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Poner una pica en Flandes

El Quijote es de todos y sus andanzas continúan siendo relevantes
Foto: Facebook Silvia Káter

En un evento que en nuestro país podríamos haber calificado de “vender sweaters en Chiconcuac”, o “venderles helados a los esquimales”, me ha tocado ver en Madrid la puesta en escena de “Don Quijote. Historias Andantes”, dirigida por Raquel Araujo Madera y actuada por Silvia Kater, con música original de Erik Baqueiro. La velada me ha hecho dejar de lado esta vez mi acostumbrada opinión de corte político o ambiental, y dedicarle un rato placentero a hablar de teatro. Debo confesar de entrada que acudí a la sala bululú con reservas: temía que me fueran a recetar una versión diluida de las andanzas del ingenioso hidalgo; pero a medida que avanzó el espectáculo, me fue atrapando por varias razones, que trataré de asentar en estas breves líneas.

Siempre había asociado al teatro de objetos con la antigüedad, o con la infancia. Esto es, siempre pensé que recurrir a apoyar la actuación con maquetas, muñecos, títeres, dibujos o juguetes había sido cosa de los retablos trashumantes del medioevo y el renacimiento, y que en la actualidad se usaban solamente ante públicos que requieren, para apreciar el teatro, algo más que el movimiento de los cuerpos, las expresiones y la palabra, y gozan y mantienen el interés al entrar en juego objetos que sorprenden, ayudan a asociar ideas, y contribuyen a sumar y diversificar contenidos y significados. Estaba equivocado. El ingenio con que se eligieron y construyeron los objetos en los que se apoya la narración de una cuidadosa selección de episodios del Quijote equivale a la construcción de una escenografía múltiple, y es algo más: aporta recursos para profundizar en lecturas diferentes de cada episodio, y permite la aparición de narradores diversos, personajes cuya apariencia queda a la imaginación de cada espectador.

Frutas y verduras, muñecos, caballitos de juguete, viejas cafeteras, sartenes, trapos y acuarelas se suman a postizos, faldones, botargas, tocados, turbantes y bacías que son yelmos de cartón se unen a las múltiples voces de Silvia para mantenernos atentos a lo que parecía a primera vista la repetición de una historia de sobra conocida, dándole nueva frescura y vitalidad. Se suma a esto la música de Erik Baqueiro. Él dice que la música es similar a la iluminación, que está ahí y toma parte del desarrollo de la obra. Creo que es más que eso: es un narrador adicional, que suma matices y contenidos, y aporta nuevos contenidos, como cuando incluye algunos acordes de La Llorona.

A esa sutil intromisión oaxaqueña se suma otro acierto de Silvia: durante casi toda la obra, Silvia cecea escrupulosamente. Al contrario de lo que nos pasa a muchos mexicanos, cuando tratamos de imitar el acento de los españoles, y cometemos múltiples faltas de ortografía, ceceando cuando no deberíamos hacerlo, ella lo hace de manera prácticamente impecable (solamente se le escapó una ese donde debería haber dicho zeta, pero lo corrigió al vuelo). Al final, cuando Sancho se dirige a Don Alonso Quijano, que ya se encuentra cuerdo y agonizante, lo hace con un franco acento mexicano, dándonos sin decirlo una lección poderosa: Don Quijote es universal, y lo queremos vivo y nuestro desde todas las lenguas y los acentos, y desde todas las culturas. Su espíritu es el del humanismo, no el “humanismo mexicano” que se ha inventado nuestra cuarta transformación, sino el de veras, el humanismo al que nada humano le es ajeno.

Un par de detalles de real serendipia: le tocó al Teatro La Rendija presentarse en Madrid en la Sala Bululú, y un bululú (me enteré ese mismo día) es un número teatral en que un actor encarna múltiples personajes. En este caso, Silvia es Alonso Quijano, Don Quijote, Aldonza Lorenzo, Cervantes, Sancho Panza y Cide Hamete Benengeli; y acudimos a verla en la víspera de lo que en España conocen como el “día de la hispanidad”, que para nosotros es “día de la raza”, de modo que resultó más que oportuno decir en Madrid que no señores, Don Quijote no es sólo español. También es nuestro, y es de todos. Y de todas, como nos lo ha demostrado Silvia Kater, al encarnarlo con absoluta fidelidad humanista.


Lea, del mismo autor: Claudia y la esperanza

Edición: Fernando Sierra


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