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Papa Francisco: Pedro en los márgenes

'El loco de Dios en el fin del mundo' se acaba de publicar, adelantándose a la muerte de Jorge Bergoglio
Foto: Reuters

”… yo siempre he pensado que la Curia del Vaticano está básicamente integrada por clérigos blasfemos que en antiguas catacumbas iluminadas por antorchas se entregan a misas negras, ritos satánicos y orgías con valkirias nazis amenizadas por sacrificios de machos cabríos y criaturas recién nacidas”. Con eso en mente comenzó el escritor Javier Cercas el camino que lo llevó a Mongolia, acompañando al papa Francisco en una visita pastoral al fin del mundo. 

”Soy ateo. Soy anticlerical. Soy un laicista militante, un racionalista contumaz, un impío riguroso”, machaca en su presentación, quitándole así el pecado original al artefacto literario que vio la luz después de ese viaje, El loco de Dios en el fin del mundo (Random House, 2025). El libro de Cercas no es, ni por asomo, un blanqueador. Es un camino literario y periodístico —como todos los frutos de Cercas— a Tarso. 

El loco de Dios en el fin del mundo se acaba de publicar, adelantándose sólo por días a la muerte de su protagonista, Jorge Bergoglio, el papa Francisco; coincidencia mística u olfato mercadológico. En sus páginas, Cercas bucea en la carne del hombre y en el alma del religioso, entrevistando al núcleo duro del sucesor de Pedro; es una autopsia literaria a un ser humano que, entonces, aún vivía. Al final del viaje, el ateo se transforma en un soldado de Francisco. 

Pecador. Los colaboradores entrevistados en esta extraña crónica de viaje recuerdan las primeras palabras de Bergoglio, cuando el humo blanco aún causaba picazón en los ojos: ”Soy un gran pecador; confiando en la misericordia y en la paciencia de Dios, en el sufrimiento, acepto”. Lo que dijo Francisco el 13 de marzo de 2013 podría remontarse al origen, cuando Pedro, después de que sus redes estallaran de peces, le dijo a Jesús: ”Apártate de mí, porque soy un hombre pecador” (Lucas 5, 8). 

Bergoglio, antes de ser Francisco, recorría como arzobispo las orillas marginales del Río de la Plata, ahí donde recala la miseria, confesándose con curas que se camuflaban en ese escenario de ausencias. Ya como pontífice, se despedía en todas sus intervenciones pidiendo que rezaran por él.


Anticlerical. En una de las pláticas iniciales con las que Cercas va moldeando la historia, señala: ”… lo que más me ha sorprendido en estos meses de lecturas sobre el papa Francisco ha sido descubrir que él también es anticlerical. Es decir: que su peor enemigo es el clericalismo, esa idea de que el clérigo es superior a sus feligreses” (p. 107). Ese anticlericalismo lo demostró con dichos y hechos, como el preferir vivir en un departamento con otros religiosos. Esa postura nació tiempo atrás, como recuerda uno de los entrevistados por Cercas: ”…cuando el papa era arzobispo de Buenos Aires, ya insistía en este punto: les decía a los sacerdotes que ellos no eran señores, que debían sentirse parte del pueblo y no colocarse por encima del pueblo, les pedía que se reservaran menos tiempo libre, que estuvieran más con la gente… Era constante, hasta el punto de que había sacerdotes que se molestaban con esa insistencia, incluso se enojaban con él. Y lo mismo le ocurre hoy” (p. 471). Otro de los entrevistados revela que esa y otras posturas consolidaron una quinta columna en la Iglesia. ”¿Sabes? En el Vaticano, un grupo de sacerdotes se reunía cada semana para rezar por la muerte del papa” (p. 184). 

