El escritor colombiano residente de Mérida Omar Felipe Giraldo presentará su libro más personal y complejo de escribir, Retorno al humus. Una meditación ambiental sobre la muerte, a finales de noviembre.
Abertura
Los cadáveres de libélulas, hongos y hojas arbóreas se descomponen en humus para conocer el retorno. Cada manifestación singular, sea liquen, levadura o mamífero, regresa, como todos, a ser pieza de recambio en el misterioso ciclo de la respiración de la vida. No hay inicio para ninguno de los mortales, como tampoco hay final con su muerte; solo unión provisional de elementos que tendrán que separarse, recombinarse y entremezclarse para conformar nuevas expresiones en los enlazamientos de una vida sabia e imponderable que se rehace mutando desde sí misma. En cuanto carne del mundo morimos en la humedad para seguir deambulando con nuevos ropajes.
Encontrarnos con una mirada ante la muerte en profundidad térrea es oportunidad fecunda para contemplar en nuestro cuerpo animal y en las innumerables formas de la tierra, el lugar de residencia de todas las divinidades.
***
Me digo para consolarme
que toda muerte es regeneración, que la tierra
se tragará las hojas, que las volverá árboles
o pájaros, tal vez nubes o arroyos.
Pero la luna es insistente y brilla
y dice que volverá a mirarme,
como siempre, entre las hojas muertas.
Pensar la vida. Meditarla inmersos en la materialidad de la tierra. Esa es la tarea urgente en estos días dolorosos en los que acabamos de cortar amarras con el mundo para embarcarnos en una aventura suicida de despliegue técnico y dominación planetaria. Obsesionados por seguir surcando en una odisea descorazonada, nos autoatribuimos un puesto excepcional en otro reino, uno puramente humano, donde todo lo demás es nada y nosotros lo somos todo. Embriagados de poder, nos hemos extraviado, mientras las criaturas se extinguen, el cielo se enrarece, la biósfera se calienta y los hijos de la tierra buscan refugio. El cataclismo se acrecienta y el dolor de la devastación se expande sin conmiseración mientras seguimos envanecidos en nuestra yoidad indolente. Vivimos en tiempos trágicos porque, a pesar de que el grito de la tierra se intensifica y se agota el tiempo para frenar la obstinación por la desmesura, seguimos creyendo en que habrá alguna invención técnica triunfadora capaz de salvarnos de nosotros mismos.
Estos tiempos de miseria se hacen intolerables, y claman un pensar que en todo caso es un afecto, que sea vida: un pensar estético-poético que sea la vida misma manifestándose y expresándose desde la multitud de las voces que la componen. Lo que se hace urgente es entonarnos en un pensamiento-tierra que recibimos como don y que se expresa en aquel recuerdo olvidado de que no ocupamos ninguna posición privilegiada; de que nuestro puesto está, al igual que el de todos los demás seres terrestres, entre las plantas, piedras, animales, ríos, montañas, mares y lagunas, conformando la frágil trama vital como apenas uno de sus hilos. Lo que se requiere es dejarnos habitar por un pensar emanado de la naturaleza viviente que somos, que pertenece lo mismo al lugar que a nosotros mismos, cuyo sentido captamos sensiblemente al estar-siendo tocados por la esencia relacionante de la vida.
En estos tiempos mezquinos de terricidio y de guerra contra todos y contra todo, es fundamental nutrir una afectividad ambiental que se extrañe de esa consabida creencia según la cual estamos separados —la naturaleza “allá” y nosotros “acá” —, y en cambio se conciba en parentesco y consanguinidad con los seres del mundo habitado. Se hace impostergable hacer surgir un pensamiento telúrico que reclame nuestra resonancia carnal con la tierra y que sepa compenetrarse con los poderes terrestres y sus singulares manifestaciones. En un tiempo de extravío, en el que nos habituamos tan dolorosamente a distinguirnos de todo lo existente y a ubicarnos en un falso y arrogante sitio de dominio, no hay más remedio que recordar aquel pensamiento-vida, que no es un lenguaje humano, sino el lenguaje de la naturaleza misma, que lo es todo, cuyo palpitar se encarna en nuestras palabras y nos introduce afectivamente al cosmos en donde acontece nuestra residencia.
Esa es la tarea del pensamiento ambiental: disolver las escisiones ficcionales y religarnos con la totalidad de todo cuanto vive, para animar la propia esfera de la vida humana en un entendimiento sensual de copertenencia seminal a la naturaleza viviente y sagrada que habitamos y nos habita. De eso se trata un pensar que es vida. Sin embargo, quizá por un descuido; quizá por esa urgencia tan apremiante de traer al centro “la vida” como reacción al mayor olvido de la cultura dominante, hemos dejado a un lado el pensamiento en torno a la “muerte” en clave de relacionalidades e interdependencias, de marañas y de urdimbres. Aquejados por encontrar una respuesta ante el sufrimiento de la tierra arrasada, nos hemos concentrado en concebir la vida y solo la vida, pero al costo de divorciarla de la muerte, que no es su opuesto, sino el movimiento de la trama misma que permite su fulgurar incesante.
