Opinión
Pablo A. Cicero Alonzo
05/02/2025 | Mérida, Yucatán
Una sección de noticias locales de un periódico, con un extraño lipograma en la página editorial. Calcetines de colores primarios, sin pares.
Películas en formato Beta y casetes con recopilaciones estrafalarias: Take On Me, de A-ha; El Noa Noa, Juan Gabriel; Der Kommissar, Falco; Tarzan Boy, Baltimora; La negra Tomasa, Caifanes… Una muñeca con la cara chamuscada. Un carrito de bomberos. Un vestido de novias hecho jirones. Un centenario. Un papagayo con un garabato. Un frasco con dientes de leche. Un calendario de una llantera de 1976, con el 1 de junio marcado con un círculo rojo. Una playera con la frase “Yucatán primero”. Un espejo de bolsillo roto; otro de tocador, intacto. Una primera edición de Cien años de soledad (Editorial Sudamericana, 1967) firmada por su autor: ”Gracias por la inspiración. Gabo”. Un relicario de latón con un mechón de cabellos oscuros, rizados. Una botella de Soldado de chocolate sin abrir. Una bolsa de plástico del supermercado Blanco. Una libreta rayada Scribe con varios poemas dedicados. Un frasco con anticongelante. Pequeños esqueletos de roedores. Una muleta. Un celular Nokia, impecable.
Unos tazos. Una vajilla de melamina. Un disco de vinilo de Abba. Una fotografía con varios rostros de un mismo bebé, captado en distintos estados de ánimo: en uno llora, en otro ríe, en uno más parece poseído. Un portarretratos vacío. Una pecera con cuatro billetes de cincuenta, los del ajolote.
Un diccionario con el lenguaje secreto de las flores. Una lata de galletas danesas con bobinas de hilos. Otra lata de galletas danesas con monedas de plata. Un diamante en una bolsa de terciopelo llena de astillas de vidrios. Una estrella de plástico de sheriff. Unos lentes graduados sin el cristal del ojo izquierdo; un ojo de vidrio. Una calzonera con palmeras y caimanes. Una pluma Bic que todavía pinta. Un arsenal de misiles de Victoria vacío, un bale de caguamas nadando hacia ninguna parte. Un amanecer. Los restos de un brazo de yeso, completamente grafiteado. Semillas de amapola. Un cancionero Picot. Un cubo de Rubik chimuelo. Tu sonrisa. Un póster de Karol Wojtył con el convento de Izamal de fondo. Un zapato de bebé. Una dentadura postiza completa. Una cadena de oro. Un iPhone con la pantalla hecha añicos. Un balón desinflado. Una pata de elefante de Bacardí. Una boa de plumas. Molares de oro. Un parche de pirata. Mis esperanzas. Un ticket para el circo de los hermanos Atayde. Bujías de autos. Una urna con cenizas, una caja de zapatos con huesos humanos. Unos disquetes con el sistema operativo MS-DOS. Una avalancha de la marca Apache. Una pata de marfil de ballena. Una figura de san Antonio. Unos pastores de porcelana. La fugacidad de la vida. Un retrete en el que cultivó cilantro. Una Biblia con el salmo 23 extirpado. Una boleta de calificaciones de primaria, una visa, un certificado de defunción; un suspiro: un torbellino de suspiros. Varios rollos fotográficos sin revelar. Pruebas positivas de coronavirus. Actas de nacimiento. Esmaltes para uñas de tonos chillones. Una cajita de cartón con uñas. Un vestido animal print. Un gato naranja disecado por un torpe taxidermista. Una pipa que no es una pipa.
Un He-Man a punto de estallar. Un trozo de meteorito, varios eclipses…
En los últimos días el Ayuntamiento ha intervenido tres viviendas donde se acumulaban más de 160 toneladas de basura en total: 90 toneladas en una casa en Pacabtún, 35 en otra de Mayapán y 37 más
en Chenkú; en todas ellas vivían personas, totalmente atrincheradas en desperdicios; barracas donde el pasado se enquistó. Las autoridades municipales calculan que hay otros 22 enclaves de acumuladores en la ciudad, en los que los recuerdos se pudren antes en la memoria.
Edición: Ana Ordaz