Periferia. Francisco fue un pastor de periferias. ”Durante un discurso pronunciado ante los cardenales reunidos en precónclave el 9 de marzo de 2013, cuatro días antes de que lo eligieran papa, Francisco afirmó que ’la Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas sino también las existenciales: las del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria’. A esas dos periferias, la geográfica —los centros alejados de la metrópoli— y la religiosa —los lugares donde Dios es un Dios ausente, un Deus absconditus—, Francisco aún añadiría una tercera: la periferia social, el lugar de los desheredados de la tierra. Esa triple periferia es el núcleo de la Iglesia de Francisco. ’Si la Iglesia se desentiende de los pobres’, declaró en 2020, ’deja de ser la Iglesia de Jesús y revive las viejas tentaciones de convertirse en una élite intelectual o moral’. Así que, para Francisco, la Iglesia debe alejarse del centro, de Roma y el Vaticano y la pompa y circunstancia de la burocracia eclesiástica”. (p. 13). 

Con los márgenes como imán, la predilección del papa a ir más allá se refleja en su historial de viajes: ”Por orden cronológico: Brasil, Turquía, Francia, Albania, Corea del Sur, Jordania, Palestina e Israel, Uganda y República Centroafricana, Kenia, Cuba y Estados Unidos, Ecuador, Bolivia y Paraguay, Bosnia y Herzegovina, Sri Lanka y Filipinas, Suecia, Georgia y Azerbaiyán, Polonia, Armenia, Grecia (Lesbos), México, Myanmar y Bangladesh, Colombia, Portugal, Egipto, países bálticos, Irlanda, Suiza, Chile y Perú, Tailandia y Japón, Mozambique, Madagascar y Mauricio, Rumanía, Bulgaria y Macedonia del Norte, Marruecos, Emiratos Árabes Unidos, Panamá, Chipre y Grecia, Hungría y Eslovaquia, Irak, Bahrein, Kazajistán, Canadá, Malta, Congo y Sudán del Sur, Hungría. Un hecho llama de inmediato la atención en este listado heteróclito: la escasez de países centrales en la cosmovisión occidental; la abundancia de países que, por razones diversas, solemos considerar periféricos” (pp. 12-13). 

Espiritual. ”Bergoglio, como te decía, es sobre todo un sacerdote y vive la oración de una forma muy tradicional, me manda estampas de santa Teresita de Lisieux, hace novenas… Cosas muy tradicionales”, le relata el periodista Lucio Brunelli a Cercas (p. 176). Sin embargo, el cimiento de Francisco era, como jesuita, el discernimiento. ”El discernimiento exige una distancia, una libertad, una indiferencia; uno debe aceptar que da lo mismo que una cosa sea blanca o negra, A o B: lo esencial es que se haga la voluntad de Dios. Esta disponibilidad, esta apertura completa es básica para el discernimiento. Sin ella estoy buscando mi gusto, mi placer, mi interés, mi voluntad; en cambio, si yo consigo esta apertura total, esta indiferencia perfecta, entonces creo el espacio en el que Dios manifiesta su voluntad”, le explica a Cercas Antonio Spadaro, jesuita como el papa y quien era considerado su intelectual de cabecera (p. 88). El estoicismo con alma de Francisco ”no es cerebral: es de corazón, unque no excluye la reflexión. El papa tiene una frase que define todo esto muy bien: ’Cabeza, corazón y manos’. Es decir: razón, sentimiento y experiencia. De eso está hecho el discernimiento. Y por eso le gustan tanto al papa las historias; es decir, la literatura: porque, en las historias, el discernimiento opera con acciones, no con razones ni con reflexiones abstractas. El discernimiento es una forma de inteligencia concreta” (p. 91).

Las mujeres y el celibato. En El loco de Dios en el fin del mundo también se aborda el papel de las mujeres en la Iglesia y la aparente falta de reformas realizadas por Francisco. El vaticanista Brunelli explica que ”lo de la exclusión de las mujeres del sacerdocio, por ejemplo, está basado en una vieja tradición de la Iglesia: en la última cena, cuando Jesús estatuye el sacramento de la eucaristía, solo hay apóstoles. Hombres. Y que los sacerdotes sean solo hombres es una forma de preservar esa tradición, que nace con el propio Jesús. Y creo que el papa no la modificaría por respeto a la tradición y a los papas que lo han precedido, pero sobre todo a Jesús: en la Iglesia, lo que ha hecho Jesús es normativo… No sé, quizá la motivación es poco satisfactoria, pero es lo que ha hecho Jesús” (p. 293). 

