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La historia suele responder crudamente a cómo es que algunos países se convierten en potencia y la respuesta generalizada es que la base para la construcción de su riqueza se encuentra en el trabajo de los más débiles y vulnerables, de aquellos que han sido despojados de cualquier otro indicador de prosperidad que no sea su mano de obra.

Curiosamente, cuando un grupo de personas toma conciencia de que en su lugar de residencia no encontrará oportunidades para satisfacer sus necesidades básicas, y ha perdido propiedades y trabajo, y además el ambiente es de violencia o persecución de cualquier tipo, lo más probable es que obedezca al impulso de emigrar precisamente hacia los países que despuntan como potencia, y estos suelen reaccionar con medidas que fomentan el racismo, la aporofobia y la creación de mayor desigualdad.

Históricamente, los Estados Unidos se han formado a partir de grandes oleadas migratorias. Los primeros colonos fueron, al mismo tiempo, perseguidos religiosos y pobres a los que embarcarse hacia un continente nuevo, donde se les ofrecía un pedazo de tierra si trabajaban durante 10 años para alguno de los que llegaron antes y ya eran tenidos como potentados, les resultaba mucho más atractivo que quedarse en una Inglaterra donde el surgimiento de credos cristianos distintos al anglicano no eran bien vistos por la propia Corona. Muchos llegaron y, en lugar de parcelas, encontraron la muerte por azotes y otros malos tratos por parte de los propietarios para los que debían trabajar.

Posteriormente, la construcción de grandes ciudades corrió por cuenta de otros migrantes: irlandeses, escoceses, alemanes, rusos, entre otros. Fue tal el arribo de personas de una Europa empobrecida que se llegó a ordenar la prohibición de periódicos escritos en un idioma distinto al inglés.

De nuevo, ya en el siglo XX, la Gran Depresión condujo a un reordenamiento de la población. A la crisis financiera siguió la pérdida de fuentes de empleo y el desplazamiento de aparceros y pequeños propietarios de los estados centrales: Oklahoma, Nebraska, Kansas, que fueron lanzados a las grandes fincas de California, hallando en el camino el desprecio de otro tanto de estadunidenses, como narra John Steinbeck en Las uvas de la ira

Mucho del maltrato que sufren hoy -y desde hace algunas décadas -mexicanos y otros latinoamericanos en los Estados Unidos -ya lo enfrentaron antes miles de súbditos del Reino Unido, o europeos blancos, pero pobres. Ahí es donde se encuentra el origen de la riqueza de ese país: la explotación del ser humano, especialmente el migrante que no cuenta con más que su mano de obra para subsistir.

Muy probablemente, sin la aportación latinoamericana, los Estados Unidos habrían perdido hace mucho el liderazgo económico internacional que hoy pretende recuperar Donald Trump, curiosamente siguiendo una política de deportaciones masivas. Esto equivaldría a perder 3.6 billones de dólares, según deja ver un estudio de la organización Latino Donor Collaborative Think Tank, que para llegar a esa conclusión recurrió a las cifras que da a conocer periódicamente el gobierno de Estados Unidos.

Suele decirse que un solo estado de aquel país, California, genera por sí solo un mayor Producto Interno Bruto que muchos países. Sin embargo, la aportación latinoamericana sería equivalente a una quinta economía mundial, solamente detrás de Estados Unidos, China, Japón y Alemania, de tal forma que cabe preguntarse si prescindir de estas personas es una política inteligente.

Se trata de 37 millones de personas, de las cuales una buena parte se encuentran en riesgo de ser deportadas, lo que dejaría también a miles de empresas sin personal; pero seamos también realistas: las plazas que se perderían estarían entre las de menor paga en el sector primario; el lugar común son todas las cosechas que existen en California, pero también hay latinos en la producción de lácteos y en la industria procesadora de carnes, que también, históricamente, acumula anomalías en las condiciones laborales, retratadas por Upton Sinclair en La Jungla

Otra industria que perdería gran cantidad de brazos sería la de la construcción, que será crucial en los próximos días para una ciudad como Los Ángeles, precisamente una urbe en la cual hay gran presencia de latinos, quienes difícilmente responderán a una convocatoria que bien podría resultar en una redada que los expulsaría de Estados Unidos.

Sí, perder a la población latinoamericana puede ser una catástrofe para la economía estadunidense, pero recordemos también que tampoco migraron por gusto, sino porque en sus países de origen no encontraron condiciones para garantizarle a sus familias las condiciones mínimas para subsistir dignamente, por lo que también, con su emigración, todos los países al sur del río Bravo perdieron oportunidades de desarrollo.

Lee, de la misma columna: Tiempo de dialogar

Edición: Fernando Sierra


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