Opinión
José Díaz Cervera
29/04/2025 | Mérida, Yucatán
Claramente, entonces, la labor de ingeniería social que se requiere para dar la batalla cultural a la violencia no es exclusiva de los diversos niveles de gobierno ni de las instancias culturales y educativas, sino de esa entelequia que llamamos “sociedad civil”, por lo que tal vez deberíamos convocar (desde la propia sociedad civil) a las universidades, a los centros de investigación social y a las escuelas de formación artística para ensayar un diagnóstico de la situación y algunas estrategias de defensa.
Lo primero sería desnudar las coordenadas semióticas de los productos culturales generados por el crimen organizado, pues ello nos permitirá ordenar un contra-discurso específicamente estructurado, capaz de oponerse propositivamente a este ejercicio de violencia que desde hace cuatro décadas se ha impuesto en nuestro devenir y se ha constituido como una forma de vida que ahora —sospechosamente— sí denuncia de forma oficiosa el conservadurismo, en cuya memoria no quedaron registradas las muertas de Juárez o las tragedias del Casino Royale, Salvárcar o Campo Algodonero, ni el hallazgo de las osamentas de Cadereyta, el acribillamiento de un grupo de jóvenes en un centro de rehabilitación en Tijuana o el caso de la guardería ABC y la masacre de Nochixtlán, entre muchos otros eventos de violencia que se dieron en el país durante los sexenios de Calderón y Peña Nieto.
Como quiera, la peor estrategia frente a los narcocorridos y el discurso violento de las industrias del entretenimiento es la de la censura (algo usual en la derecha), aun cuando legalmente ésta sea viable en tanto que en los narcocorridos se hace cabalmente “apología del delito”, crimen tipificado en el código penal.
¿Podríamos, entonces, convocar a los medios impresos, a los electrónicos, a las universidades, a las asociaciones civiles y a los empresarios de buena fe a emprender una gran cruzada nacional en pro de una cultura de la paz que no se quede simplemente en un discurso edificante, sino que, a partir de entender lo que nos sucede, nos abra la posibilidad de construir los nuevos marcos de referencia que nos permitan vivir con un mínimo de confianza y tranquilidad, teniendo como valor el bienestar comunitario?
La vida social es necesariamente conflictiva; la lucha de clases existe, aunque pretendamos ocultarla. A pesar de ello, podemos conquistar una armonía mínima si logramos ir más allá de nuestro individualismo y si logramos estructurar una sociedad cuyo sistema de valores priorice siempre el bienestar comunitario (no el “bien común”, noción inconsistente y llena de trampas).
Pensar en términos de bienestar comunitario implica contradecir diametralmente el discurso de la narcocultura, mismo que opera en los terrenos de la apología del super-hombre individualista, belicoso, machista, vicioso y ostentoso (discurso funcional incluso desde la perspectiva femenina, como sucede con algunas piezas de Jenni Rivera como, por ejemplo, La Chacalosa).
Necesitamos, por lo tanto, reconocer con claridad las coordenadas simbólicas de la narcocultura (y en general de la violencia simbólica) para oponernos eficazmente a ella; necesitamos hacerlo desde la sociedad civil, germen y matriz de la cultura, y no desde un programa de gobierno que, con todo y su probable buena fe, no ofrece la mejor opción de triunfo.
Las respuestas vendrán de la gente: del bolero, del bambuco, del son veracruzano o hidalguense, de la pirekua, del son istmeño, del huapango, de la polka y del mismísimo corrido y la tambora sinaloense; vendrán de nuestras danzas, de nuestra poesía, de nuestras artes visuales; vendrán de las manos de nuestros artesanos; vendrán de Sor Juana, de José Revueltas, de López Velarde y de Carlos Pellicer; de Sonia Amelio, de Rosario Castellanos y de Rosaura Revueltas; de Guty Cárdenas, de Alberto Domínguez, de José Alfredo y de Álvaro Carrillo; de José Clemente Orozco, de María Izquierdo, de Guadalupe Posada, de Picheta y de Fernando Castro Pacheco; de lo que comemos y de lo que respiramos.
Vendrán de lo que somos, de lo que fuimos, de lo que legítimamente seremos…
Edición: Fernando Sierra