Opinión
Pablo A. Cicero Alonzo
03/09/2024 | Mérida, Yucatán
La toma de posesión de los nuevos alcaldes y legisladores marca el inicio del fin de un desesperante purgatorio político, que concluirá de manera definitiva a inicios del próximo mes. Entonces, todas las autoridades electas estarán ya en funciones, y comenzará así un nuevo ciclo. Todo comienzo es esperanzador.
Heridos por una polarización creciente, que con morbo tipográfico traza fronteras separándonos unos de otros, pasamos de una crisis a la siguiente, de una catástrofe a la siguiente, de un problema al siguiente. Y, aún así, no perdemos la fe; nos aferramos, dejándonos incluso las uñas y la piel.
Esa terquedad es algo general, como lo reseña el pensador surcoreano Byung-Chul Han en su más reciente libro, El espíritu de la esperanza. Ahí plantea que ”solo la esperanza nos permitirá recuperar una vida en la que vivir sea más que sobrevivir. Ella despliega todo un horizonte de sentido, capaz de reanimar y alentar a la vida. Ella nos regala el futuro”.
Y con esa lógica buscamos tréboles de cuatro hojas en el asfalto. Hemos encontrado ya varios, que eclipsan incluso los discursos de odio bombardeados por yoduro de plata en las redes sociales. Esas suaves brisas conjuran tormentas.
Hay esperanza, por ejemplo, en el primer discurso de Cecilia Patrón Laviada: ”Y es que a pesar de grandes esfuerzos, la desigualdad persiste (en Mérida). El sur y las comisarías continúan con grados de marginación que son auténticas fronteras invisibles, que dividen, separan y lastiman”.
La mirada del otro es la que nos define, y por décadas, no se había mirado a la pobreza a los ojos. ”Es necesario reconocer esta realidad y trabajar por erradicarla. Juntos lograremos una Mérida más humana, ordenada y generosa”, prometió el día uno de su gestión la nueva alcaldesa.
Esperanza también hay cuando el gobernador electo, Joaquín Díaz Mena, sostuvo que no se comenzará de cero, sino que se aprovechará ”lo avanzado para seguir construyendo las bases para el desarrollo de nuestro estado”. Esta postura abonó y espantó a la cizaña, malayerba que ha crecido en gran parte del territorio, en donde se cosecha únicamente miedo.
Y es que, retomando lo escrito por Byung-Chul Han, "la democracia es incompatible con el miedo. Sólo prospera en una atmósfera de reconciliación y diálogo. Quien absolutiza su opinión y no escucha a los demás ha dejado de ser un ciudadano". Estamos cansados ya de enfrentamientos estériles, de la galaxia monocromática de la política actual.
Hay más brotes verdes de esperanza, muchos más, y mal haríamos en pasarlos por alto; en pisotear el césped. Y aunque la experiencia nos amenace con abofetearnos la otra mejilla, preferimos creer. Yo, en lo particular, me justifico citando a Kapuściński: Los cínicos no sirven para este oficio. Las palabras no se las lleva el viento, sino que se refugian en los fiordos de la memoria.
Hay otras señales —tan evidentes que sería ocioso mencionarlas en este breve espacio— que revelan los estertores de una sociedad que en ocasiones pareciera condenada a repetir lo peor de su historia. Sin embargo, la experiencia nos ha enseñado que esos síntomas, tarde o temprano, hacen metástasis: no hay crimen sin castigo.
En estos últimos días veremos cómo las palabras, por ejemplo, de Cecilia Patrón, se van convirtiendo en acciones. E igual seremos testigos de los actos que marcan el preámbulo de lo que dirá Díaz Mena en menos de un mes, cuando tome posesión: El prólogo de los silencios y los anuncios.
Y, a pesar de las cicatrices, recorreremos esos días con un frasco de esperanza en nuestro bolsillo, porque la esperanza, y cierro citando de nuevo a Byung-Chul Han, "posee una tierna y bella audacia. Quien tiene esperanza obra con audacia y no se deja confundir por los rigores y las crudezas de la vida. Al mismo tiempo, la esperanza tiene algo de contemplativo. Se estira hacia delante y aguza el oído". Escuchemos.
Edición: Fernando Sierra