Opinión
Pablo A. Cicero Alonzo
22/10/2024 | Mérida, Yucatán
Una carta, escrita con la prisa de partir. Una mirada, sostenida en la agonía. Un apretón de manos, un susurro, un epílogo. Un adiós. Hay personas que se marchan en silencio, sin dejar rastro; luciérnagas a las que la noche devora. Hay otros en los que la vida les concede la oportunidad de escribir su epitafio.
Esta semana han sido dos los que revelaron spoilers de su ausencia, y lo han hecho sin desentonar. El primero, Joaquín Sabina, quien se dio el gustazo de despedirse mientras se derretían los peces de hielo de su güisqui. En una barra oscura de bar, con la voz de piedra de los viejos, Sabina canta Un último vals.
Y mientras lo hace aparecen, de entre las sombras, sus hijas, sus cómplices, sus segundas y terceras voces. La oscuridad siempre reina, pero por artes desconocidas, el lugar se ilumina. Algunos aparecen sonriendo, otros ya con cara de funeral, pero todos escuchan ese canto de cisne que anuncia las próximas cenas en el bar del hospital.
En esa elegía, Sabina (75 años) reconoce que ya sólo está de moda si se cae otra vez del escenario, haciendo alarde de su cinturón negro de pesimismo. Aún así, y con la melancolía que imprime, deja en manos de todos el legado de sus canciones, que continuarán sonando cuando cierren las cantinas y se baile reguetón en la oficina.
En el videoclip de la despedida aparecen algunos de los amigos de Sabina, como Ricardo Darín, Joan Manuel Serrat, Andrés Calamaro, Ariel Rot, Alejo Stivel o Jorge Drexler. Faltan, sin embargo, otros, como Pancho Varona. Y, sí, la canción nos recuerda que nos podemos marchar con la dulce venganza de no perdonar ciertas cosas. Me muero como he vivido, añadiría Silvio.
El otro que se despidió fue el ex presidente de Uruguay José Pepe Mujica. Lo hizo en un acto de campaña de su partido: ”Soy un anciano que está muy cerca de emprender la retirada de donde no se vuelve; pero soy feliz porque están ustedes, porque cuando mis brazos se vayan habrá miles de brazos sustituyendo la lucha y toda mi vida dije que los mejores dirigentes son los que dejan una barra que los supera con ventaja”.
Mujica (89 años) fue diagnosticado a principios de mayo de un cáncer de esófago, y en el último mes fue ingresado hasta en cuatro ocasiones a terapia intensiva. ”Ando remontando mis huesos como puedo”, reconoció al salir de uno de esos viacrucis hospitalarios. Aún así, radiante y jodido, como describiría Benedetti, Mujica tuvo la oportunidad de decir adiós.
Ambos, Sabina y Mujica, cada uno con su estilo y con su gente, pudieron escribir el punto final, ayudando a digerir, con anticipación, el vacío ácido de su ausencia. Hay otros que prefieren marcharse en silencio, sin hacer ruido, prolongando la tristeza de su partida. Hay otros tan solos que no tienen a nadie a quién decirle hasta luego.
Tal vez de eso se trate nacer: de la oportunidad de planear la mejor manera de decir adiós. Irse rodeado de tus hijos. Confesar un crimen. Casarse in articulo mortis. Dar un portazo y mandar a todos al carajo. Sonreír. Arrancar promesas imposibles de cumplir. Pedir perdón… Aunque la vida es canalla y hay ocasiones en los que nos arrebata hasta eso.
Edición: Fernando Sierra