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Estamos experimentando una inmediatez e hiperabundancia de datos disponibles en la red, cuyos efectos son aún incalculables. Como analogía alarmante se ha propuesto llamar este fenómeno infodemia: una epidemia de información, en la que distinguir entre lo verdadero y lo falso se ha vuelto casi imposible.

Recordemos que la ilustración europea imaginó que el progreso social venía de la mano del conocimiento, y este a su vez se inspiraba en la revolución científica de la época, por lo que la idea de democracia deliberativa en buena medida está estimulada por la idea de un diálogo social reflexivo e informado. Por ello, la democratización de  información y de espacios que implican las redes sociales posibilitó cambios políticos sin precedentes. Como nunca antes, cualquiera puede acceder al espacio público, no sólo las élites que tradicionalmente eran dueñas de la opinión pública, y el flujo de información es casi imposible de detener. Hay quienes celebran estas ventajas democratizadoras y otros no son tan optimistas. 

En su libro Infocracia, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han denuncia la red como una nueva herramienta de control social. La contrasta con otros momentos históricos en los que el poder se ejercía con fuerzas y acciones tangibles. En cambio, para Han, la red posibilita un control descentralizado, rizomático, en el que la represión y la vigilancia se hacen innecesarias. Los usuarios se entregan libremente a una dinámica de consumismo, exhibición y producción de datos en una actitud egótica y onanista que borra al otro o lo objetualiza, erosionando la noción misma de comunidad. 

Desde la crítica de Habermas a la mediocracia, pasando por la crítica de Putnam a la telecracia, se ha advertido sobre los efectos de los medios en la cultura: desde la neutralización del conflicto político, hasta la banalización de los contenidos. Puede argumentarse que, entre las distopías orwelliana o huxleyana, nuestra época ha evolucionado hacia esta última, donde el placer y la satisfacción inmediata son medidas de entumecimiento social. 

De acuerdo con el coreano, la infodemia genera una frenética actualización del presente, producción de novedades, que se alimenta de nuestra atención momentánea, obstaculiza la capacidad de reflexión y nos hace asimilar precipitadamente mentiras, conspiraciones paranoicas y soluciones aparentemente plausibles que funcionan como el soma huxleyano. Nos incapacita para facultades importantes para la democracia como la lentitud y la prudencia que se requieren en la atención sostenida, el aprendizaje detenido: nos hace impacientes. “Reducir nuestra paciencia cognitiva es sinónimo de facilitar nuestra esclavitud intelectual y emocional”, dice Carlos Javier Gonzáles, filósofo español. 

Su vertiginosidad tiene efecto en nuestras emociones. La vociferación de palabras de odio, de noticias alarmistas nos llenan de miedo. La evanescencia de las dosis de dopamina que nos provee nos degrada a la calidad de adictos desesperados. Los dark adds, las fake news y el microtargeting nos retroalimenta de lo único que es incapaz de darnos información nueva: nosotros mismos. 

Aunque todos estos peligros están ahí, es curioso que Han se oponga a un modelo de democracia basada en una racionalidad comunicativa que en su diagnóstico queda impedida por la información digital. Esta racionalidad comunicativa presupone que a partir de la argumentación y un mundo de vida compartido podremos dirimir nuestras diferencias. Sin embargo, como hemos expuesto antes en este espacio, la inspiración de corte científico en este proyecto democrático siempre ha resultado ambivalente, pues al mismo tiempo que pretendía ser incluyente (en principio todos participan del conocimiento y el diálogo), terminaba siendo excluyente en los hechos (solo algunos pueden). Como el mismo Han ha apuntado (Sobre el poder), estas premisas están comprometidas con valores que impiden un verdadero pluralismo y terminan por excluir a aquellos que no comparten los argumentos o la experiencia de vida dominantes (colonizadores-colonizados, hombres-mujeres, caucásicos-negros, etc.). 

Han parece sugerir que la dicotomía entre racionalidad digital y comunicativa, se reduce a la dicotomía entre ilusión y realidad. Pero consideramos que se trata de una falsa dicotomía. Como dice el esloveno Slavoj Žižek cuando analiza la famosa escena de Matrix en la que Morfeo le da a elegir a Neo entre la píldora roja y la azul: necesitamos una tercera píldora. No una que nos permita acceder a la realidad “racional” detrás de las apariencias digitales, en términos del filósofo mexicano David Bak Geler, en un diálogo ordenado y sin ruido, sino una que nos permita comprender los valores, ficciones e ideologías que estructuran nuestra realidad. Una píldora que nos permita localizar la fricción social en medio del caos, que deje atrás el narcisismo y consumismo, y permita un pluralismo y comunitarismo efectivo. 

Nalliely Hernández, Universidad de Guadalajara 

María Edith Velázquez, Universidad de Guanajuato


Edición: Fernando Sierra


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