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Foto: Wikimedia Commons

Para Trump, es "la palabra más hermosa del diccionario". Y sí, arancel, derivado del árabe, es una hermosa palabra. Pero en inglés, tariff carece de gracia, excepto para el nuevo presidente de los Estados Unidos, quien utiliza la palabra como garrote para amedrentar a sus enemigos y amenaza con tariffs a Canadá, México y otros países, incluso la Rusia de Putin, si no se subordinan a sus propuestas económicas y políticas.

Paradójicamente, hace 80 años, en una escaramuza diplomática relacionada con los aranceles, México derrotó a los Estados Unidos, que en aquella ocasión no querían aplicarlos, sino retirarlos completamente y asegurar un mercado libre de controles en toda América.

Ello sucedió cuando, con el fin de la Segunda Guerra Mundial en el horizonte, el gobierno estadounidense y un grupo de empresarios encabezados por William Clayton promovieron la Conferencia Interamericana para Problemas de la Guerra y la Paz. El objetivo era crear una organización que representara los intereses americanos —preámbulo de la OEA—, pero, sobre todo, asegurar la adhesión al Acuerdo sobre Comercio y Tarifas (GATT), que garantizaría el funcionamiento comercial de la región bajo la égida de Estados Unidos. Para dar confianza a los invitados latinoamericanos, se estableció como sede el Castillo de Chapultepec. 

Los aranceles eran un tema central para México. Desde 1939, con la Comisión Arancelaria de Lázaro Cárdenas, hasta el proceso de sustitución de importaciones de Ávila Camacho durante la guerra, un permanente debate enfrentó con posturas opuestas a industriales y comerciantes, así como a funcionarios mexicanos. Unos defendían los aranceles como medida indispensable para el desarrollo de la industria nacional frente a la competencia extranjera. Otros alegaban que un proteccionismo excesivo generaría un empresariado ineficiente y una producción de mala calidad.

Encabezada por Ezequiel Padilla, la Conferencia de Chapultepec resultó en un triunfo para el grupo a favor de los aranceles y en un fracaso para la propuesta política de Estados Unidos. Los países participantes se negaron a suscribir el acuerdo y, en cambio, firmaron la Carta Económica de América de las Américas, que adoptaba los aranceles como instrumento de la libertad de los diversos países. Estados Unidos aceptó la decisión para no perder apoyo continental y el proteccionismo se convirtió en la estrategia económica de Latinoamérica. 

Para México, la Conferencia tuvo un efecto adicional. Vicente Lombardo Toledano, de la Confederación de Trabajadores de América Latina, y José Domingo Lavín, de CANACINTRA, coincidieron en la necesidad de un acuerdo para impulsar la industrialización del país. Semanas después, firmaron un “pacto obrero-industrial” que comprometía a ambas partes a detener anteriores enfrentamientos e impulsar conjuntamente grandes centros industriales para abastecer de insumos clave a las empresas nacionales, promover financiamiento y educación técnica y, por supuesto, mantener los aranceles.

Esta decisión favoreció el crecimiento sostenido de la economía, conocido como el “milagro mexicano” durante los siguientes treinta años. Sin embargo, a la larga generó los riesgos advertidos por los economistas: un empresariado protegido y poco innovador, una industria ineficiente, un creciente endeudamiento. Como otros países en los años ochenta, México tuvo que ceder ante las presiones del mercado y la banca internacional: suprimió los aranceles y se incorporó al GATT, hoy Organización Mundial del Comercio, tan apreciada por los Estados Unidos. Así comenzó el llamado “neoliberalismo”.

Trump amenaza con un proceso en reversa. La globalización significó para su país la expansión de sus empresas a todos los rincones del planeta en busca de condiciones favorables de producción: materias primas, trabajo barato, acceso a mercados, bajos impuestos. Ese proceso tuvo consecuencias para la vida norteamericana. Numerosas ciudades industriales se desmantelaron y miles de obreros industriales se quedaron sin trabajo. Esos trabajadores descontentos constituyen hoy una de las bases de apoyo a Trump, quien usa la promesa de los aranceles “globales” para restaurar la grandeza perdida.

La belleza de las tarifas para el presidente norteamericano es su capacidad de ser, al mismo tiempo, un instrumento de castigo y una promesa de crecimiento que apuntale un discurso populista, basado, como otros similares, en la oposición entre amigos y enemigos. La imposición de aranceles surge, acorde con su estilo, de decisiones intempestivas, amenazadoras y rudas que, de llevarse a cabo con todas sus consecuencias, vulnerarán a los países que las sufran -será el caso de México- pero al mismo tiempo encerrarán a los Estados Unidos en una enorme burbuja económica mucho más grande que aquella que su país trató de combatir en el siglo pasado. Por eso, es posible que las tariffs se queden sólo como una amenaza latente.

Edición: Emilio Gómez


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