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Desmenuzando la resurrección

¿No sería más fácil amarnos los unos a los otros?
Foto: Margarita Robleda Moguel

Lo que más me gusta de la Semana Santa, es el domingo de Pascua: la resurrección e invitación de Jesús a María Magdalena: “Ve y diles a tus hermanos que he resucitado”. 

Llevo años reflexionando sobre el tema y cómo nos afecta. Por un lado, encuentro a mucha gente atorada en las culpas de Viernes Santo, dándose golpes de pecho, aferrada a la muerte y, como no se perdona, juzga y condena a los demás por sus imperfecciones. ¿No resultaría mucho más fácil aceptar la invitación del resucitado de: “amarse los unos a los otros como a sí mismos? ¿Acaso no nos amamos? ¿Por eso no nos perdonamos y tampoco confiamos en nadie, ni siquiera que Él nos ama?

Lo veo desde la perspectiva de que los poderosos de entonces: los fariseos, saduceos y romanos, que vieron al nazareno como un líder social extremadamente peligroso, que estaba promoviendo que la gente pensara; que respetaba a las mujeres: “que tire la primera piedra el que esté falto de culpa”, en lugar del “ojo por ojo y diente por diente” del antiguo testamento”. Jesús nos regaló la parábola del hijo prodigo, cuyo padre lo recibe con inmenso amor y fiesta, en lugar de reclamos; los seguían las multitudes, había que crucificarlo para evitar que continuara rompiendo el orden y perdieran el control que se logra creando miedos y culpas.

Hace unos 11 años, en uno de mis recorridos por el estado de Sonora, viví la experiencia del titulo de aquella película: “Cadena de favores”, que dice que a veces nos disfrazamos de cactus, porque nos da miedo que descubran que por dentro estamos llenos de aguamiel.

Tenía que trasladarme a otra ciudad a hora y media de distancia. Pensando que era domingo, compré mi boleto temprano con salida a las 16:10. Me invitaron a comer y retornaron 10 para las 16:00. El nombre de mi destino estaba en la cartelera del autobús y me confié. Cuando vino el maletero entregué mi equipaje y abordé el autobús con un sonoro y cálido: “Hola, buenas tardes, ¿Cómo esta usted? El conductor sonrió y respondiendo que muy bien, olvidó, pedirme el boleto. El número del asiento era el 7. Al rato llegó el del 8. Se fue llenando. Me llamó la atención que ya era las 16:20 y no salíamos. ¡Sorpresa! Llego alguien con un boleto con el número 7. ¡Doble sorpresa! Cuando comparamos los boletos descubrí que no era mi autobús. Éste había salido 10 minutos antes. ¡Auxilio! ¿Y ahora? 

El conductor, al que había saludado al entrar, estaba de mi lado, el maletero, como yo fui la primera, con tal de no sacar todo el equipaje, también estaba conmigo. El autobús estaba lleno. ¿Qué hacer? Llamaron al supervisor. Le dije que llegué antes y hasta una ¡bomba! yucateca le regalé, para confirmar mi procedencia.

A pesar de las idas y vueltas, estaba tranquila. El fin de semana había sido muy enriquecedor y estaba segura que no podía terminar en tragedia. “¡Señor ven en mi auxilio!” Por fin el supervisor me preguntó si no tenía inconveniente de sentarme en la escalera, junto al chofer. ¡Por supuesto que no tengo inconveniente! Respondí, recordando los tiempos juveniles que lo hice muchas veces... claro, en aquellos tiempos se manejaban otras medidas de seguridad. Pero bueno, era eso o eso... y me sentía muy agradecida de conseguirlo. 

Me senté, arrancó el autobús, y yo, con el gozo grande de haber vencido la dificultad... sí, estaba agradecida, aunque nunca imaginé lo que vendría después. No había pasado dos minutos, cuando una jovencita vino a decirme: “señora, si gusta, vaya a mi asiento, yo voy en la escalera”. Respondí muy ufana: “gracias, voy bien”. Ella insistió y yo me fui a su lugar, pensando que tenía que aprender a recibir favores. No pasó mucho tiempo, cuando un joven fue y le dijo: “Ve a mi lugar, yo me siento en la escalera”. No pude más que aplaudir y decirme desde el fondo de mi corazón: ¡Somos más los buenos! 

Mi compañera de asiento me platicó que estaba en octavo semestre de leyes y que aspiraba ser una abogada honesta... Fue un cierre con broche de oro del fin de semana. ¡Hay esperanza!

El resucitado nos dice: Ve y diles a tus hermanos: ¡ánimo, toca apoyarnos, sin excluir a nadie! Estos tiempos extraños y confusos… ¡También pasarán!

Entonces sí, ¡Felices Pascuas!

Lea, de la misma autora: El tiempo que te quede libre

Edición: Fernando Sierra


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