Opinión
La Jornada Maya
08/12/2024 | Mérida, Yucatán
En la mitología griega, Sísifo es un rey condenado a trepar una enorme piedra por una colina, pero justo antes de llegar a la cima, la roca cae y es preciso reiniciar la tarea. El mito alude a lo absurdo que es insistir en pretender solucionar un problema de una sola forma. La lucha contra la corrupción en México, por el contrario, parece indicar lo contrario, que resulta inútil luchar contra un problema estructural que permea en todas las áreas de la relación de los ciudadanos con el Estado.
El tema de la corrupción es complejo y se ha querido hacer de su combate una cuestión de voluntad de quien se encuentre al frente del Ejecutivo en los tres niveles de gobierno. Sin embargo, desde la campaña de José López Portillo (1976), la población respondía al lema “La solución somos todos” con “La corrupción somos todos”. Luego, a mediados de su sexenio, Enrique Peña Nieto indicó que el problema era “una debilidad” o “un asunto cultural”. Lo cierto es que llegar a la erradicación se vislumbra, precisamente, como el tormento de Sísifo.
Este fin de semana, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), adelantándose al Día Internacional contra la Corrupción, que se conmemora hoy, reveló que en la península de Yucatán, una de cada 10 personas mayor de 18 años fue víctima de la corrupción durante 2023, aunque el promedio indica que entre los tres estados son más: 13.4 por ciento; es decir, poco más de 13 de cada 100, aunque la aportación por entidad es de 17 individuos por Quintana Roo, 11.8 de Campeche y 11.4 de Yucatán.
Preguntarle al ciudadano común dará como resultado la percepción generalizada de lo que es corrupción, y en qué niveles se encuentra. Así encontramos como respuestas más extendidas que el fenómeno se da particularmente en las instancias estatal y municipal, y que se relaciona con trámites relativos al pago de impuestos o con los servicios públicos como el agua potable.
Pero el tema con la encuesta es que pretende medir desde la ciudadanía, cuando la corrupción es un fenómeno que se da en dos vías y que queda expresado en la frase “si me ayudas, yo te ayudo”, en la interacción más reflejada, que es el contacto con policías y autoridades de seguridad pública, especialmente agentes de tránsito o el Ministerio Público. Pero sabemos poco de la corrupción en otros niveles, que se da entre los gobiernos -en todos sus niveles -y sus proveedores; o de los “diezmos” que se piden a empresas constructoras incluso hasta para participar en licitaciones. A esas alturas, pocos están dispuestos a hablar.
El fenómeno de la corrupción va mucho más allá de las “mordidas” o los “moches”, ya que no necesariamente implica la circulación de dinero. A veces se trata del establecimiento de cadenas de favores, de nombrar a una persona determinada para un puesto para el cual carece de preparación o no cumple con los requisitos, pero lleva una poderosa recomendación; o se ejerce el poder en contra de aquella que no se somete a los deseos del funcionario, o no le rinde pleitesía; o los recursos destinados para el mantenimiento o renovación de instalaciones en una escuela se ejercen únicamente porque hay presión por parte de las familias; o toda una dependencia demora en brindar los servicios a los que está obligada.
La corrupción tiene múltiples expresiones y funciona en varios niveles, no solamente entre dos personas, sino también entre empresas y representantes de instituciones, en la aprobación de leyes sin una discusión extensa, y también tendríamos que detenernos para analizar si cuando existen conflictos entre gobiernos locales y municipales no es sino porque algún actor está impidiendo el flujo regular de la “transa” que ya está diseñada para “facilitar” que las cosas funcionen, pero en beneficio de unos cuantos.
Edición: Fernando Sierra