Opinión
José Juan Cervera
22/01/2025 | Mérida, Yucatán
Toda iniciativa editorial de raíz firme ensaya nuevas vías para estrechar lazos con la sociedad civil, destinataria de sus productos y punto de referencia de sus aspiraciones. Al mismo tiempo afirma sus canales de interlocución con el Estado porque no puede sustraerse de sus exigencias y designios. En este proceso recorre el circuito que impone el ejercicio del oficio para cumplir metas y perfeccionar sus prácticas.
Es comprensible que una compañía productora de libros refrende sus propósitos fundando publicaciones periódicas porque en ellas cobran presencia redes de apoyo de probada eficacia, como las que conforman escritores, periodistas, académicos y gestores culturales que pudieran considerarse aliados naturales de las editoriales. A partir de los vínculos que propician es factible ampliar la recepción pública de materiales impresos, pero también llevan a explorar tendencias y gustos, matices y perspectivas que sugieren acciones innovadoras e ideas provechosas.
A principios de 1987, Maldonado Editores puso en circulación en Mérida un periódico quincenal en formato tabloide denominado Acentos. Crónica, Análisis Social, Arte y Cultura. Su director, Raúl Maldonado Coello (1944-2002), convocó a varios intelectuales con quienes tenía trato frecuente y con los que había emprendido otros proyectos, cuyas obras conformaron en gran medida su catálogo de ediciones. Este núcleo inicial fue suficiente para atraer nuevos colaboradores, por ejemplo, entre aquellos que recurrieron a la sección de correspondencia para emitir comentarios y felicitaciones, o bien para mostrar su desacuerdo con algún punto de vista formulado en algún artículo en particular, aunque otros aportaron datos complementarios a propósito de los temas tratados. Son notables las polémicas iniciadas en las cartas de los lectores que luego enriquecieron otras secciones del medio impreso.
El balance entre los tonos y las actitudes de lectores y columnistas constituyó una de las bases del atractivo del periódico, a juzgar por la continuidad que merecieron algunos asuntos y a la forma como se dosificaron textos satíricos y otros más serios, pero siempre con algo interesante entre sus líneas. El carácter de la cultura regional marcó el conjunto de los materiales publicados con el uso de modismos, remembranzas históricas y referencias directas al caudal de costumbres y saberes de los yucatecos. De pronto alguien preguntaba: “¿Qué hacemos con nuestros intelectuales? ¿Venderlos, encerrarlos o exhibirlos? Venderlos es imposible, porque no hay quien los compre. Encerrarlos tampoco, porque no vivimos en un régimen totalitario. Pero exhibirlos sí, porque no se miden en su retórica, su estilística y su organicidad, como diría el camarada Gramsci.” Y enseguida arremetía contra los oropeles verbales de ciertos funcionarios que pretendían ser más juiciosos que los ciudadanos alejados del artificio inútil.
Es evidente que los acontecimientos políticos ocuparon un lugar destacado en las apreciaciones del equipo redactor, incluyendo campañas electorales, candidaturas, aspiraciones cumplidas o truncadas y decisiones administrativas impopulares o desmesuradas. La concurrencia de opiniones fue plural y crítica, si bien era frecuente que el partido mayoritario de ese entonces insertara discursos y notas propagandísticas claramente diferenciadas de los escritos de autor conocido, pero es verdad que todas las tendencias estuvieron representadas en las columnas de opinión y en las inquietudes de los lectores.
Las evocaciones acerca del Yucatán de antaño y las singularidades de su capital de otras épocas ganaron, sin duda, muchos adeptos para Acentos. El maestro Roldán Peniche Barrera (1935-2024) alternó distintas columnas de esa índole. Hizo referencia, por ejemplo, a un incendio intencional en la zona de tolerancia de Mérida en 1967 y a los vetustos predios de la ciudad, con mención de sus ocupantes. Nuevas generaciones supieron así que en la calle 61 entre 64 y 66 se alzó el bar Maracas, cuyo cocinero era conocido como el Negro Chaquiras y sus especialidades culinarias eran muy apreciadas. Las notas de Fernando Muñoz Castillo (1951-2023) en torno a los recuerdos de infancia de Enrique Alonso Cachirulo como aficionado a los espectáculos de María Conesa o las tandas del teatro regional según las rememoraba Mario Herrera Bates (Sakuja), muestran aspectos poco conocidos de la actividad escénica.
Las variadas crónicas, entrevistas y reseñas transmiten un valor apreciable en estas ediciones quincenales, muchas de ellas ilustradas con fotografías de Christian Rasmussen. En 1998, Raúl Maldonado daría vida, en coordinación con Francesc Ligorred, a la gaceta Sáansamal (Cada Día), que hizo énfasis en la identidad cultural maya y sus vastas realizaciones, impreso que merece considerarse también como testimonio de época y de afán divulgativo del quehacer popular.
Edición: Fernando Sierra