Opinión
La Jornada Maya
09/12/2024 | Mérida, Yucatán
Manteniendo su actitud de polemizar antes de iniciar la revisión programada del Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC), Donald Trump, presidente electo de Estados Unidos, aseguró este fin de semana, durante una entrevista televisiva, que su país subsidia a México por 300 mil millones de Dólares y a Canadá por un tercio de esa cantidad, y dirigiéndose a sus electores, sugirió la anexión de ambos países, como los estados 51 y 52 del suyo.
El estilo de comunicación de Trump es su distintivo, y el público al que va dirigido el mensaje también es muy específico. No es para que el Congreso de Estados Unidos lo tome en serio por ningún motivo, pues la anexión de países soberanos es un tema que en ese país causaría varios problemas de política interior y ya no digamos de relación intercultural; por otra parte, ni a los canadienses ni a los mexicanos les agradaría ser tratados como Puerto Rico.
Por otra parte, tal pareciera que Trump no distingue entre un subsidio o subvención y la balanza comercial, algo que resulta básico en el nivel de política que ejerce. Pero de nuevo, sus mensajes a través de sus redes sociales o apariciones en televisión no están dirigidos a los representantes del pueblo o autoridades de otros países, sino a su público. En la entrevista, el estadunidense hace parecer que Washington envía dinero de sus contribuyentes a sus dos principales socios comerciales, cuando las sumas de las que habla son resultado del intercambio comercial que realizan empresas de ambos lados de las fronteras, en el cual Estados Unidos está resultando deficitario aunque obtiene mercancías a precios lo suficientemente bajos como para que no estalle el descontento en su población.
Contrario a lo que se pudiera pensar, Trump sabe que lo que está diciendo difícilmente se hará realidad. Si en verdad pretendiera que México y Canadá fueran otros dos estados de su país, tendría que echarse para atrás en su intención de seguir construyendo muros fronterizos y realizar deportaciones masivas. La experiencia que tiene en el mundo de los negocios debe haberle dado lecciones sobre las consecuencias que tienen algunos ofrecimientos.
Tampoco puede creerse que ignora las consecuencias de entrar en una guerra de aranceles, esperando que estos “los van a hacer ricos” cuando, en el fondo, sabe que los Estados Unidos son el mercado más grande para prácticamente toda clase de mercancías, y que hace mucho dejó de figurar entre los mayores productores industriales, razón por la cual su balanza comercial es deficitaria.
La consecuencia de establecer aranceles de manera unilateral, ya se ha advertido a ambos lados de la frontera, será que los consumidores estadunidenses paguen precios más altos, por lo que Trump iniciaría su segundo mandato incumpliendo una de sus principales promesas de campaña: frenar la inflación en su país.
Las contradicciones en que ha caído Trump ya se habían previsto, y en parte ese es el motivo por el cual la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, ha anunciado que dejará de responder a los dichos de su homólogo en los medios de comunicación; una decisión que le evitará mucho desgaste por meras bravuconadas en asuntos que terminarán en la mesa de revisión del T-MEC.
Por otro lado, el hecho de que Trump manifestara que su urgencia es porque haya “piso parejo” en la relación comercial sí resulta un llamado de atención para los mexicanos, especialmente los que fueron testigos de la primera firma del TLC, en 1994, cuando la oferta nacional y gran contribución al pacto trilateral fue la mano de obra barata y con derechos laborales reducidos que entregó Carlos Salinas de Gortari. La campana suena para quienes creen que es posible en este momento entrar a una revisión del T-MEC en condiciones de igualdad y sin necesidad de plegarse a la voluntad de los otros dos socios comerciales.
Edición: Fernando Sierra