Opinión
Nalliely Hernández
02/10/2024 | Mérida, Yucatán
En la desgarradora novela, ganadora del Pulitzer 2024, Cristina Rivera Garza recrea, infiere e imagina la voz nunca enunciada de su hermana:
Liliana era una estudiante de arquitectura en la UAM Azcapotzalco en la Ciudad de México que fue víctima de feminicidio en 1990 en manos de su exnovio, el cual nunca fue detenido.
Haciendo una reconstrucción de su experiencia a partir de sus cartas, notas, de los testimonios de sus amigos y amigas, así como de su propia vivencia, la autora teje una novela donde se muestra con particular claridad que Liliana, y todas las mujeres que fueron víctimas de este tipo de violencia durante muchos años, no solamente no tuvieron justicia porque sus agresores y asesinos no fueran castigados, sino porque carecían de lenguaje para nombrar lo que estaban experimentando. Cristina va hilando la vida de su hermana desde niña y, particularmente, los años, meses y días previos a su muerte intentando dilucidar a partir de estas pistas qué ocurría en su relación con Ángel, ¿qué paso? ¿se sintió Liliana en peligro? ¿por qué nadie nos dimos cuenta? Nos dice: “Lo que haya sucedido entonces, lo que provocó un viraje tan radical y una respuesta tan enérgica, sin embargo, no aparece en el archivo. Innombrado, tal vez innombrable, Liliana decidió no hablar, o no pudo hablar, no tenía lenguaje para hablar de eso”.
En este espacio ya hemos hablado antes del surgimiento del concepto de feminicidio como resultado de la resistencia política y epistémica, como respuesta a la injusticia que ocurre cuando un grupo es excluido como participante en la estructuración del lenguaje y las prácticas sociales. En este mismo tono, la novela explora esta dimensión de la injusticia en el caso de las mujeres y muestra un feminismo historicista que se propone generar cambios en la deliberación moral a través de la ampliación y modificación del lenguaje y los argumentos establecidos en una sociedad determinada. Con ello, la cuidadosa narrativa de Cristina Rivera ilumina la idea de que se requieren nuevas palabras para desnormalizar esta violencia y todos los prejuicios y estigmas que implican, entre otros, la disculpa anticipada del victimario y la respectiva culpabilidad de la víctima.
Como expresa Richard Rorty, siguiendo a la feminista Katherine McKinnon:
[…] las injusticias pueden no ser percibidas como tales, incluso por quienes las sufren, hasta que alguien invente un papel que todavía nadie ha desempeñado. Solamente si alguien tiene un sueño, y una voz para redescribirlo, lo que parecía naturaleza empezará a verse como cultura, y lo que parecía destino como una aberración moral. Pues hasta ese momento el único lenguaje disponible será el del opresor, y casi todos los opresores han tenido siempre la astucia de enseñarles a los oprimidos un lenguaje en el que el discurso de éstos suene insensato —incluso para ellos mismos— si con él se describen en tanto que oprimidos.
Liliana no tenía cómo expresar la violencia que vivía en medio de su experiencia romántica, quizá ni siquiera la percibió hasta el último momento, como tal. Tampoco lo tuvieron su familia y amigos o amigas para poder nombrar y entender la naturaleza de su muerte. Hicieron falta nuevos conceptos para dar cuenta de ella, exhibir ideas y hábitos que invisibilizaban su carácter patriarcal. Pero este nuevo vocabulario pudo surgir más tarde gracias a la resistencia política y epistémica de activistas, madres, académicas que apelaron a una nueva imaginación social previamente inadmitida. Lo hicieron a través de pancartas, cruces, documentales y música, cultivando la empatía y cuestionando las razones.
Cristina Rivera convierte así, su dolorosa experiencia en otra redescripción de esta resistencia a través del arte, y su novela desmonta de forma brillante y persuasiva la descripción normalizada del opresor, para mostrarla como aberración moral, siguiendo las palabras del filósofo norteamericano: “Si encuentras que eres un esclavo, no aceptes las descripciones de lo real de tus amos: no trabajes dentro de los límites de su universo moral. En lugar de ello, intenta inventar una realidad propia seleccionando aspectos del mundo que se presten a respaldar tu juicio sobre la buena vida”.
La historia de Liliana es una extraordinaria narrativa para respaldar un nuevo juicio sobre la buena vida a la luz de los feminicidios en México que apenas se vislumbra como posibilidad. Como la autora le escribe a su hermana: “Hasta que llegó el día en que, con otras, gracias a la fuerza de otras, pudimos pensar, imaginar siquiera, que también nos tocaba la justicia. Que la valías tú también entre muchas, entre todas las tantas. Que podíamos luchar, en voz alta y con otras, para traerte aquí, a la casa de la justicia. Al lenguaje de la justicia”.
*Profesora del Departamento de Filosofía de la Universidad de Guadalajara
Edición: Ana Ordaz