Lorenzo Fazzini, responsable de la Libreria Editrice Vaticana (LEV), considera que ”Francisco ha hecho lo que ha podido. Pero dos milenios de patriarcado no se cambian en una década, y acto seguido desgrana nombres de mujeres elevadas por el papa a puestos de responsabilidad en el Vaticano, con sus correspondientes empleos: Barbara Jatta, sor Raffaella Petrini, sor Alessandra Smerilli, sor Helen Alford, Emilce Cuda, sor Nathalie Becquart, Gabriella Gambino, Linda Ghisoni, Cristiane Murray, Natasa Govekar” (p. 293). 

El celibato es distinto. Mientras que lo de las mujeres tiene un carácter dogmático, que atañe a los fundamentos de la Iglesia, el celibato no es un dogma sino una disciplina. Y, de hecho, en la Iglesia católica ya hay sacerdotes casados, apunta Cercas. En específico, el autor atribuye a esta condición los casos de pederastia en la Iglesia, y con varios de los entrevistados entra en una especie de toma y daca. ”¿No es lógico que este cura, en un momento de debilidad, acabe haciendo de mala manera cosas que hubiera debido hacer de buena manera?”, le pregunta Cercas a Spadaro. ”Lo primero: no se debe confundir el problema de los abusos con el del celibato”, responde el jesuita. ”Son cosas distintas: los abusos ocurren sobre todo en la familia. No tienen nada que ver con el celibato”. Cercas no se calla y dice: ”¿Está seguro?”. El sacerdote insiste: ”Uno no abusa de menores porque no está casado... Son cosas distintas. La mayor parte de los abusos de menores se dan en familia, con personas casadas que abusan de los menores” (pp. 108-109). 

En su turno, Brunelli coincide con Cercas: ”Creo que lo que dices es verdad. Y estoy seguro de que el papa lo ve. Pero quizá él ve también que a esta tradición de celibato no le debemos solo hipocresía, doble vida y demás, sino también el testimonio de sacerdotes sacerdotes que, con la fuerza de la fe y la ayuda de la gracia, han renunciado a tener una familia, se han dedicado por completo a los demás y han satisfecho su necesidad de amor sirviendo a una comunidad entera… No lo sé, yo, por mi trabajo de vaticanista, he conocido a muchos sacerdotes. Y he visto a algunos infelices, que sentían el celibato como una castración y que tenían amantes, mujeres u hombres (pero) también conozco a muchos sacerdotes que han vivido el celibato con felicidad; no con facilidad, eso sería estúpido decirlo, pero sí con felicidad: sus afectos no se han atrofiado, sino que se han expresado de una forma todavía más fuerte, los han vivido de manera más intensa, porque han querido a muchas personas y esas personas los han querido a ellos… Es decir, yo quiero a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos; pero un sacerdote que vive a fondo su vocación tiene la posibilidad de querer a centenares, a miles de personas… Eso es lo que le ocurre a Bergoglio, creo yo: que hay miles y miles de personas que lo reconocen como un padre y a los que él siente como hijos. El propio Bergoglio lo ha dicho: si no vives el celibato como una experiencia fecunda, de afectividad explosiva, de cercanía con los fieles, la alternativa es la tristeza y la frustración. Y la doble vida” (pp. 191-192). 

El loco de Dios en el fin del mundo está llamado a convertirse en una lectura obligada para conocer el pensamiento de Francisco. Cercas llevaba en su maleta rumbo a Mongolia muchas de las dudas y resquemores que muchos igual compartimos. Y tuvo la oportunidad de exponerlas y, en algunos casos, recibir respuestas y explicaciones. Ante la incertidumbre que implica el próximo cónclave y su resultado, el ejercicio literario del autor ayuda a comprender a este personaje extraordinario. 
Lea, del mismo autor: Historia de un parricidio


Edición: Estefanía Cardeña


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