle. Me temo que quienes han decidido que es buena idea destruir miles de metros cuadrados de duna costera sufrirán un destino muy distinto. Con una autoridad ambiental debilitada y desdentada, los autores de esta tropelía se irán seguramente de rositas. En este camino de transformación tan aplaudido por las mayorías electorales, ni se ha terminado con la corrupción, ni se han abatido los niveles de impunidad. Lo que sigue siendo cierto, como desde tiempos de Quevedo, es aquello de “poderoso caballero…”
Edición: Fernando Sierra