Opinión
Carlos Rodríguez
06/01/2025 | Mérida, Yucatán
F. Scott Fitzgerald afirmaba: "Nunca es demasiado tarde para convertirte en quien quieres ser". Aunque esta frase resuena como un canto de esperanza, su aplicación en la vida real es mucho más compleja. Sin embargo, vivimos un tiempo fascinante en el que, contra viento y marea, cada vez más personas se atreven a redescubrirse. Este fenómeno, silencioso pero profundo, evidencia que hombres y mujeres mayores de 40 años están encontrando en las artes un refugio y una plataforma para expresarse.
En la literatura, ese territorio que conozco un poco mejor, se observa un creciente número de adultos que, ya entrada la madurez, asisten a talleres, lecturas y encuentros literarios. Esto ocurre a pesar de los obstáculos impuestos por una sociedad que idolatra la juventud como la única ventana de oportunidad. Se perpetúa el mito de que si no logras ciertas metas en tus años juveniles, “ya se te fue el tren”. Pero lo cierto es que muchos descubren que, lejos de haber perdido ese tren, hay otros que apenas comienzan a anunciar su llegada.
Un extraordinario tallerista a quien admiro, Ricardo Guerra de la Peña, dice que todos llevamos a un escritor o escritora dentro que puede despertar desde muy chico hasta la edad adulta y coincido totalmente.
Pero ¿por qué este "inicio tardío"? Las razones son múltiples y complejas. Algunos descubren una pasión literaria inesperada, un destello que no se manifestó en la juventud porque las condiciones no eran propicias, ya que la creatividad florece cuando se cuenta con un espacio —físico y emocional— que permita su desarrollo. Otros, quizás la mayoría, tuvieron que dedicar sus primeros años adultos a cumplir con las demandas de la sociedad: construir carreras, criar familias, producir bienes o servicios. Sólo al alcanzar cierta estabilidad económica y personal y después de haber sido machacados por el sistema social utilitarista que impera, pueden volver la mirada hacia ellos mismos y permitirse perseguir lo que siempre habían deseado.
Esto no es nuevo. Grandes figuras literarias también comenzaron tarde. Charles Bukowski, el amado/odiado autor estadunidense, publicó su primera novela Post Office cuando tenía 51 años, después de trabajar más de una década precisamente en una oficina postal. Esta motivación tardía fue justificada por él mismo en una carta: “tengo dos opciones, permanecer en la oficina de correos y volverme loco… o quedarme fuera y jugar a ser escritor y morirme de hambre. He decidido morir de hambre”. Otro caso similar es el de José Saramago, que si bien comenzó en el mundo literario de joven, se dedicó a alternar la escritura con un trabajo “económicamente productivo” en una compañía de seguros, hasta que su primera novela exitosa, Levantado del suelo, le llegó cuando tenía ya 58 años.
Es crucial que tanto la sociedad como el estado reconozcan este fenómeno y fomenten su crecimiento. Existe una riqueza de voces maduras, llenas de talento y sabiduría, con historias que esperan ser contadas. Son relatos que entrelazan alegrías y tragedias, experiencias únicas que los lectores merecen conocer. Como dijo Gabriel García Márquez, “la vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”. En esas memorias reside una fuente invaluable de creación literaria.
Paralelamente, es esencial seguir apoyando a los jóvenes escritores, brindándoles herramientas y oportunidades para que desarrollen su potencial sin sacrificar sus sueños literarios ante las exigencias de un mundo donde el éxito parece medirse en bienes materiales. Recordemos las palabras de Mary Shelley, quien a los 18 años escribió Frankenstein, demostrando que la juventud tiene un fuego creativo capaz de iluminar generaciones enteras.
Sin embargo, la relación entre generaciones no debe verse como una competencia. Jóvenes y adultos no son rivales en el campo literario. Por el contrario, sus voces se complementan. La sociedad y el estado poseen recursos suficientes para apoyar a ambos grupos, creando un espacio donde convivan y dialoguen, aportando perspectivas que se enriquezcan mutuamente.
Emily Dickinson escribió que “la eternidad está compuesta de ahora”. Del mismo modo, el futuro literario depende de la unión de todas las voces, enérgicas o serenas, que hablen al presente y lo proyecten hacia el porvenir. Juntas, estas expresiones tienen el poder de capturar el espíritu de nuestra época y transformarlo en un legado duradero. En esa diversidad de voces, donde se cruzan los tiempos y las miradas, yace el verdadero potencial de la literatura para trascender.
Quizás la verdadera esencia de la frase de Fitzgerald radica en reconocer que nunca es tarde para escuchar esa voz interna que nos llama, quizá por eso concluyó la premisa inicial diciendo: "Espero que vivas una vida de la que estés orgulloso y si descubres que no, espero que tengas la fuerza para comenzar de nuevo".
La literatura, como tantas otras artes, es un campo donde el tiempo no limita, sino que matiza. Y es ahí, en ese lienzo lleno de experiencias acumuladas, donde los sueños postergados encuentran su forma más pura y duradera.
Edición: Estefanía Cardeña