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El que con fuego juega, se quema

La censura intenta destruir la curiosidad humana, pero en los rebeldes, la alimenta
Foto: Fernando Eloy

La historia de la humanidad nos cuenta de cómo el grupo vencedor, al llegar, arrasa con el conocimiento de los vencidos, quizá amedrentado por el poder que da el conocimiento y conciencia de sí mismos.

Les comparto las inquietudes que surgieron con la vista de la nueva versión de la película Fahrenheit 451, basada en la novela distópica del escritor estadunidense Ray Bradbury, publicada en 1953, donde el autor presenta una sociedad del futuro en la que los libros están prohibidos y existen “bomberos” que queman los que encuentren. Montang, el protagonista de la obra, es un bombero que se cansa de su papel de censurador del conocimiento, por lo que decide renunciar a su trabajo y finalmente se une a un grupo de resistencia que se dedica a memorizar y compartir las mejores obras literarias del mundo para protegerlas y pasarlas a las nuevas generaciones. 

En una entrevista de radio de 1956, Bradbury afirmó haber escrito Fahrenheit 451 durante la era McCartista y la amenaza de quema de libros en los Estados Unidos. En años posteriores describió como la forma en que los medios de comunicación de masas reducen el interés por la literatura. 

Bradbury, que comenzó vendiendo periódicos, tuvo la visión de un mundo donde la curiosidad y la búsqueda del conocimiento podría ser quemada por peligrosa. Y hoy, su novela con 73 años de vida, nos dice que llegamos a esa etapa, donde no tienes que matar al ser pensante, con ignorarlo basta. 

En 1258, la gran biblioteca de Bagdad, conocida como la Casa de la Sabiduría, fue incendiada por los mongoles luego de que estos conquistaron la ciudad.

A finales del siglo XV se produjo en Florencia una importante quema de libros y obras artísticas de gran valor, considerados todos ellos “inmorales”, en la llamada “Hoguera de las vanidades” promovida por Savonarola.

En Argentina, a partir del golpe de Estado de 1976 que dio inicio al llamado Proceso de Reorganización Nacional, quemaron un millón y medio de libros, entre los que se hallaban obras de Proust, García Márquez, Cortázar, Neruda, Vargas Llosa, Sanint-Exupéry, Galeano, etcétera, por peligrosos.

En 1562, en Maní, Yucatán, después de la quema de los códices mayas el sacerdote Diego de Landa reportó: “Hallémosles gran número de libros de estas sus letras, y porque tenían cosa en que no hubiese superstición y falsedades del demonio, que los quemamos todos […]”

En el país del Norte, se ha desatado una guerra para sacar de las bibliotecas, escolares y públicas voces frescas que cuentan su parte de la historia y que algunos sienten agresivas, por ser distintas a lo que han conocido. 

Como “Ojos Azules” de la Premio Nobel Toni Morrison, una historia sobre la llegada a la adultez que explora los efectos del racismo de una joven y que ocupa el tercer lugar en la lista de ALA de libros más objetados. Morrison explicó que el título del libro estuvo inspirado por una amiga negra de su niñez, quien a los 11 años le dijo que había estado rezando durante dos años para tener ojos azules. 

Lo curioso es que toda esta campaña ha provocado la rebeldía de los jóvenes y se están multiplicando los “Clubes de lectura de libros prohibidos”, con la que los jóvenes desafían la creciente censura. Quizá esta será la mejor respuesta ante la multiplicación de explosiones de violencia sin sentido que se dan en las escuelas. Quizá al leer historias de dolor, soledad y frustración, de enojo de no entender lo que sucede a su alrededor, calmen su avidez por destruir, inclusive, a sí mismos.

Rosa Montero escribió con motivo del Día del libro. “La mayoría de los autores son tipos marginales y muertos de hambre, sobre todo de hambre de publicación”. 

Ahora no quemamos libros, pero la lucha es más sutil y tiene como consecuencia la frivolidad en la que nos hemos ido sumergiendo, para buscar únicamente entretenernos. Al pasar a niños de grado sin saber leer, hace que, a la larga, las editoriales, regidas por mercadólogos, ajenos al placer de la lectura, que igual podrían vender zapatos, se han convertido en industria de novedades light y publican a escritoras, más por su físico y corta edad que, por su talento literario. 

Sí, con el fuego no se juega, prende mechas.

Lea, de la misma autora: Desmenuzando la resurrección

Edición: Fernando Sierra


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