Opinión
La Jornada
12/05/2025 | Ciudad de México
El presidente estadunidense, Donald Trump, se jactó ayer del "gran progreso" conseguido en las negociaciones que realizan representantes de su país con los del gobierno chino para mitigar o detener la guerra arancelaria impuesta por Washington a prácticamente todo el mundo, pero con especial dureza, a Pekín. A decir del mandatario, hubo logros equivalentes a "un reinicio total de manera amistosa y constructiva". Comentarios similares fueron externados por Scott Bessent, secretario del Tesoro del gobierno de Trump, y por su representante comercial, Jamieson Greer, quienes se encuentran en Ginebra, donde sostienen reuniones con un equipo encabezado por el viceprimer ministro chino, He Lifeng. Aunque éste no formuló declaraciones, la agencia Xinhua afirmó que "el contacto establecido en Suiza es un paso importante para promover la resolución del problema".
Como se recordará, en abril pasado la Casa Blanca impuso tarifas de importación de 145 por ciento en total a los bienes procedentes de China, una medida que fue respondida por esa nación asiática con gravámenes de 125 por ciento a los productos estadunidenses. Tales barreras comerciales se traducen en una virtual suspensión de los intercambios bilaterales, los cuales sumaron en 2024 cerca de 660 mil millones de dólares.
Aunque no es claro en qué consisten los avances que se habrían conseguido en las negociaciones de Ginebra, es obvio que el simple hecho de haberlas establecido resulta esperanzador en la perspectiva de reactivar el comercio entre las dos grandes potencias. El viernes de la semana pasada, Trump sugirió una reducción de 145 a 80 por ciento a las importaciones de su país desde China, pero incluso ese porcentaje resulta desproporcionado e insuficiente si se trata de restablecer en forma significativa los intercambios comerciales bilaterales y probablemente sería inaceptable para la nación asiática.
En el mundo contemporáneo, las políticas trumpianas, que reducen o clausuran el intercambio de mercancías entre países son perjudiciales para las poblaciones, y más temprano que tarde se traducen en carestía, desempleo, cierre de empresas y, por consiguiente, en un debilitamiento de las economías. Pero es claro que el comercio entre Estados Unidos y China no es un mero asunto bilateral, sino que su reactivación o su reducción al mínimo tienen consecuencias en todo el mundo, habida cuenta del nivel de globalización alcanzado por la industria, las finanzas y las actividades comerciales en el planeta. El tema resulta particularmente significativo para México, que tiene a Estados Unidos como principal socio comercial y a China, como segundo, con un volumen de intercambios que el año antepasado superó 100 mil millones de dólares. Un aspecto de especial interés es que diversas empresas estadunidenses que han ubicado en nuestro país partes importantes de sus procesos productivos importan componentes chinos para incorporarlos a productos que son posteriormente exportados a Estados Unidos y que algunas compañías chinas han visto a México como puerto de entrada al mercado estadunidense. En suma, cabe esperar que las negociaciones comerciales chino-estadunidenses desemboquen en una supresión total de las agresivas medidas arancelarias dictadas por Trump o, cuando menos, en la adopción de tasas impositivas reducidas y limitadas que le permitan salvar la cara al actual habitante de la Casa Blanca.
Edición: Ana Ordaz