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Dealers de queso de bola

Es un bien escaso y extraordinariamente caro
Foto: El Gallo Azul México

En las últimas semanas, ha circulado en redes sociales y conversaciones cotidianas un fenómeno tan curioso como preocupante: el queso de bola —emblema gastronómico del pueblo yucateco— se ha vuelto un bien escaso y extraordinariamente caro. Quien logre encontrar uno en tiendas o supermercados ya no lo presume como una compra común, sino como un hallazgo digno de traficantes gourmet. ¿Broma? Tal vez. Pero también, un síntoma que no debemos minimizar.

El queso de bola, elaborado en los Países Bajos y tradicionalmente importado bajo la marca Gallo Azul, es uno de los ingredientes más representativos de la cocina peninsular. Desde el queso relleno hasta las marquesitas, su sabor forma parte del ADN culinario de Yucatán. Hoy, su ausencia repentina en anaqueles, acompañada de un incremento de precio que en algunos casos duplica su valor habitual —de unos 400 pesos a más de 800 por unidad— ha despertado no solo molestia, sino desconcierto.

Las causas, como suele ocurrir en las economías globalizadas, son diversas. La Cámara Nacional de la Industria Restaurantera y de Alimentos Condimentados (Canirac) confirmó el desabasto e identificó como responsables tanto problemas logísticos internacionales (especialmente en los puertos de Europa) como obstáculos nacionales, incluyendo retrasos aduanales y el impacto de impuestos y políticas de importación. Algunas versiones incluso apuntan a un efecto indirecto de los aranceles impulsados durante el gobierno de Donald Trump, que han dejado una secuela en la cadena de suministros internacionales, que aún no se ha normalizado.

Si estos factores se confirman como determinantes, estaríamos frente al primer “soldado caído” en una silenciosa guerra arancelaria que, desde el norte, impacta hasta en los productos más simbólicos del sur mexicano. El queso de bola, con toda su carga de nostalgia y tradición, se convierte así en una víctima inesperada de tensiones económicas globales.

Pero esta historia no se limita a un producto. La crisis del queso de bola pone en evidencia un fenómeno más amplio: el encarecimiento sostenido de la vida en Mérida y Yucatán. Según datos recientes de Profeco, la capital yucateca se mantiene, de forma constante, entre las ciudades con la canasta básica más cara del país. El costo de los alimentos esenciales supera los 900 pesos semanales en algunos supermercados de la región, una cifra que contrasta con el promedio nacional y que representa una carga desproporcionada para muchas familias.

Esta situación ha sido documentada en repetidas ocasiones, pero parece agravarse con cada ciclo. Mérida, que alguna vez fue considerada una ciudad accesible y tranquila, enfrenta ahora una presión inflacionaria que no solo se explica por el turismo y la migración interna, sino por la falta de una política económica efectiva que priorice la protección del consumo local.

Y es que no solo se trata de inflación general. Hay algo más sutil pero igual de dañino: la sensación de que los precios suben y los sueldos no. Que los lujos se transforman en imposibles, y que incluso las tradiciones, como comprar queso de bola para una marquesita de domingo, se vuelven un lujo. Esto, que puede parecer anecdótico, es en realidad una señal roja del deterioro del poder adquisitivo.

Lo más preocupante es que, ante estos síntomas, la respuesta institucional ha sido lenta o nula. No hay un plan concreto para abaratar el costo de la canasta básica, ni esfuerzos visibles para diversificar los productos importados o impulsar verdaderamente la producción local de lácteos con estándares de calidad competitivos. Mientras tanto, quienes viven del comercio informal o de salarios mínimos sufren una doble carga: precios altos y escasez.

En ese panorama, destaca el reciente comunicado de la marca El Gallo Azul, en el que reconoce el desabasto, agradece la paciencia de los consumidores y anuncia que el abastecimiento nacional se restablecerá a partir de junio. Un mensaje que, si bien alivia temporalmente la incertidumbre, no sustituye la necesidad de soluciones estructurales.

En este contexto, la figura del “dealer de queso de bola” —esa persona que encuentra, acapara o revende este producto como si se tratara de oro rojo holandés— no es un simple meme. Es el reflejo tragicómico de una economía que está perdiendo el equilibrio y de una región que necesita respuestas urgentes.

Lo que se requiere no es solo una solución para traer más queso. Se necesita una estrategia integral que contemple el acceso equitativo a los alimentos, el control de precios excesivos, el monitoreo transparente de las cadenas de abasto, y, sobre todo, una comprensión profunda de que el derecho a una alimentación digna no puede depender de la volatilidad de los mercados internacionales.

Mientras tanto, en Yucatán, las marquesitas se venden sin queso de bola —si es que se venden— y los hogares ajustan sus recetas y sus presupuestos, esperando que la crisis pase. Pero si no se atiende el fondo del problema, el queso de bola podría ser solo el primero de muchos ausentes en nuestras mesas


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