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Por un día mundial sin contaminación por plásticos

Robustecer las leyes y establecer metas antes de que llegue la hora crítica
Foto: Juan Manuel Valdivia

Mañana se conmemora una vez más el día mundial del medio ambiente, esta vez con el lema “sin contaminación por plásticos”. Cada vez que vuelvo a casa, después de comprar los víveres de la semana, me encuentro con que se confirma la urgencia de recordar a gritos este lema: Todo está envuelto en plásticos, en ocasiones varias veces. Cada vez que se ha intentado establecer una regulación que limite la utilización de plásticos de un solo uso, la oposición ha sido formidable. Los intereses detrás de la industria de los plásticos han sido hasta ahora prácticamente inamovibles, aunque es cierto que han hecho lagunas concesiones, buscando alternativas “reciclables” (cosa que no necesariamente implica que no contaminen, o que no se incorporen en las redes alimentarias), o respaldando que dejen de usarse popotes de plástico y se les substituya por otros de papel, aunque después aparezcan personajes como el señor Trump que echan atrás estas medidas con sorna, considerándolas irrelevantes. Como quiera que sea, el larguísimo camino que podría conducirnos a modelos circulares de economía atraviesa por la eliminación de los plásticos de un solo uso (y si me apuran, de toda obsolescencia incorporada a los bienes manufacturados como estrategia consubstancial al mercado).

A pesar de la indiscutible pertinencia del lema propuesto por la Organización de las Naciones Unidas para este 5 de junio, temo que lo que sucede con él, como con casi todos los lemas que esperan concentrar en una breve sentencia cuestiones que lidian con sistemas complejos, es que termina por convertirse el árbol que nos impide ver el bosque. Dicho de otra forma, si se fija la atención únicamente en el contenido del lema propuesta, se corre el riesgo de restar importancia, o condenar al olvido, a otros asuntos de corte ambiental que resultan vitales y urgentes. El carácter integral de la cosa ambiental no debe perderse de vista.

En México empiezan a verse señales de que, al menos en las dependencias directamente involucradas con la atención a estos temas, se tiene en consideración la necesidad de atender esta condición de integralidad. Esto implica que no solamente se tendrán que continuar los esfuerzos dirigidos a ordenar la economía de una manera más circular, sino que resulta urgente incrementar la ambición de las metas ofrecidas como contribuciones nacionales para abatir las causas que exacerban el cambio climático global y adaptarnos a las condiciones que ofrece su avance. En este sentido, merece la pena aplaudir la reciente publicación de la Actualización de la Estrategia Nacional de Cambio Climático, que ahora ofrece un horizonte hasta el 2040. Lo cierto es que este nuevo límite no resulta particularmente optimista: 2030 está ya encima, y no va a ser posible alcanzar las metas – nacionales ni globales – propuestas como necesarias para evitar un incremento de la temperatura planetaria menor a 1.5°C. Pero es importante tener metas claras, y una vía expresamente propuesta para alcanzarlas.

Tampoco se puede dejar de lado la exigencia de proteger el patrimonio natural nacional, expresado en la formidable diversidad biológica que puebla el territorio, y en la multiplicidad de ecosistemas que funda la complejidad de paisajes de nuestro país. El interés que parece prevalecer por hacer más robusta la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas y escuchar las voces que se expresan en el seno del consejo correspondiente, además de la voluntad por alcanzar una cobertura de 30 por ciento de la superficie total de México sujeta a algún régimen de protección, son también señales de que se apunta en la dirección correcta. También merece la pena seguir de cerca lo que suceda con la iniciativa de Ley General de Biodiversidad. Este esfuerzo legislativo no es precisamente novedoso. Más bien ha dado un paseo largo y sinuoso por los corredores del poder legislativo, y ha pasado por comisiones sin lograr alcanzar el pleno. Lo que importa es que se encuentra de nuevo en la palestra, y aunque es verdad que merece una revisión cuidadosa y quizá varias modificaciones, habrá que darle un seguimiento cercano y proactivo.

En este sentido, es de esperar que as discusiones que se den en el seno del poder legislativo alrededor de esta ley convoquen una amplia participación de los muchos centros e institutos de investigación que se encargan de indagar acerca del tema, y de las múltiples y variopintas organizaciones no gubernamentales conservacionistas que se empeñan en colaborar en la protección de la biodiversidad nacional. Entre otras cosas, habrá que esclarecer si en efecto la Ley General del Equilibrio Ecológico y Protección al Ambiente es una ley marco. Habrá juristas que sostengan que no lo es. Como un lego que conoce poco y por encima las leyes, me queda solamente la sensatez: si un instrumento jurídico – una ley general – engloba y brinda coherencia a todas las materias que forman parte del objeto que regula, debe considerársele una ley marco, que no necesariamente subordina a otros ordenamientos de alcance general, o federal, pero sí alinea sus contenidos en torno a principios integradores. Este es el caso de la LGEEPA.

Otra asignatura pendiente es la de la Ley Nacional del Agua, cuya discusión amerita un tratamiento más a fondo del que permite este espacio. Dejo entonces aquí las digresiones, y concluyo: atender el asunto de la contaminación por el uso inapropiado de los plásticos es vital y urgente; pero es sólo un componente de una problemática ambiental que atañe a todas las esferas de nuestra vida. Conmemorar el día mundial del medio ambiente debe ser una convocatoria a reposicionar la cosa ambiental en la conciencia pública: solamente podremos aspirar a la sustentabilidad colocando al medio ambiente en el corazón mismo de las decisiones políticas y de planeación del desarrollo.
Lea, del mismo autor: Más del 30-30

Edición: Fernando Sierra


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