Las dos fuerzas de la naturaleza son la vida y la muerte, y por tanto es imposible afirmar la una sin afirmar también la otra. Cuando pensamos la vida en su afirmación radical, como vida que es vida y nada más, acabamos negándola ¿O no es acaso la pura positividad de fuerzas, sin negatividad alguna, la renuncia misma a la vida? El olvido de la muerte poco favor le hace a la apremiante necesidad de traer el pensar de vuelta a la tierra porque la naturaleza no puede comprenderse solo como la fuerza de coligación, composición y unión; es indispensable considerar también, y al mismo tiempo, las fuerzas de disolución, descomposición y desunión. Las unas se generan de la otras. Los principios de formación y creación surgen gracias a los principios complementarios de división y disgregación. La juventud del mundo, su rebrote, emana de la consunción, de la dispersión, de la fermentación, o, para decirlo con el poeta Friedrich Hölderlin:
[todo ser]
vuelve a su elemento, para recuperarse,
como en un baño, con destino a una nueva juventud.
Así, en la dispersión, en la separación, en la segregación de lo finito, yace el rostro oculto y silencioso del florecimiento, del reverdecimiento, del engendramiento. En el acabamiento, en el aparente fin que acontece así nomás, está la revelación de aquel hermoso acontecimiento de la reunificación, de la recomposición de relaciones que devienen en una nueva organización, en una renovada mezcla, en la inesperada afectación de la materia viva que surge distinta, aunque conformada de lo mismo. En aquella potencia poderosísima de la naturaleza, que es la muerte, está el secreto para despertar vida y crear un pensamiento que sea vida.
Pero la muerte, en la tradición del mundo occidental, no ha sido imaginada desde la inmanencia, desde la terrenalidad de cuerpos que se reconocen emergencia de la tierra; no ha sido ideada a partir de “acá” ni de “aquí”, en el lugar habitado, sino llevada al ámbito de la trascendencia: al “más allá”, donde ocurre supuestamente la verdadera residencia de los humanos inmortales. Sea bien en la herencia platónico-cristiana, donde la muerte es apenas un puente, una puerta para ir a morar en algún otro lado, que no es la tierra, o sea bien en la versión del mundo secular, en la que la muerte es eliminación, aniquilación y fin último de la persona seguida por la nada, la consecuencia última es la negación de la muerte, lo que a su vez tiene efectos profundos en la manera como rechazamos la naturaleza que somos en estos días de inmensa desolación y crecimiento del desierto en nombre del progreso.
El presente ensayo de pensamiento ambiental busca suprimir cualquiera de estas versiones metafísicas sobre la muerte, que no son más que un correlato de aquel antropocentrismo que ubica lo humano en el centro y todo lo demás a su servicio, y contempla a la muerte en clave del retorno, del retoño, de un germinar continuo e inacabable en el que, en diferentes modos y tiempos, permite seguir habitando la casa, la morada. Asimismo, las siguientes páginas buscan aproximarse al entendimiento de cómo la manera dominante de comprender la muerte, siempre por fuera de la naturaleza, tiene efectos trágicos en aquello que hoy llamamos la crisis ambiental y el colapso civilizatorio.
¿Qué relación tiene la comprensión no-térrea de la muerte con la devastación planetaria que amenaza nuestra supervivencia y la de muchos otros seres con quienes coexistimos?
Propongo pensar la muerte en su retorno al humus como alimento de la vida, y a nuestra animalidad humana envuelta en el devenir de las fuerzas cósmicas que nos rebasan; entenderla en la naturaleza animada, jugando en el movimiento e impermanencia de la materia. En vez de imaginar la vida y la muerte segmentadas, condenadas ambas al estatismo, al quietismo, y al final de cuentas, al mutismo, sugiero percibir ambas fuerzas fluyendo, y a nosotros mismos siendo el mismo flujo de la corriente. Se trata pues de pensar la vida desde la muerte y la muerte desde la vida, para ser habitados en un pensar-telúrico, de modo que, y para decirlo con el hermoso verso de Gabriela Mistral, traigamos de nuevo la muerte a la tierra:
Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
Retorno al humus no significa que podemos retornar, sino que ineluctablemente retornaremos a la totalidad del cosmos, y que no hay otra forma de retornar que no sea sino a través del cuerpo-liana-hilo que es el cuerpo de la tierra. Morimos de manera corporizada como hebras que se destejen y retejen en el tapiz de la totalidad que nos contiene. A pesar de quienes quieren darnos vida eterna, sea en el cielo o sea en un disco duro, o de quienes nos destinan a la nada absoluta, morimos gracias a que habitamos en un cuerpo transitorio y mestizo compuesto de multitudes que no sabe hacer otra cosa que reincorporarse y devenir otredad. Morir y vivir es retornar de nuevo, una vez más, para seguir siendo, pero diferente, junto a todos, en un trenzado dinámico e inmanente.
_______________
El libro actualmente se encuentra a la venta en línea a través de este
enlace.