Opinión
Rafael Robles de Benito
16/04/2025 | Mérida, Yucatán
Hace unas semanas, envié a este diario una colaboración que, por alguna razón, no pudo ser publicada. En ella intentaba explicar las razones de mi preocupación ante la insistencia de los partidos de la derecha y extrema derecha española por dar marcha atrás a la disposición que prohíbe matar lobos en ese país. Ahora surge la noticia de que unos supuestos científicos, de una agencia privada,
han logrado incorporar material genético fósil, de lobos terribles (
Aenocyon dirus), en embriones de lobos grises, y lo han calificado de un proceso de “desextinción”. Quizá mi punto de vista resulte un tanto antiguo, o demodé, pero estoy convencido de que la extinción, nos guste o no, es para siempre. Quizá se pueda considerar que el comentario acerca de los lobos de España no tiene nada que ver con el asunto de los lobos terribles, pero creo que tienen una relación que merece análisis: por una parte, unos grupos políticos, en el ánimo de reclutar adeptos, promueven acciones capaces de generar la extinción de una especie. Por otra, una organización pretendidamente científica, pugna por convencernos de que la extinción es reversible, de modo que no tiene porqué preocuparnos demasiado.
Creo que estos son dos rasgos de lo que se figura como una actitud generalizada ante la biodiversidad, y ante las ciencias de la naturaleza. Una actitud caracterizada por la indiferencia, la ligereza, y la irresponsabilidad. Indiferencia, porque parece no importar cuando nuestras acciones tienden a erosionar la biodiversidad; ligereza, porque se piensa que los avances tecnológicos tendrán siempre respuestas más o menos mágicas para nuestros problemas; e irresponsabilidad porque nos parece que la causa de los problemas siempre nos es ajena, y sus consecuencias tendrán que ser resueltas por otros.
Cuando los avances científicos y tecnológicos que más se aplauden son los viajes espaciales realizados sin más propósito que el alarde de poderío, la “inteligencia artificial” que facilita el plagio, la creación de caricaturas y el acceso inmediato a información irrelevante, y que tiene mucho más de artificio que de inteligencia; y ahora esta idea de la “desextinción”, alimentada por la fantasía pueril de los juegos de tronos y parques jurásicos, algo anda torcido, no sólo con nuestra educación y formación cultural, sino con nuestras aspiraciones y con el destino que asignamos a los recursos generados por todos los esfuerzos sociales.
Si por pensar de esta manera se me califica de moralista, sea, y a mucha honra. Me resisto a renunciar a la idea de que el saber importa, y que poderlo alcanzar nos obliga al bien, que es humano y es de todos. No me importa ser minoría en un mundo que ha convertido el conocimiento en un instrumento para la muerte y la opresión. En un mundo empeñado en encontrar formas para eliminar más eficazmente a los Otros, ya sea que se trate de personas distintas, o a especies diferentes de la nuestra, sostener que el conocimiento debe destinarse a construir el bienestar común – en salud, seguridad, paz, gozo y futuro – y a conservar las condiciones planetaria sen un estado que permita la perpetuación de las formas de vida existentes, y su evolución hacia un porvenir capaz de maravillar a nuestros nietos, es una éticamente capital.
Dicho esto, no me queda sino insistir en que, si aspiramos a una humanidad que crezca y mejore, deberíamos destinar el poder de las ciencias a conservar las especies que nos acompañan en nuestra casa planetaria, como los lobos, y encontrar formas que nos permitan convivir con ellas sin apostar por el exterminio. Por otra parte, con parsimonia, deberíamos construir un edifico científico que busque respuestas a las necesidades más hondas de nuestra vida común, y no solamente distraiga los recursos disponibles – y la atención – a la satisfacción de la ambición de poder, la capacidad de asesinato masivo, la inmediatez, o la fantasía banal.
En concreto, y de vuelta al tema de la “desextinción”, ojalá podamos suspender el asombro por un momento, y pensar más bien cómo podemos evitar la extinción de las especies que se encuentran amenazadas por nuestra actividad, y cómo tenemos que hacerse cargo de la necesidad de conservar la biodiversidad existente, no solamente por una preocupación moral, sino como un medio para garantizar la sustentabilidad intergeneracional, prevenir el surgimiento de nuevas pandemias, y sostener el curso futuro de la evolución. Dejemos que los fósiles descansen en su calidad de fósiles, como evidencias que ilustran la historia de los cambios en nuestro mundo y las formas de vida que aloja.
Desde un punto de vista más local, sirva esta reflexión como un argumento más para reforzar la idea de que para México, donde también hay todavía algunos lobos, y están amenazados, donde se originó el maíz y se han desarrollado muy diversos maíces (y frijoles, calabazas y chiles, entre muchísimas otras especies útiles); y donde habita todavía una porción relevante de la riqueza viva del mundo, destinar esfuerzos a fortalecer organizaciones como la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad, la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas, y la Comisión Nacional Forestal debería considerarse como un asunto central de la seguridad nacional y de nuestra tan llevada y traída soberanía.
Lamentablemente, la asignación de los presupuestos de egresos de la Federación parece indicar que esto no se entiende así.
Edición: Ana Ordaz